Su propio afán
Todo por la pasta
Su propio afán
EN Turquía, tras casi cincuenta años, se ha legalizado el futbolín, que era ilegal y estaba penado hasta con cinco años de cárcel. Se le consideraba un juego de azar, lo que demuestra que los legisladores otomanos no habían jugado jamás al futbolín, pues es un deporte de precisión, muy técnico, que requiere unos nervios de acero.
Nadie (nadie, al menos, con quien me haya cruzado) sabe más de futbolín que yo. Ha sido, además, uno de los grandes apoyos psicológicos de mi vida. Cuando tenía la autoestima por los suelos, recordaba mi imbatibilidad en las minicanchas de los futbolines del mundo, y recuperaba la confianza. Los que alguna vez me afean mi optimismo todoterreno ignoran que está forjado en mil y una victorias de futbolín sobre chicos mayores, más guapos, más guays, más macarras, más populares o más todo, pero arrasados al futbolín.
La razón no es en ningún caso que yo tuviese especiales dotes. Como cualquier talento, estriba en un 5% de inspiración y en un 95% de transpiración. O también en una mezcla muy sutil de privilegio y sufrimiento. En mi casa apareció un día un futbolín estupendo, como los de los bares. La prehistoria no la sé. Creo que mi padre lo compró para una casa de hermandad que al final no cuajó y tuvo que traerlo a casa. Hasta ahí el privilegio. Jugué con mucha ilusión las primeras semanas, como está mandado. Pero cuando me aburrí del futbolín, empezó la transpiración, la interminable transpiración. A todas horas venían mis amigos a jugar y no podía echarlos ni esconderme (aunque lo intenté). Los amigos de mi padre, señores hechos y derechos, también se dejaban caer para echar una partidita o dos o tres, hasta las tantas, y me usaban como coartada para tanto entusiasmo infantil. Echaba las noches de claro en claro como don Quijote, pero jugando al futbolín con una pandilla de cincuentones nostálgicos que se las sabían todas de otros tiempos. Con los amigos de mis hermanos, igual. Incluso con unos albañiles, que tardaron un siglo en terminar una obra. Las partidas con mis hermanos, sometidos al mismo entrenamiento, sí eran épicas. Con esta biografía, disculparán ustedes la importancia que doy a la noticia. Y me pregunto si un país que prohíbe durante cinco décadas un juego tan noble y tan sano, donde, por no correr, no corren ni los jugadores, tan serios, sino apenas la pelota y porque es redonda, es un país homologable a la Unión Europea.
También te puede interesar
Su propio afán
Todo por la pasta
El catalejo
Siempre hay una prioridad
El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Notas al margen
David Fernández
Los portavoces espantapájaros del Congreso
Lo último