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De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Todos de los nuestros

La decapitación de James Foley ha levantado una ola de indignación en todo el mundo. Excepción hecha -hay que decirlo- del mundo musulmán, cuyas masivas manifestaciones de repulsa aún esperamos. Tras eso de las caricaturas, sabemos que ellos también saben manifestarse muy bien, si quieren. Que Occidente reaccione al horror resulta siempre positivo, y no pretendo criticar ninguna protesta, alarma social o disposición política a tomar medidas.

Sin embargo, en honor a la verdad, no puedo no subrayar la evidencia de que ha sido el horrible asesinato de un periodista norteamericano lo que ha supuesto un punto de inflexión. Sólo con James Foley se ha sentido que han matado a uno de los nuestros. La brutalidad del IS y Hamas estaba fuera de toda duda por cuantos horrores han hecho -y siguen haciendo- con los cristianos, con los yazidíes y con los propios musulmanes si sospechan que colaboran o son tibios; pero hasta ahora no saltaron del todo las alarmas.

Es muy triste, pero natural que haya muertes que nos afecten y agredan más. Los escolásticos hablaban del ordo caritatis, esto es, de que los afectos del corazón están jerarquizados. Queremos en círculos concéntricos: más a nuestra familia, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros, a nuestros compatriotas y aliados... Lo estamos viendo claro aquí. La opinión pública no siente como suyos a los cristianos de Iraq y Siria. Siendo triste, como digo, puede ser lógico para el común de una sociedad frívolamente secularizada; pero en absoluto debería ser lógico ni natural para los cristianos de occidente, que tenemos que hacer un examen de conciencia muy serio. Nuestro ordo caritatis sería el síntoma de un grave desorden espiritual si la suerte de otros cristianos no nos hiere en lo más íntimo. Y cristianos o no, tampoco nuestros intelectuales y, menos aún, nuestros estrategas y geopolíticos pueden ser tan ciegos. Para los yihadistas golpear a los cristianos de allí es golpear a Occidente, su fundamento. Y en eso tienen ellos toda la razón del mundo.

Siento muchísimo la muerte atroz de James Foley, que era, además, periodista y, encima, católico; y sólo espero que su martirio tenga la virtud de despertarnos. Nunca es tarde para darnos cuenta de que cada asesinato de musulmán, de yizadí, de israelí o de cristiano, nos agrede. Más allá de las limitaciones del corazón, hemos de aspirar a que todos sean uno de los nuestros.

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