El Alambique
Rafael Morro
Lo que la verdad esconde
“El Crimen Valdelagrana” y la muerte del joven sevillano en el Parque Calderón de hace semanas sacudieron al portuense. Son golpes que impresionan, pero la foto fija oculta la película: la droga ha vuelto a convertir la ciudad en economato provincial.
La causa es brutalmente económica: una heroína low-cost —el “cash” de la droga—hace rentable que consumidores de fuera cojan el tren hasta aquí. El trayecto de la estación a Los Milagros es ya un “paseo de la droga”: una caminata que atraviesa farmacias y comercios, dejando hurtos y robos en su estela. Es la imagen del “desfile de los zombis” —a lo The Walking Dead— pero la broma se vuelve seria cuando los padres bajan persianas, los farmacéuticos esconden determinados fármacos y los comerciantes cuentan cajas rotas mientras miran al andén.
Quien vivió los ochenta recuerda entierros diarios y la respuesta que organizó La Muralla: reparto de jeringuillas, metadona y acompañamiento. Una labor social que salvó vidas. Ese manual de reducción de daños sigue siendo hoy imprescindible.
La ciudad mira este cortejo de toxicómanos como quien ve pasar otra cabalgata más. Muchos fingen sorpresa, como si no supieran que la ruta estación–Los Milagros lleva años oliendo a lo que huele. Y ahí está la gracia amarga: nos alarmamos por los sucesos violentos, pero a la vez, hemos aprendido a convivir con el murmullo diario de la droga, ese ruido de fondo que solo se vuelve escándalo cuando sale en la tele.
El Puerto se rasga las vestiduras cada vez que ocurre una desgracia, pero luego, vuelve a bajar la cabeza cuando toca hablar de recursos o prevención. Es curioso: pedimos una ciudad limpia mientras empujamos el problema unos metros más allá de nuestra acera. Llamamos “indignación” a lo que en realidad es pudor social.
Y al final, la hipocresía pesa más que la heroína porque cuando señalamos con el dedo al toxicómano que viene con lo justo para su papelina, callamos sobre esa otra pasarela invisible que recorre urbanizaciones, barras de noche y salones alfombrados. Aquí la heroína es un escándalo público, pero la cocaína es un secreto a voces, casi un invitado habitual: no molesta, no ensucia fachadas y no sale tambaleándose por la estación. La ciudad se indigna con lo que ve, pero convive sin rubor con lo que prefiere no mirar. Ese es el verdadero argumento de esta película: lo que la verdad esconde no son solo las miserias del que cae, sino las comodidades del que se cree a salvo. Y mientras a unos se les fotografía como amenaza, a otros se les “blanquea” entre risas, copas y anonimato: la doble moral que sostiene el decorado.
También te puede interesar
El Alambique
Rafael Morro
Lo que la verdad esconde
El parqué
Continúan los máximos
Madríbarça II
El Alambique
J. García de Romeu
Cuentos de Navidad
Lo último