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Tomar el té en un infierno blanco

  • Pocos confinamientos como el que vivió la tripulación del ‘Endurance’: nueve meses en un barco atrapado en la Antártida, otros cinco flotando sobre una enorme capa de hielo

Montones de nieve unidos con cuerdas para servir de guía en las ventiscas, con el 'Endurance' al fondo'

Montones de nieve unidos con cuerdas para servir de guía en las ventiscas, con el 'Endurance' al fondo' / F. H.

Esta es una historia de brutalidad. Y de adaptación al medio. Una de tantas pruebas de que, cuando deseas algo con todas tus fuerzas, el universo hace de todo menos pensar en ti.

Pocas desconexiones del mundo han tenido más desafío que las expediciones polares. Pocas expediciones polares muestran más claramente el fracaso de la inteligencia, como capacidad de adaptación al medio, que las de Scott (Terra Nova) y Shackleton (Endurance) en el hervor de la IWW. Imagino que en la época no había etnocentrismo como el británico: insistían en llevar caballos a las expediciones; en vestir con equipaciones que podían estar bien en Yorkshire, no en aquel despropósito de continente; en sus primeros viajes, hicieron como que los esquís no existían –sorprendiéndose luego de lo útiles que eran–. ¿Perros? Tampoco son tan necesarios: para el propio Scott “la única forma digna para un hombre de tirar de un trineo es haciéndolo él mismo”. A Roald Amundsen le gusta esto. En efecto, porque no había miembro de la tripulación del noruego Amundsen que no supiera esquiar, porque los caballos ni computaban, porque iba forrado de pieles como un oso.

Repasando testimonios y fotografías, la mirada actual no da crédito al suicidio colectivo al que se sometieron los exploradores británicos. Insistían en rendir aquel continente desmesurado a los delicados parámetros que conocían. Levantaban un molino, lo pulverizaba el viento; intentaban jugar al fútbol, terminaban dándole patadas a un balón fantasma. Y aun así, se empecinaban en sus rutinas domésticas:una práctica que oscilaba entre el delirio de realidad más absoluto y la táctica de supervivencia. Es absurdo llevarse un juego de té a la Antártida. Es vital obligarse a tomar el té cuando a tu alrededor no hay más que una oscuridad helada que desea engullirte. Por eso, las dos expediciones de Scott llevaban un gramófono; una pianola; montaban pequeños teatros; escribían en un periódico de confección casera; organizaban dos o tres charlas a la semana sobre infinidad de temas, desde las focas al espiritismo, o la importancia del deporte en la construcción el espíritu nacional. No sería tan mala idea cuando Shackleton la siguió manteniendo aun en su descacharrada aventura del Endurance, con una tripulación encerrada en el hielo.

Hay un elemento común en las últimas expediciones de Scott y Shackleton a la Antártida: ambas fueron un fracaso, en distinto sentido, y ambas han sido consideradas el epítome de lo heroico. Scott y varios miembros de su equipo murieron congelados antes de alcanzar el Polo Sur;la expedición del Endurance quería ser la primera en atravesar la Antártida, y ni siquiera llegó a a pisar tierra firme.

Ninguno de los dos soportaba al otro. En principio, por carácter: a Scott se le obedecía por galones, pero tenía un talante inseguro; Shackleton tenía un don de mando innato. El viaje del ‘Discovery’, la crónica de Scott de su primera travesía, fue un éxito de ventas; Shackleton contrató a un negro para escribir El corazón de la Antártida.

Las diferencias entre uno y otro se plasman, incluso, en algo tan simple como las cenas de Navidad de las distintas partidas:en las de Scott, la tripulación aparece sentada a la mesa, con buena presencia, bajo una nube de banderas británicas, guirnaldas y cruces de San Jorge. Programan pantomimas, sombras chinescas:sólo falta Pedro El Conejo como invitado. En la fotografía del Endurance, todos están disfrazados: el del banjo lleva la cara pintada de betún y un par de ellos van vestidos de mujer. En la única enseña, se lee: “Dios bendiga a nuestros queridos perros”.

Es absurdo llevar un juego de té a la Antártida. Es vital tener rutinas de consuelo ante la oscuridad

Ah, los perros. Mientras que para Amundsen los animales no eran más que un elemento dentro de una regla de tres, los ingleses perdían una metafórica libra de carne con cada animal sacrificado. Una nueva prueba de inadaptación al medio. En el viaje de ida del Terra Nova, una tempestad casi hunde el barco, y Oates pasó todo ese tiempo junto a los caballos:pagó de su bolsillo dos toneladas extra de forraje que sabía que los animales iban a necesitar. A algunos de ellos, tuvieron que terminar matándolos con piquetas antes de que los devoraran las orcas.

El del Endurance es, desde luego, el rey de los confinamientos: nueve meses en un barco a punto de reventar, encallado en el mar de Weddell. Más de cinco sobre una placa de hielo. Diversión. “Hemos atravesado el infierno, y no hemos perdido ninguna vida”, telegrafió Shackleton a su esposa, tras 16 meses sin pisar tierra firme.

“Dios bendiga a nuestros queridos perros”. Entrenar con los perros, cuidarlos, jugar con ellos, se convirtió en el principal asidero de la tripulación de la malograda nave de Shackleton mientras esta fue algo digno de ese nombre. Debían pensar, con razón, que no había nada, que no había nadie más desgajado del planeta que ellos mismos en ese momento. Estaban, por supuesto, equivocados:aún el casco del Endurance tenía que crujir con alborozo, hundirse en el mar de hielo y su tripulación, saltar salvando lo que pudieran. Entre mucho, los perros. Tras distintos intentos de partida frustrados, con motín incluido, los 28 hombres de la tripulación flotaban sobre un enorme trozo de hielo que menguaba por momentos, al igual que la comida, al igual que la luz del sol. En enero, al escasear la carne de foca, tuvieron que sacrificar a los perros, primero, para ahorrar en raciones;después, para comérselos.

Cuando seguir a flote sobre el agua congelada se les hizo imposible, se echaron al mar en tres botes, con el improbable objetivo de llegar hasta isla Elefante. Cosa que, tan inexplicablemente para ellos entonces como para nosotros ahora, consiguieron. Tres de ellos, con Shackleton a la cabeza, sacarían fuerzas para alcanzar la estación ballenera de South Georgia y pedir ayuda. Era el 20 de mayo de 1916: “Mi nombre es Shackleton, ¿cuándo terminó la guerra?”.

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