A la Merced de la ética

26 de septiembre 2025 - 07:00

Esta semana, con motivo del Día de la Merced, se homenajeó a los funcionarios de prisiones que sostienen el orden y la seguridad en nuestros centros penitenciarios. Un trabajo silencioso, complejo y necesario, que rara vez se aplaude lo suficiente. Pero Puerto II nos recuerda que no todo brilla: un médico veterano ha sido detenido por introducir teléfonos móviles a cambio de dinero. Una noticia que duele más por inesperada que por sorprendente, porque cuando la tentación llama, a veces encuentra alguna rendija en el régimen.

Cada vez que he visitado la cárcel por motivos profesionales me ha llamado la atención algo curioso: muchos internos te dicen que “no han hecho nada” y que estar allí es injusto. No hablo de dos o tres, sino de una letanía que se repite como parte del protocolo de bienvenida. En un sistema de reinserción, esa mentalidad debería cambiar. Reconocer el delito, asumirlo y cumplir con la sociedad es, al final, la única llave que abre la celda de un nuevo comienzo.

Conviene reflexionar: ese run run de la injusticia parece contagiarse entre barrotes y pasillos. ¿A la cárcel vas a venir a robar? Es como si el ambiente del módulo estuviera impregnado de esa coartada colectiva y uno pensara: “si otro se lo lleva, ¿por qué yo no?”. Los garbanzos negros seguro que son pocos, pero basta con que uno se pudra en el habitáculo para que los demás tengan que taparse la nariz. En política ocurre igual: uno transgrede y el resto acaba oliendo a lo que no toca, aunque solo sea por proximidad.

La prisión, con sus luces y sombras, refleja lo que somos fuera: ciudadanos, gobernantes, médicos o vigilantes, todos expuestos a las mismas tentaciones. Casos como el de Puerto II nos obligan a mirar más allá del individuo y preguntarnos qué falla en el sistema, qué carencias lo hacen vulnerable, qué sociedad construimos cuando incluso quienes custodian traspasan la línea.

Entre homenajes y aplausos, conviene recordar que la reinserción empieza por reconocer los errores y que la verdadera grandeza está en mantener íntegra la vocación a la que cada uno ha sido llamado. Porque la cárcel refleja la sociedad que somos… y quienes la vigilan, a veces, también.

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