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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Comidas de Navidad de empresa

LA Guardia Civil ha preparado un dispositivo de vigilancia para controlar los finales de fiesta de los almuerzos o cenas de empresa. Aparto de un manotazo al anarquista que llevo dentro, y me alegro de que nuestras autoridades pongan todo de su parte para que las celebraciones acaben bien. ¡Viva, pues, la Guardia Civil, aunque sea la de Tráfico!

Y, ya puestos, también quiero contribuir. Por repartirnos el trabajo, las autoridades pueden concentrarse en el final, que yo hablaré de los principios. Es importante llegar conscientes (además, desde luego, de salir conscientes) de lo que significa este evento.

La postura clásica del escritor, que por naturaleza tiende a la misantropía y por oficio al sarcasmo, suele ser crítica. Recuerdo una columna hilarante de Pepe Mendoza en este periódico y otra de Ignacio Peyró, más melancólica, donde una secretaria terminaba llorando en el baño de chicas, mientras el becario, armado de valor, le tiraba los tejos a la jefa de compras. Y seguro que yo he alabado alguna vez lo que de preventivas tienen estas cenas de empresa. Gracias a ellas se llega a la de Nochebuena en familia centrado en lo importante, sin ningún ansia por los aperitivos, los postres y las copas. Un sano empacho nos hará estar mucho más centrados.

Aunque la comida del trabajo no se justifica sólo por sus fines ni por su abundante literatura secundaria. Tiene trascendencia en sí misma. Lo ideal es que la pague la empresa, porque así cumple al 100% su papel profundamente democratizante. No sólo jefes y rectores comen de gañote. Un día al año (como el carnaval) el privilegio se extiende a lo bajo y ancho del organigrama. Estamos ante una comida de negocios con antifaz.

Pero incluso aunque la empresa no se retrate, el evento sigue siendo imprescindible. Es la celebración del compañerismo. Que uno se pase el año codo con codo con los que almuerza o cena no le quita sentido, como sostienen algunos. Todo lo contrario. Nadie pondría peros a la Navidad porque la cena sea con nuestra familia de toda la vida. Cuanto más estrecho es el trato, más necesitamos el rito. Y si, entre tanto codo con codo, se escapó algún codazo, más aún. Quedará claro entonces su poder taumatúrgico. El amor es lo más, la familia es sagrada, la amistad es eterna, pero el compañerismo de buena ley también vale lo suyo. Brindemos por él, chin, chin, por todo lo alto (sin olvidar a la benemérita).

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