Delito de guiso


23 de mayo 2025 - 07:00

En El Puerto siempre hemos presumido de algunas “pequeñas ilegalidades simpáticas”: un toldo o terraza que brota sin licencia, cocinas sin salidas de humos homologadas, la multa que se pierde, una obra que se alarga “más de lo previsto”, un “yo aparco aquí porque tengo una tarjetita” o el recurrente “yo soy amigo de…”, que te abre las puertas sin más trámite . Pero lo último roza la vanguardia del delito gourmet: hacer una tapa… sin permiso.

El restaurante Bugalú coló en la Ruta de los patios “el jamón del mar” —un golpe maestro para los amantes del contrabando culinario— y la organización lo descalificó por usar el nombre de Ángel León sin su bendición. En un susurro la tapa pasó de estrella a proscrita .

Y claro, con la tapa fuera de concurso, el propietario hizo lo que haría -o debería hacer - cualquier portuense con sentido de Estado (y del negocio): regalarla con cada consumición. “Si no puedes competir, al menos haz ruido”, venía a decir. Todo muy del Puerto: rebelde, resolutivo, solidario, corporativista y con retranca.

Porque cuando la burocracia aprieta, el que se calla, se cocina a fuego lento en su propia impotencia.

Sin embargo, en esta ciudad no todo lo gratis provoca carcajadas. Entre tanto la tapa desautorizada pasaba de “menú sancionado” a “bocado de cortesía”, se sospecha que a veces la “barra libre” huele a pacto sigiloso.

Mientras Bugalú reparte su jamón clandestino como acto de marketing rebelde —y a estas alturas ya con fallo en firme—, la justicia pondera si ciertas licencias se concedieron tras brindar de más en la barra.

Y lo de pedir permiso, móvil del delito de la tapa enviada al infierno de los aperitivos, en nuestro Puerto, equivale a firmar tu propia sentencia. Una simple firma faltante convertía su “jamón del mar” en un plato maldito, mientras en otras rutas se “las tapa”.

Si hablamos de ilegalidades que me cojan con las manos en la masa interrogando a una Tortillitas de camarones clandestinas, unas Pavías con antecedentes, unos chocos fritos sin testigo, y unas papas aliñás sin visado.

Pero, más allá del sainete jurídico —y reconociendo el legítimo derecho de autor de mi admirado Ángel León y su invaluable labor en pro del Puerto—, esta historia deja una enseñanza clara: la gastronomía portuense debe ocupar un lugar destacado sin verse enturbiada por fantasmas administrativos. Si nuestra cocina brilla, será gracias a recetas forjadas con talento auténtico e impulso local, no a base de “tratos de amigo” o tapas extraviadas en montañas de papeleo.

Así que, cuando te sirvan un jamón o un chorizo triunfante, recuerda que la mejor tapa no es la que esquiva permisos o la que se cuela a escondidas, sino la que despierta orgullo portuense desde el primer bocado. Al fin y al cabo, el guiso más sabroso es el que alimenta el respeto propio y el de los demás, manteniéndose fiel a las reglas… ¡sin pedirle permiso a nadie!

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