Análisis

José Antonio Hidalgo

Continente / contenido

30 de mayo 2018 - 07:34

El Centro Cultural Reina Sofía fue comprado por el Ayuntamiento, en tiempos del gobierno de Teófila Martínez, al Ministerio de Defensa, gran proveedor de equipamientos de la ciudad todos previo pago, por supuesto.

La perfecta rehabilitación del inmueble, tan eficaz como la que en su día permitió la transformación de la tabacalera en el Palacio de Congresos, culminó con la apertura de un complejo de oficinas administrativas y salas cedidas a diversas entidades para la ubicación de sus bibliotecas. Con el tiempo, las plantas superiores se abrieron también para dar cabida a las colecciones de las familias Vassallo y Aramburu.

Así dicho, nada habría que objetar a los usos del inmenso edificio, antigua sede del Gobierno Militar. Pero una simple visita a las dependencias, en las que por cierto comienzan a ser necesarias unas cuantas obras de mantenimiento, nos traslada a uno de los fallos de gestión que hay en Cádiz respecto a sus equipamientos culturales: se mima el continente pero no se atiende de forma adecuada al contenido.

El Reina Sofía acoge a varias de las grandes bibliotecas privadas de la ciudad, especialmente la joya de la Fundación Federico Joly y el tesoro de la Hispanoamericana. Pero sin embargo no se ha sabido, o podido, aprovechar lo que éstas ofrecen tanto para investigadores como para el ciudadano de a pie; a la vez, los extraordinarios legados de Vassallo y las pinturas de la familia Aramburu Picardo se exponen en salas reducidas para una producción que se ofrece apretujada, con una muy mala información sobre las obras (sólo en español y con placas que deberían de ir acompañadas por una lupa para poder leer los textos). Falta un proyecto museológico y, sobre todo, falta indicaciones donde se informe de la ubicación de las colecciones a lo largo de todo el edificio. Este cronista podía haberse perdido ayer la sala de las pinturas de Aramburu (ubicadas en el ático) ya que nada le indicaba el camino a seguir, sólo su conocimiento del edificio. Varios turistas que en ese momento visitaban las instalaciones se quedaron sin verlo.

Es decir: se plantean centros culturales pero, en la mayoría, se adolece de una lectura cuidada de los mismos. Por eso, el paso a manos de la UCA del Reina Sofía y la reubicación de parte de estas bibliotecas y exposiciones permanentes en otros edificios debería de aprovecharse para mejorar su traslado visual a la ciudadanía.

Tal vez lo lógico sería haber mantenido las tres grandes bibliotecas en el Reina Sofía (sólo se quedará la Fundación Joly), y que la UCA colaborase en una mayor proyección pública de las mismas. Al igual que sería lógico que Vassallo, Aramburu y el legado de Carlos Edmundo de Ory se ubicasen en un único espacio como una muestra de la cultura gaditana del siglo XX y no desperdigado como se pretende entre la calle Ancha, el Ayuntamiento y la Casa de Iberoamérica. Esta última, afectada también por el síndrome "continente/contenido", ha perdido el sentido por el que se creó: la relación cultural y económica con América para aprovechar los lazos conseguidos gracias a los actos del Bicentenario de la Constitución de 1812. Bien sería el momento de redefinir los usos de este equipamiento, de solemne arquitectura, y convertirlo en sede de las colecciones salidas del Reina Sofía, con más espacio para dar un uso museístico lógico.

Y todo ello, sin hablar de otros continente/contenidos repartidos por la ciudad.

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