Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
ENFRENTARSE a la figura de Luisa Roldán supone en primer lugar, admirar a una escultora que supo encontrar las rendijas sociales para poder compaginar el hecho de ser mujer y artista, dos cuestiones no compatibles en la época. Supone también, admirar su talento artístico, creador e innovador que unido a su fuerte carácter y personalidad la hizo extraordinaria. A pesar de los impedimentos sociales supo destacar con nombre propio y conseguir lo que ninguna otra mujer en España, ser nombrada escultora de Cámara de los reyes Carlos II y Felipe V.
En la provincia de Cádiz encontramos un buen número de obras en las que apreciar su talla artística. Para estudiar su trayectoria los investigadores tienen que recurrir a los documentos firmados por su marido Luis Antonio de los Arcos ya que las leyes de la época impedían a las mujeres casadas firmar documentos contractuales. En el Templo principal del convento de los Mínimos Nuestra Señora de la Victoria en Puerto Real, se encuentra la Virgen de la Soledad, obra documentada de la Roldana. El tres de julio de 1688 el matrimonio de escultores hacía donación de una imagen al convento de los frailes. Éstos se comprometían por su parte a celebrar misa cantada y responso por las almas de los donantes y herederos, los viernes anteriores al domingo de Lázaro o al de Ramos, cuando se conmemoran los dolores de la Virgen.
La Virgen de la Soledad tiene el rostro expresivo que caracteriza su obra, las cejas arqueadas y la boca entreabierta de anhelo. Los ojos son de vidrio pintado, lleva pestañas postizas y lágrimas que resbalan por la mejilla. Su genio artístico la alejó iconográficamente de su padre Pedro Roldán y su arte sobresalió sobre el de su marido también escultor.
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