Temporada alta

En unos días me planto en El Puerto. Estoy deseando. No veo el momento de abrazar a mi familia, de reencontrarme con mis amistades, de respirar sal en el ambiente.

Admito, con todo, que llego con algunas precauciones.

Yo, de normal -es decir, cuando no llevaba vida de expatriada-, en agosto evitaba El Puerto. No es que me fuera de la ciudad el mes completo, porque el presupuesto no llega a tanto, pero sí trataba de encajar algún viaje que me quitara de enmedio un puñado de días. El resto, pues me iba adaptando. Iba a la playa por la mañana temprano o al caer la tarde, huyendo de las horas de más sol y de las horas de más gentío. Trataba de quedar con los amigos en mi casa, o en las suyas, porque coger mesa en cualquier sitio se vuelve imposible. El coche, cuanto menos mejor, a riesgo de perder medio verano en atascos o dando vueltas para encontrar aparcamiento. Hasta ajustaba el horario de las compras. Imagino que será igual en toda la ciudad, pero a mí me daba la sensación de que todos los turistas venían a comprar a la carnicería de mi barrio.

Ahora lo tengo más complicado. Los días que paso allí los quiero aprovechar al máximo, no quiero encerrarme, no busco tranquilidad sino disfrutar, bañarme, ver gente, tomar tapas. En fin, que cumplo con la definición de turista aunque me cueste identificarme.

Por eso, cuando veo, leo, me cuentan cómo están las calles, que las terrazas siguen ocupando los espacios para peatones como si no hubiera normas para regular el espacio público, que hay establecimientos con licencia de quiosco actuando como macro discotecas, que los pinos se llenan diariamente de basuras y botellas, que el transporte público sigue siendo deficiente pero hay buses gratuitos para Puerto Sherry… pues no es que se me quiten las ganas, pero voy preparándome.

Yo, como digo, voy en modo vacaciones. Habrá tantas cosas que no me decepcionen, que de todos modos me marcharé con buen sabor de boca. Buena suerte a quienes os quedáis, os deseo salud y conciencia para cuidar El Puerto.