Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Manifestación a distancia

Alguna vez algún comentarista dijo en la web del Diario que estoy obsesionado con el aborto, haciéndome un honor que agradezco de corazón, condecorándome. Y no es un truco retórico: me pesa lo contrario, estar distraído tantas veces. También me ha pesado mucho no poder acudir, por razones familiares y profesionales diversas (y mezcladas, porque entre ellas destacan las razones profesionales de mi mujer) no poder acudir, ay, a la manifestación por la vida de Madrid. Primero, por la vida, siempre; y luego porque fui a las que se organizaron contra la ley de nuestra paisana Bibiana Aído, aquella ministra tan diligente de Zapatero. Siendo esa misma ley la que sostiene y aprueba Rajoy, me parecería feo no mostrar exactamente igual desagrado. O más, porque encima Rajoy prometió cambiarla. Pero si no ha podido ser en espacio, que sea en el tiempo. Escribo esta columna mientras la columna humana atraviesa Madrid. Otra motivo por el que lamento no estar es mi querencia quijotesca. Nada más caballeresco que un esfuerzo inútil a favor del débil. Sé bien que la manifestación será completamente improductiva y que, igual que en España hay votos que valen más que otros cuando llega el momento de las negociaciones, también hay bultos y gentíos que pesan más que otros. Las grandes manifestaciones a favor de la familia y contra el aborto nunca han tenido, a pesar de sus números incontestables, el menor eco político, ni siquiera mediático.

¿Por qué? Son dos motivos, que se complementan. El primero es que la causa pro-vida está en España, como casi todo entre nosotros, teñida de política y bandería. La izquierda considera que esos miles de manifestantes son electorado pétreo e inamovible de la derecha, y se permiten ignorarlos sin más cálculos. Y la derecha piensa, como suele, exactamente igual que la izquierda. Asume que son votantes suyos levemente levantiscos, pero que volverán al redil de las urnas en cuanto se les advierta que viene el lobo, esto es, Podemos. Las dos tareas urgentes del movimiento pro-vida son, por un lado, romper ese molde ideológico dando a diestro y siniestro razones científicas, jurídicas, psicológicas y sociológicas, que las hay de sobra, y, por el otro, transformar su peso sociológico en peso electoral. O sea, que no sólo no voy, sino que encima, desde Cádiz, les pongo tarea. Ahora sí, como buen obsesionado, me dispongo a hacerla yo todo lo que pueda.

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