Tiburón

27 de junio 2025 - 07:00

El viernes pasado se cumplieron 50 años del estreno en Estados Unidos de la película Tiburón. A España llegó el 19 de diciembre de 1975, un mes después de la muerte del tiranosaurio gallego. Fue en el verano de 1976 cuando empezamos a entrar en el agua mirándonos los pies obsesivamente, víctimas de una psicosis colectiva que traumatizó a millones de espectadores.

“Ahí afuera hay un animal que vive para matar, atacará y devorará, como si Dios hubiera creado al diablo y este fuera… Tiburón”, advertía una voz tenebrosa en el tráiler de promoción. A partir de entonces, el odio a los escualos se expandió por todo el mundo. Tras la película aumentaron exponencialmente sus capturas. En Florida intentaron prohibir su exhibición porque alejaba a la gente de sus playas. Un jovencísimo Steven Spielberg (la rodó con 27 años) nos hizo creer que eran más malos que El Lute, El Arropiero y los Hermanos Malasombra juntos.

Yo la vi en el Cine Playa, un patio a ras de cielo en el que proyectaban dobles sesiones, casi siempre con una de Bruce Lee, que por más saltos que daba nunca se caía de la cartelera. Pasé muchas digestiones de aquel verano mimetizado en la orilla, vigilando a la vez las aguas de La Puntilla y La Colorá, antes de sumergirme para cumplir con el rito obligatorio de los 15 baños, que nos garantizaba un invierno sin mocos. Temía que la aleta homicida apareciera por alguna de las rotondas del espigón, con la banda sonora chirriando de fondo como si fuera un concierto de afiladores. En mi pandilla, la angustia se multiplicaba cuando alquilábamos una barca de pedales. Desde ese ballenero imaginario vimos al tiburón blanco, a Moby Dick, al calamar gigante de Veinte mil leguas de viaje submarino y hasta al monstruo del Lago Ness.

Como la realidad termina siempre imitando a la ficción, en el verano de 1987 un tiburón de dos metros y medio de longitud y cien kilos de peso atravesó a gran velocidad Las Redes, muy cerca de la orilla. Fue abatido en la playa de El Buzo. Un wéstern marino que acabó con el protagonista cosido a balazos, Inmucona responsabilizando a la Armada de su muerte y los ecologistas denunciando al comandante de la patrullera.

Cinco décadas después, Tiburón sigue surcando la memoria estival de los chavales de aquella generación. Algo bajo ese azul abisal continúa inquietándonos. Algo sigue atrapado en aquella playa, en aquella película llena de emociones y peligros que es, en última instancia, una metáfora de la vida.

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