Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Cuando era niña me preocupaba mucho el futuro, crecer, dejar de ser quien era. Temía también el cambio en los demás y la manera en que eso afectaría a mi vida. Hay una viñeta de Mafalda que expresa exactamente lo que sentía: se la ve en la playa con sus padres jóvenes y sonrientes en bañador. Al lado se instala una pareja de ancianos, frágiles, llenos de arrugas. Entonces Mafalda rompe en llanto ante sus sorprendidos padres gritando: "¡Nunca sean como dentro de unos años!". Ese temor al futuro es lo que sentía yo cuando jugábamos a imaginar qué absurda edad tendríamos por ejemplo en el año 2000, creo que no nos atrevíamos a ir más allá del final del milenio. Pero, como diría Gil de Biedma, "ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma…" Ahora que he sobrepasado la edad de los padres de Mafalda, compruebo que esto del futuro no iba solo de mudar la piel o arrugarla, también por dentro se cambia. La perspectiva, el escepticismo, la fe en la humanidad, el enfoque... Decía J. J. Millás que un día te miras al espejo y encuentras que te has convertido en tu padre. Compruebo que, además, dices, temes y esperas lo que ellos decían, temían y esperaban. Hoy, mientras escribo este texto, es el día de mi padre (en Jaén todavía se celebra el día del santo). Lo celebramos el fin de semana comiendo flamenquines, la comida casera que más nos recuerda a mi madre, quien se las arreglaba para compaginar un trabajo muy exigente con darnos caprichos como aquellos: unos latosos y exquisitos flamenquines que devorábamos con pasión ajenos al esfuerzo que suponía hacerlos en una época en que eran ellos los padres atareados que jugaban a construir una familia. Y entonces, en la casa familiar, con naturalidad, sentí que no solo estaba haciendo los flamenquines de mi madre, sino que mientras machacaba el ajo y perejil, mientras maceraba la carne con limón y la estiraba, mientras liaba los filetes sobre un cigarro de jamón y una sabanita de queso, mientras los "emborrizaba"… yo era ella en su cocina, así de cerca la sentí. Y lo disfruté porque, después de todo, quizás sea esta la forma de hacernos un poco menos mortales, dejar un rastro que se repita en alguien que nos quiere.

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