
Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
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El Alambique
Por segundo año consecutivo no habrá feria del libro en El Puerto para celebrar el próximo miércoles el Día Internacional del Libro. En 2024 nos dijeron que la fecha es lo de menos, que tendría lugar en octubre. Y aún la estamos esperando, como a Godot. Yo creo que a nuestros gobernantes locales, tan posmodernos, tan tiktokeros, les debe parecer una cita arcaica, sin glamour, de gente rara con aficiones sospechosas.
Hasta las pedanías más humildes organizan cada año su feria, para recordarnos que leer es hoy más que nunca un acto de resistencia, una asignatura obligatoria en el currículum de todo ciudadano que piense que no hay democracia sin cultura. De la palabra lector deriva el término elector. En la Gran Ciudad de El Puerto de Santa María hay más cabalgatas que calles. Hay una Semana Santa interminable, de otros tiempos. Hay sueldos indecentes para cargos y asesores sin estudios. Pero no hay un hueco en la agenda pública, ni unos cuantos euros del presupuesto municipal (lo que cuesta alquilar cuatro toldos y pagarle a un vigilante), para una actividad cultural que fomenta la participación de los vecinos, desahoga la modesta economía de las librerías locales y permite el encuentro gozoso entre autores y lectores.
Argumentan desde la Plaza Peral que es la iniciativa privada la que debe encargarse de la convocatoria. Pero una feria del libro es muchísimo más que un acuerdo mercantil, que una sucesión mecánica de transacciones económicas. Avalar y alabar los libros desde los poderes públicos es dar sentido a una manera libre y fascinante de estar en el mundo. Un acto administrativo de justicia poética.
Apoyar la feria del libro es reconocer la infatigable labor de todos los sectores ligados a la industria cultural. Hablo de las editoriales y las librerías, que facilitan ese largo y emocionante viaje que un día emprende un inquieto escritor y que acaba con la llegada del libro a nuestras manos. De las profesoras de literatura. De los trabajadores de las bibliotecas públicas. De las entusiastas de los clubs de lectura. De los voluntarios que acuden cada semana a contar historias a las residencias de nuestros mayores.
No se entiende que el Ayuntamiento no abandere la noble causa de sacar las letras a tomar el sol, de celebrar juntos en una plaza pública el día del orgullo lector. No puede ningunearse lo que nos salva.
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