Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Su propio afán
MI querencia a la admiración me llevaría a dedicar todo el artículo al valor del policía nacional jubilado. Plantó cara a los cuatro hombres que iban a lanzar un cóctel molotov contra el convento de Santa María de Gracia (Santa Rita) en Jerez. No sólo los increpó: los persiguió, trató de detener a uno y recibió un navajazo por ello, golpes y quemaduras. Esperamos que reciba también el mayor reconocimiento público, no vaya a ser que las condecoraciones oficiales se las auto reserven los políticos. Sin embargo, lo ocurrido es muy grave y hay que analizarlo al completo.
Los hechos son conocidos. Unos encapuchados que hablaban árabe hacen pintadas yihadistas en el muro del convento y preparan un cóctel de gasolina. Se supone que puede ser en respuesta a las pintadas que, tras los atentados de París, aparecieron en la mezquita de Puertas del Sur y en sede de la Liga Morisca Al-Andalus. Aquellas pintadas estaban fuera de lugar y eran injustas, pero lo de las réplicas no justifica nada, explica poco y preocupa mucho. Sobre todo, por la ausencia de algo elemental en la legítima defensa como es la proporcionalidad. Si a una pintada se responde con una bomba incendiaria, la escalada violenta está servida. Vamos a terminar añorando la mismísima ley del Talión, que, al menos, marcaba unos límites: por un ojo, un ojo nada más; por un diente, sólo un diente.
La comparación con lo de París y con lo que pasa en Níger, donde los islamistas ya han prendido fuego a 45 iglesias, no se aguanta. Pero se complementa como una pieza (pequeña) de un mismo puzle (tremendo). Si a los atentados y a las masacres se suma una diversa y difusa violencia deslocalizada, la coacción se expande de una forma mucho más -si me perdonan el palabro- transversal. Puede confundirse con gamberradas y altercados, pero ese terrorismo callejero es esencial para ir globalizando el miedo. Celebramos que la Audiencia Nacional haya abierto diligencias, cortando de raíz la tentación de minimizar el llamado "incidente".
Con la atrocidad de Níger hay, además, una similitud innegable: la facilidad con que los islamistas apuntan a la Iglesia católica. Las monjas del convento, destinatarias del cóctel molotov, seguro que no tenían nada que ver con las pintadas de la mezquita. Mucho menos, si cabe, con los dibujos de Charlie Hebdo. Este "incidente" muestra a las claras que la amenaza es total (y muy focalizada).
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