Manolo Morillo
La bandera como coartada
La Policía Nacional ha concluido una investigación que ha permitido esclarecer la venta fraudulenta de libros de nuestra biblioteca municipal. Al parecer, la presunta autora de los hechos los sacaba sin pasar por el registro de préstamos y los vendía a través de la aplicación Wallapop. Gracias a la labor de los agentes, se han podido recuperar más de un centenar. Lo dejó escrito Quevedo en El Buscón: hay gorrones de libros como de almuerzos.
El abogado acusador que llevo dentro no tiene dudas sobre la calificación jurídica del hecho punible. El Código Penal tipifica como hurto tomar algo ajeno sin consentimiento de su dueño y con afán de lucrarse, sin hacer uso de la fuerza ni de la intimidación. Desde un punto de vista social, sustraer bienes que son de todos es un delito de lesa vecindad. Estoy convencido de que la imputada no es lectora. Ninguna persona cabal que frecuente bibliotecas públicas, esos templos laicos a los que acudimos para sanar el alma, sería capaz de deshojarlas.
Dicho esto, el letrado de la defensa que habita en mí, una mezcla de Concepción Arenal y de juez Calatayud que me hace odiar el delito y compadecer al delincuente, plantearía el caso poniendo el foco en el poco valor literario de lo sustraído. Este periódico publicó una foto de la policía en la que aparecen algunas de los títulos incautados: Vampyr, Porque eres mía, Un extraño en mis brazos, El bazar de los sueños, Al filo de las sombra… También está El Alquimista, de Paulo Coelho, ese gurú multimillonario que vende espiritualidad de mercadillo, autoayuda de garrafón para corazones rotos. Y que escribe majaderías como que “la gente es capaz, en cualquier momento de su vida, de hacer aquello con lo que sueña”. O que “cuando realmente quieres que algo suceda, el universo conspira para que tu deseo se vuelva realidad”.
Lo que quiero decir es que tampoco estamos hablando de pérdidas irreparables, de obras maestras de la literatura universal. Lázaro de Tormes, Fortunata y Jacinta, la familia Buendía, Alonso Quijano y Sancho Panza, El Azarías, Zabalita, Ana Ozores… siguen recibiéndonos con los brazos y las hojas abiertas en las lustrosas e ilustradas casas de Rafael Esteban Poullet y María Teresa León. Además de restituir el daño causado, propongo, como trabajo en beneficio de la comunidad, que la investigada acuda un par de veces a la semana a la sala de lectura. Que se siente alrededor de ese fuego vecinal en el que nos reunimos para compartir historias. La literatura, decía Ana María Matute, es el faro salvador de muchas de nuestras tormentas.
Como ciudadano (sí, también he sido poseído por un ciudadano cada vez más indignado, ¡cagoendiez!) pediría prisión incondicional sin fianza para Paulo Coelho.
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