La ciudad y los días
Carlos Colón
Ministra fan, oposición Bartolo
de todo un poco
EL fútbol se ha convertido en el gran generador de conversaciones, por supuesto; pero también de imágenes y metáforas y, en última instancia, de fábulas y parábolas. Lógico: lo debe a su omnipresencia. En su sociedad agrícola y ganadera, Jesucristo recurría a narraciones campestres para ilustrar sus enseñanzas. En los años de gloria del toreo, cuajaron esas maravillosas expresiones que nuestro idioma le debe al toro. Siendo ahora el fútbol el tema obsesivo, capaz de eclipsar una proclamación y de hacer que el nuevo rey comience con excelentes vibraciones, si hoy España gana a Chile, o con muy malos augurios, casi shakesperianos, si los nuestros caen…, siendo el fútbol tan potente, es natural que se convierta en el gran creador de giros lingüísticos y de historias ejemplares.
Declaró Vicente del Bosque, marqués del ídem, que no se había sentido con fuerza moral para no convocar a algunos de los veteranos de la selección. Daba por sentado que él sabía que ellos no estaban en su mejor momento de forma, pero que aun así no se atrevió a no llamarlos. Sobre esto, los españoles que saben de fútbol, que sois casi todos, estáis haciendo animadísimas tertulias.
No obstante, lo más enjundioso ya lo ha dicho Del Bosque. Podía haber vestido de fidelidad, de compañerismo, de agradecimiento o de cualquier otra virtud decorosa y decorativa su decisión de apostar por jugadores que no están pletóricos, o también podría habernos mentido, y haber asegurado que él los veía fetén. Independientemente de que pretendiera ganarse nuestra complicidad o, al menos, nuestra lástima, lo cierto es que ni se ha enfundado el disfraz de la bondad ni ha mentido. Le faltó fuerza moral, confiesa.
Nos regala una gran lección. Se tiende a pensar que lo moral es lo blando, lo bonachón, lo melindroso, lo indoloro. Qué va. Requiere mucha energía y cierta indiferencia por la siempre extrema sensibilidad de los demás. Viendo el triste partido ante Holanda, a toro pasado, resulta muy fácil comprender que lo mejor para muchos jugadores hubiese sido no ser convocados, aunque para ello hubiese hecho falta, en efecto, un férreo carácter previo.
La honda enseñanza ya la tenemos asumida, por tanto. Ahora lo deseable sería que los jugadores sacasen moral y fuerza -paradójicamente- de aquella falta de fuerza moral del míster; y, ganando, emborronen un poco, con suerte, esta gran lección ética. No nos importaría.
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