
El Alambique
Pepe Mendoza
Días de radio
El Alambique
Escribo todavía desde la resaca de los días raros de la semana pasada. Cuando la sorpresa que nos esperaba tras el fin de semana de barullo y ruido provocado por las motos de quienes, desde su prepotencia, creen que el mundo durante unos días se lo han puesto a los pies para su disfrute, dio paso en unas horas a la ansiedad generalizada de reconocer que sin luz ni internet ya no somos nada.
En el aula nadie pensó en cómo calentarían la comida o qué harían al llegar la noche si no volvía la luz. Su alarma generalizada la sintetizó una alumna de 13 años que preguntó aterrada: “profe, ¿tú sabrías vivir sin internet? Porque yo me muero”. Y, sin embargo, la red tiene poco más que su edad. Lo que ocurre es que, así como entendemos la prehistoria como la etapa anterior a que el ser humano pudiera contar lo que le pasaba a través de la escritura, la nueva era la marcará la aparición de la hiperconexión instantánea que proporciona internet. De lo efímero de vidas que apenas dejaron un rastro en las paredes de las cuevas, a los testimonios y fantasías de quienes escribieron historias y sentimientos, para llegar recientemente a la edad de tanta información, tantos comentarios, tantas fotos y tantos bulos que, inevitablemente, hacen que se vuelva a caer en el abismo de lo efímero. Porque ¿qué posibilidad hay de buscar una foto, un mensaje, una verdad, en esta maraña de ahora? Cada novedad provoca una cascada de ruido y bulos que se disuelve cuando llega la siguiente.
Pero, al menos estos nuevos prehistóricos que hemos vivido sin internet, percibimos en el apagón la fragilidad de la situación, la ansiedad de la falta de noticias, la debilidad de un sistema excesivamente globalizado. De nuevo solo la radio, a pilas o desde los coches, nos permitió saber algo del exterior. Volvió la incertidumbre en un día de cielos turbios en el que, aquí, el levante campó a sus anchas y nos dejó encerrados en casa enfrentados otra vez a la inestabilidad y a una sensación bajo la piel casi apocalíptica.
Tras el paréntesis, la resaca como les decía. Llena de ruido, cruces de acusaciones entre políticos, esperanza en historias pequeñas llenas de solidaridad… Pero pequeñas, siempre pequeñas.
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