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Ayer la provincia puso a prueba sus reflejos: sirenas, evacuaciones, la UME maniobrando en la ribera y colegios desalojando con una disciplina que ya la querríamos para otras cosas. Practicar salva; eso no admite discusión. Yo, que estuve en las reuniones previas, pude ver cómo los Servicios de Emergencia se lo tomaban con solemnidad… aunque en Cádiz tomarse algo “muy en serio” siempre es deporte de riesgo. En la última reunión, con asociaciones de vecinos, el director de emergencias anunció que al final habría un regalo; y una vecina, sin pestañear, preguntó: “¿un salvavidas?”. Ahí entendimos que la guasa gaditana había inaugurado el simulacro antes que nadie.
La alerta que debía sonar a las diez decidió aparecer a y trece —el número no podía ser más oportuno— y una señora, con la naturalidad de quien comenta el tiempo, sentenció: “Pues yo ya me ahogué”. Cádiz en estado puro: nervios, humor y ese equilibrio perfecto entre lo serio y lo absurdo.
Mientras afinábamos protocolos contra la ola, en nuestra ciudad se afinaban otros simulacros: presentaciones con renders, anuncios de aparcamientos y la “ciudad del deporte” en versión dossier. En internet, entusiasmo; en la calle, cejas levantadas. Resultado: proyectos que viven cómodamente en la pantalla y promesas que aún no han pisado suelo.
La tentación peligrosa es confundir ensayo con estreno. Ensayamos alarmas con rigor, pero en los proyectos públicos basta un powerpoint con brillo para dar el día por cumplido. El comerciante no quiere lemas : necesita clientela y pagar nóminas.
Si la metáfora del simulacro sirve, que sea completa: ante un tsunami cada segundo exige protocolo; ante un anuncio, deberían exigirse tres certezas básicas: adjudicatario, calendario y empleo real. Ojalá la “ciudad del deporte” traiga entrenadores y contratos, no solo folletos; y que los aparcamientos acaben en asfalto, no en carpetas amarillentas.
Y para rematar, ahí está Pozos Dulces: proyecto, agujero, litigio… y hoy, metáfora municipal. No lo tapó ninguna ola, sino un maremoto de dejadez. También tuvo renders, promesas, ruedas de prensa… y terminó quedando el socavón, como en las mejores farsas. Pozos Dulces demuestra que los simulacros salvan vidas, pero los proyectos sin rumbo acaban sepultados por la resaca política, vengan de donde vengan. Con Pozos Dulces ya tapado, quizá toque admitirlo: bastante práctica llevamos. Ahora falta la ciudad de verdad.
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