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Azafatas

Asombra la sordera para lo sórdido, la furia contra lo frívolo y la execración de la excelencia de nuestro tiempo

Que se celebre con alborozo el fin de la figura (en toda la extensión de la palabra) de las azafatas en la Fórmula 1 o el ciclismo no deja de ser chocante. Al menos, para mí, que, por no ser de celebrar el final de nada, ayer lamentaba el de Puigdemont, que es lo más alejado que se nos puede ocurrir a una azafata de Fórmula 1.

Junto a la sensibilidad, los argumentos. Luis del Pino reproducía este diálogo más o menos: "Mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero". "¡Bravo, bien dicho, muchacha, el aborto tiene que ser libre y gratuito…!" "No, lo que quiero hacer con mi palmito es lucirlo como azafata de Fórmula 1" "Qué machista eres, qué vergüenza". La contradicción está a la vista de todos, con la excepción de la ceguera de los que no la quieran ver.

Hay otra comparación posible: la pornografía. Una realidad se parece a otra como un huevo a una castaña, evidentemente, pero las inmensas diferencias deberían pesar para una crítica muchísima mayor de la pornografía, a la que se le ríen, en cambio, las gracias. ¿Por qué no hay hacia la pornografía un rechazo social y mediático siquiera análogo al de las inocentes azafatas? La pornografía sí cosifica los cuerpos, es machista a más no poder y produce daños psicológicos en las protagonistas y en los usuarios. ¿Han oído hablar ustedes de la ola de suicidios de actrices del sector? ¿De su relación con las drogas?

Esa sordera para lo sórdido y esta furia para lo frívolo resultan pasmosas. Porque evidentemente lo de las azafatas era (o es, si quedan) de una cierta superficialidad, eso no lo discuto. Sólo me asombro por el rechazo a algo voluntario e inofensivo. Entra la sospecha de que es la hermosura lo que molesta, como cualquier otra excelencia en una sociedad empeñada en un igualitarismo a machamartillo o a hozymartillo. Mientras, las cosas más feas se defienden o se mantienen o se fomentan sin problemas.

He pasado a preocuparme por el arte. Cuántas modelos, oh, Simonetta Vespuci, por su delicadeza la tarde se hace lágrima, cuántas modelos, digo, lo fueron por su belleza. ¿También eso es machismo y hay que prohibirlo? Me temo lo peor. [Última hora: acaban de descolgar un precioso J. W. Waterhouse en la Galería de Arte de Manchester.] Aunque ahora que caigo, ya pasó. Es el arte abstracto, tan igualitario, desde luego. Quizá se trate de esto: quieren que vivamos en un mundo no figurativo, en un happening psicodélico.

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