Laurel y rosas

Juan Carlos Rodríguez

Chiclana agreste e inexplorada…

13 de mayo 2018 - 01:32

Cuando el pintor y ornitólogo Bill Riddell recorría en 1933 la playa de La Barrosa en busca de vestigios de la batalla de 5 de marzo de 1811 se detenía, ensimismado, en el gozoso paisaje de monte bajo. Ya entonces describe la aulaga y el brezo, el lentisco, el palmito, varios tipos de jara, el mirto y el romero. Entre sus manuscritos -más allá de su inédita recreación de la batalla de La Barrosa- emergen los pinos, los enebros y hasta las azucenas de mar con las que convivía en su paraíso de "Villa Violeta". Y, sobre todo, ha pervivido una extraordinaria y aún inédita relación de más de un centenar de aves -la golondrina dáurica, el águila pescadora, el cuco o - que, desde su casa de recreo, observaba a ojo o bien con sus binoculares Carl Zeiss Jena, modelo Silvamar, que fueron de su suegro, Walter J. Buck, a quien se lo había regalado Abel Chapman. O esas especies limícolas que veía -y pintaba- sobre aquella salvaje playa de La Barrosa y, sobre todo, en las inmediatas marismas de Sancti Petri: vuelvepiedras común, aguja colipinta, chorlito gris, chorlitejo grande, correlimos zarapitín, correlimos gordo, correlimos común, correlimos menudo o charrán común. Incluso esos archibebes que años después Fernando Quiñones incluiría, más que simbólicamente, en el inicio de su conocido soneto a Chiclana: "Cal encendida, légamos redores,/ archibebes, viñedos, plazas, río,/ arena virgen de tu playerío,/ pico borracho de tus ruiseñores".

Ruiseñores, alcaudones y alzacolas -aún es posible verlos entre los cada vez más escasos viñedos- también los enumera Riddell en ese playerío de La Barrosa que, pese a la plétora turística, continúa siendo principio y fin del sorprendente itinerario naturalista que atraviesa Chiclana. Es esa otra Chiclana que Javier Ruiz y la Sociedad Gaditana de Historia Natural describen como agreste, inexplorada, salvaje y de frontera, en la mejor tradición de aquellos románticos viajeros victorianos que representó el eminente Abel Chapman y su pasión por Doñana y la naturaleza virgen; tradición de la que Bill Riddell es, por cierto, el último eslabón, afortunadamente redescubierto. Riddell, fallecido en 1946 en el castillo de Arcos, sería hoy feliz si pudiera contemplar uno de los ejemplos más emocionantes de lo que podríamos describir como un regreso al "asalvajamiento" o recolonización del espacio urbano: los extraordinarios Ibis eremita con su plumaje negro y su cabeza calva en los campos del golf del Novo Sancti Petri de vuelta en la península quinientos años después.

Ese paraje fue, aún es, la dehesa de Campano -otro paraíso-, en donde podríamos seguir este itinerario agreste, inexplorado, salvaje y de frontera al vuelo del sisón común -en franca regresión- o deteniéndonos en su laguna, también reseñada con el nombre de Cabeza del Puerco en la cartografía histórica, en la que la focha cornuda o la malvasía cabeciblanca alternan con la cercana laguna de la Paja -que la Sociedad Gaditana de Historia Natural está estudiando sistemáticamente-, en donde encuentran abrigo entre la abundante enea. Y en esas otros complejos endorreicos -Montellano y Jeli- que también forman parte de lo que Buck y Chapman entendían como la gran Doñana, más allá de la marisma y la Bahía de Cádiz. Como lo eran otras ya desaparecidas o, más bien, desecadas, como las lagunas de la Santa Cruz, en lo que hoy es la finca de El Rodeo. Pago del Humo adentro encontraremos el alcornocal de la Camila, vestigio de cuando el arcornoque ocupaba toda la franja costera, replantada en el siglo XVII con el pinar tan demandado para la carrera de Indias con su madera, su resina y su brea. El gran pinar de Chiclana sigue siendo el de Claverán, con su abundante colonia de cigüeña blanca.

Como sigues siendo las salinas de Los Hermanos, La Matilde, El Rubial Grande y el Chico -a medio camino entre Urbisur y Tres Caminos- el mejor escenario para hoy ver los bandos de flamencos, las avocetas, las gaviotas patiamarillas. Atravesando las salinas de San Alejandro y la Industria -en el entorno del pago de la Coquina- se vislumbran la cada vez más amplia colonia de espátulas, otro ejemplo de "asalvajamiento", en este caso de la salina, cada vez más marisma y menos antrópica, como también le sucede a las salinas de Carboneros y a Santa Teresa de Jesús, tan cerca y tan desconocida. El palitroque -como le llamamos aquí a la espátula- no comenzará hasta julio su migración hacia África cruzando por la playa de La Barrosa. Pero ahora vuelven la tórtolas, que siempre hicieron parada en los pinares de La Barrosa y Cabo Roche, aunque cada vez se ven menos. Ahí mismo, y sobre todo en Campano, invernaba el sisón, que Riddell también contempló. No nombró, en cambio, esos raras especies de narcisos de la Loma del Puerco. Sí al águila calzada, al milano negro, que estos días se ven en la Rana Verde. No tan impresionantes como el águila imperial que sobrevuela en el borde con Medina o, más allá de Roche, los cernícalos primillas y el halcón peregrino. W. H. Riddell, su romanticismo, y "su" Chiclana agreste, inexplorada, salvaje y de frontera.

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