Un cuento chino

30 de mayo 2025 - 07:00

Entre los lugares míticos de la infancia, el Teatro Chino Manolita Chen ocupa un solar con bombillas blancas en el real de la feria de mi memoria. Recuerdo también, con la sonrisa del que va a abrir un regalo, el Circo Price, la caseta de Tierra, Mar y Vino o el Turbostrón, el primer cacharro de mayores al que me subí y del que no queda rastro ni en internet.

Puedo verme en los primeros 70 paseando por la feria de Crevillet con mis padres y mis tíos, en dirección a aquel teatro portátil en el que tal vez ese día actuaban Luis Aguilé, los Hermanos Calatrava, Fernando Esteso, Pajares, Marifé de Triana o Perlita de Huelva… Algún año, Rafael terminó convenciendo a Josefa y pasaron y vieron. El cabaret de los pobres, lo llamó Francisco Umbral.

Lo fundaron Manuela Fernández, más conocida como Manolita Chen, y su marido Cheng Tse-Ping, un malabarista que giraba platos, lanzaba cuchillos y se colgaba de los pelos, supongo que no todo a la vez. En el negocio de Cheng, como en los de los chinos de hoy, se trabajaba de sol a sol. A veces, empezaban a las cuatro de la tarde y acababan a las siete de la mañana. Llegaron a hacer siete funciones en un día. Terminaría con el cuero cabelludo en carne viva, el pobre Tse-Ping.

Durante más de tres décadas el matrimonio conspiró contra la moral pacata de la época con un amplio espectáculo de variedades, en el que había música, humor, números circenses, esculturales vedettes con mucha lentejuela y mucha pluma... Para el franquismo se trataba de un espectáculo inmoral y pecaminoso al que había que vigilar muy de cerca. En cuanto los porteros veían entrar al censor, tocaban un timbre y se encendían unas luces rojas en el escenario. Las chicas se ponían pezoneras y medias negras, y no utilizaban la palabra prohibida: cachondeo. El simulacro duraba lo que tardaba el siniestro funcionario en salir del teatro con las multas puestas.

Tres portuenses formaron parte de la plantilla de la empresa. José Matiola Ávila 'El Mono', célebre cantaor de la ciudad, uno de los fundadores de la Peña El Chumi. Y los hermanos Suárez López, Antonio y Manuel, bailaores nacidos en Jerez pero afincados desde niños en El Puerto. Manuel, un chaval de 95 años, padre de mi amigo Antonio, sigue paseando por las calles de su barrio su figura estilosa, su duende flamenco. Cuando uno es joven y artista, lo es para toda la vida.

Qué habrá sido del Turbostrón. Y de aquellas casetas artesanales en las que relucía la buena vecindad. Qué fue de aquellas ferias, más pobres pero también más nuestras.

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