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Esta semana, un vecino de Valdelagrana le hizo una foto al nuevo contenedor como quien retrata a un personaje raro: moderno en la ficha técnica, desconsiderado en la acera. Parece una de esas cápsulas con las que se surca el espacio exterior ; elegante en la foto, poco práctica en la esquina. Tiene la boca estrecha —una ranura de urna— y la pose de quien espera el aplauso institucional. El vecino, con su cubo de ruedas, se quedó mirando el hueco como quien observa la boca del teatro antes de entrar: no cabe su papel.
Lo pintaron de «sostenible» y lo bautizaron con palabras de la Agenda 2030. En la práctica, es un prodigio de estética que exige ejercicios de contorsionista: nada de pedal, embocadura diminuta, capacidad medida con regla de escuadra. Antes podías abrir con el pie; ahora hacen falta tren superior y fe. El civismo, en versión deportiva.
En la escena cotidiana: el señor que intenta volcar y acaba bailando un pasodoble improvisado; la vecina que dobla la bolsa como si fuera origami; el operario que observa la coreografía y anota la hora con sonrisa de inspector. Todo muy fotogénico en el folleto, pero muy enredado en la acera. Papeleras solares e «inteligentes» que compactan y avisan por el móvil; pero, siguen faltando papeleras y el cubo grande no cabe.
En Valdelagrana inventan nuevos refranes: “Quien tiene cubo, que tenga paciencia” o “Recicla tu cubo que ya no sirve”. Se usaban para guardar la basura hasta la franja y llevarla sin dramas al contenedor —una ayuda práctica para cumplir la norma—. ¿Y ahora cómo se hace el trasvase? Es el ecologismo contra sí mismo: buena intención atrapada en un bidón con tapa. No piden milagros: solo boca amplia, pedal digno y litros reales.
En el teatro de la limpieza, el contenedor mantiene el tipo y el público aplaude la postal; el cubo, cansado, recoge sus ruedecillas y se marcha. Al final, reciclar con la boca chica es predicar la sostenibilidad con los codos cerrados: mucho lema verde y poca mano abierta. Si la conciencia ecológica se mide con extravagancias y no en soluciones, seguiremos empujando tapas mientras el planeta espera que alguien, de verdad, le quite el freno.
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