Sin Feria

Por segundo año me quedo sin Feria; son cosas que tiene el exilio, aunque sea voluntario.

Para que me dé menos coraje, me digo a mí misma lo a gusto que estoy sin ese pitido constante, esa mezcla de sevillanas, reggaeton, animadores de tómbola y música de coches choques al unísono haciendo eco en mis oídos, incluso cuando he dejado atrás el ruido y solo intento dormir. Qué suerte que me voy a librar del albero en el pelo, en los ojos, en la nariz, en la garganta, bajo las uñas y en cada poro de mi piel. Otro año que me ahorro dejarme el sueldo en rebujitos aguados, jamón regulero y montaditos a medio hacer. Por suerte tampoco tendré que enfrentarme al dilema entre coger el coche -atascos, pagar el parking, el peligro de la carretera estos días…- o ir en bus -caminata a la parada, colas, veinte minutos de pie apretada contra desconocidos que huelen a haberse divertido intensamente…-. Me voy a evitar el calvario de los baños portátiles a la una de la mañana, con el suelo encharcado, haciendo contorsionismo con el traje de gitana para no tocar ninguna superficie. Las tardes abriéndome paso entre la multitud para llegar al Ratón Vacilón ya no tengo que sufrirlas, por suerte; pero desde que salí de El Puerto me estoy saltando también las preocupaciones de por dónde andarán los niños, con quién estarán ahora, llegarán a la hora acordada… Sobre todo, me he quitado de encima a todos los pelmazos que si te cruzas por la calle no te saludan pero que de repente te ven en la Feria y te cuentan los últimos seis años de su vida, bien pegados a tu oreja, y con aliento a Fino Quinta.

Qué afortunada, me digo, pero no logro engañarme. Me habría encantado estar allí estos días. Bailar, reírme, reencontrarme con amigos y conocidos, disfrutar con la familia, y dejarme llevar por el optimismo y las ganas de compartir que hacen de la Feria un lugar al que volver cada año. Como yo no voy a poder, a ver si alguien que lea esto se pasa un rato por la caseta de la Gymnastica y se toma algo a mi salud. ¡Buena Feria!