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DE POCO UN TODO

Enrique García-Máiquez

'Egalité' a tutiplén

EL lema revolucionario progresa adecuadamente. A los partidarios de la libertad que gritan: "¡Viva la libertad y muera el que no piense como yo!", y a los de la fraternidad que advierten: "Sé mi hermano o te mato", se suma ahora el anteproyecto de Ley para la Igualdad de Trato y la No Discriminación que ha ideado Leire Pajín. Sancionará, entre múltiples cosas, los criterios que se consideren discriminatorios, esto es, las ideas. ¿Y quién los considerará así? La señora ministra y sus órganos competentes. Por ejemplo, la ley prohibirá los conciertos a colegios de educación diferenciada, aunque esté respaldada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Parlamento Europeo y nuestro Tribunal Supremo. Si sumamos la creación de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales con capacidad sancionadora, vemos la que se le viene encima a la libertad de pensamiento y de expresión.

Hay quien lo considera la apoteosis del socialismo posmoderno y de la ideología de género. Es, más bien, el reconocimiento de su impotencia. Han perdido toda esperanza de convencer, y no les queda otro argumento que la sanción administrativa o penal. Una filosofía sana no se esconde tras el burladero de la ley ni saca las banderillas de las multas, sino que defiende sus posturas y rebate las opuestas. El PSOE discute tapándose los oídos ante las razones del contrario. O mejor, tapándole la boca.

¿Exagero? Lean el anteproyecto, que por invertir, invierte hasta la carga de la prueba. Además, si ellos quisieran luchar de veras contra la discriminación, protegerían por igual a ambos sexos de la violencia de género. No menos a las mujeres; lo mismo a todos. Ellas sufren más casos, pero la ley no ampara porcentajes, sino personas, y por qué un hombre maltratado va a tener menos derechos que si fuese mujer. Otra desigualdad contante y sonante es el trato fiscal. En unas comunidades autónomas no se pagan impuestos de sucesiones, y en otras nos crujen. También podrían equiparar a los ciudadanos de a pie con los políticos de coche oficial en las jubilaciones de oro. Pero estas desigualdades no las trata Pajín, no señor, ni pensarlo, qué cosas tiene usted.

Trata -bajo la fermosa cobertura igualitaria- de imponer unos criterios y sojuzgar otros. Hace poco Benedicto XVI declaró que las educaciones cívicas obligatorias y lo políticamente correcto intentan acallar la voz de la Iglesia. Enseguida los sumos sacerdotes del laicismo procedieron a rasgarse las vestiduras sin preguntarse si era cierto o no. La ley Pajín, quién se lo iba a decir a la señora ministra, viene a darle toda la razón a Su Santidad.

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