Fatiga

Hay gente que se pasa la vida haciendo dieta. Si no es la operación bikini, es la recuperación después del verano, o los buenos propósitos de Año Nuevo. Temporada tras temporada, un proyecto de vida sana… con poco o nulo resultado. Quitando contadas excepciones, por lo general, a este personaje nos lo conocemos bien: mucha palabrería y poca acción. Dice que se ha quitado el pan de las comidas, pero no perdona la cervecita con unas papas fritas; o se pasa la semana cenando ensalada para atiborrarse el domingo, porque se lo ha ganado. Total, a la larga, años hablando de lo mismo para perder poco más de medio kilo. No adelgaza y encima se hace cansino con el monotema.

Algo así es lo que está pasando con el cambio climático. Fatiga verde, lo llaman. Se está celebrando la Cumbre del Clima en Brasil y ya solo leer los titulares da pereza. Otra vez la misma película. Que si así no llegamos, que faltan actores fundamentales, que tenemos que actuar antes de que sea tarde. La cita de Belém es la número 30, de modo que se entiende que todos los mensajes nos suenen ya trillados. Tres décadas llevamos tratando de meterle mano al asunto y los avances son escasos, si hay alguno.

También se está extendiendo la expresión “fatiga de género”. Gente que está hasta el moño de escuchar hablar de discriminación sexual, de medidas de fomento de la paridad, de cuotas, de planes de igualdad. ¿Cuánto tiempo llevamos denunciando la brecha salarial? ¿No debería ya haberse arreglado? ¿Y el reparto de tareas? ¿Aún seguimos dando la lata con lo mismo?

Resulta aburrido, como escuchar al que está a dieta. Déjate de rollos, nos dan ganas de decirle, y tómate las cosas en serio: no valen los parches, ni las buenas intenciones. Un esfuerzo aislado se va a quedar en nada. Para obtener resultados, para bajar unos kilos, tienes que ser radical, darle la vuelta a tus hábitos y a tu estilo de vida.

Curiosamente, para bajar los niveles de machismo y de contaminación, vale la misma receta. Qué obvio, y qué difícil.