El Alambique
Libertad Paloma
A cañonazos
Resulta interesante analizar el hecho de que los principales éxitos de ficción de las plataformas televisivas de los últimos tiempos se refieren a casos criminales, como los de el Pequeño Nicolás, el de Rosa Peral o el reciente estreno del Caso Asunta, en España, o algún documental como el de Johnny Deep y Amber. Desconozco si esta moda de ficcionar los procesos criminales responde a nuestro propio morbo, al deseo de conocer desde nuestro sofá los intríngulis de la instrucción y el juicio, aderezado todo ello por grandes actuaciones de gente como Candela Peña o Úrsula Corberó.
De hecho algo he visto por ahí de la negativa de algún familiar de una víctima a que se entreviste a los condenados por crímenes. Me parece lógico. Se obliga a revivir sucesos terribles y luctuosos, y, además, se lucran. Vaya si es así, ganan pasta con la que acomodar su vida en la calle, su rehabilitación, etc.
Me planteo también acerca de otros pleitos que merecerían una serie de televisión de calidad (quizás existan y lo desconozca yo): el asesino de la Katana, las niñas de San Fernando, las de Alcasser, el caso Wanninkoff, la desaparición de Marta del Castillo o el asesinato del pequeño Gabriel Cruz.
Existe una relación de crímenes mediáticos que a buen seguro interesarán a los españoles de entre veinte y setenta años porque los han vivido, han sufrido con sus instrucciones, se han deleitado en sus detalles. Más difícil parece ser que pueda haber series sobre Juana Rivas, el caso ERE o la trama de corrupción de Valencia o Madrid, el accidente ferroviario de Santiago, la crisis del chapapote, o el asesinato de Miguel Ángel Blanco, o que en mi opinión serían mucho más interesantes que las anteriores.
Claro está, es complicado permitir a millones de españoles -con las elecciones de todo tipo, cayendo año tras año- ver las miserias de los partidos políticos, sus corruptelas, las torpezas, el tráfico de influencias… Hace falta un gran presupuesto y la aquiescencia de las administraciones públicas para llevar a la gran o a la pequeña pantalla historias que no a todo el mundo le gustaría conocer.
Una de las series más influyentes y magníficas de la historia, Chernobyl, de la HBO, ponía sobre el tapete la negligencia y el totalitarismo de los mandatarios comunistas de los ochenta. Y lo hace con una calidad suprema. Pero hay un matiz: la HBO no es rusa. Habrá que esperar a que alguna plataforma nacional se arranque con energía y nos plasme en fotogramas fragmentos de nuestra historia como los que desbrozó sin dar nombres y apellidos la célebre Crematorio, obra magna del recordado Rafael Chirbes.
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