La política sobre los árboles

La autora Paola Caridi.
La autora Paola Caridi. / D. S.

La ficha

'La morera de Jerusalén'. Paola Caridi. Traducción Melina Márquez García-Largo. Errata Naturae. 208 páginas. 20 euros

Dice Paola Caridi que en la tradición del Levante, por el Mediterráneo oriental, la morera se considera un árbol de apego. Los palestinos miran las moreras con ternura y fascinación, aunque son árboles que carecen de un papel concreto. No resultan majestuosas en significado a diferencia, por ejemplo, de los olivos, las encinas, las palmeras, los algarrobos o los sicomoros. Aparte, son tildadas de sucias porque dejan los suelos pegajosos en jardines particulares y sobre acerados públicos. Sin embargo, es una morera de Jerusalén la que inspira este libro, que bascula entre lo botánico y lo político, y que está escrito por la citada historiadora y periodista especializada desde hace años en Oriente Próximo.

Hay otra forma de ver la desventura y el dolor secular en estas tierras demediadas por la fuerza entre el actual estado de Israel y los históricos predios de Palestina. Paola Caridi nos habla de cómo los árboles, a través de la acción humana, se convierten también en agentes políticos que modifican el hábitat y el paisaje para reconstruirlos a conveniencia. Pinos del Monte Nebo. Olivos de Belén. Sicomoros de Gaza. Los árboles y las plantas tienen su aura simbólica en el acervo cultural de los pueblos. Pero muchas veces, como ha ocurrido en Israel/Palestina, los árboles han sido usados en monocultivos extensivos para borrar toda huella cultural anterior.

Caridi recuerda cómo las autoridades israelíes prohibieron a los palestinos la recogida de ciertas plantas milenarias a fin de anestesiar y hacer desaparecer sus tradiciones. Incluso en zonas bombardeadas se procedió a la plantación intensiva de nuevos árboles para hacer visible el nuevo paisaje político erigido por el ocupante. Recuerda la autora lo que dice Emanuele Coccia en La vida de las plantas: “Están privadas de sentidos, pero no son en absoluto inaccesibles; de hecho, ningún otro ser vivo se adhiere al mundo que le rodea con mayor intensidad”.

Más allá de los capítulos dedicados a los naranjos de Jaffa o a los viejos sicomoros de Gaza (esos árboles-plaza que sólo existen ya bajo el picadillo de piedras y cadáveres de hoy), en el libro también se habla del significado político y del espíritu de resistencia contra el poder que los espacios verdes han tenido en lugares referenciales como Estambul (el parque Gezi, en la plaza Taksim, fue símbolo de la primera gran contestación contra el presidente turco Erdogan). También, en la vastedad pavorosa de El Cairo, los árboles son talados a millares en barrios como Heliópolis, Shobra, Al-’Abbasiyya, Nars o Muqatam a fin de agrandar aún más las hechuras del dinosaurio cairota con viaductos, puentes y nuevas autovías (el arquitecto egipcio Sadeek Saad lo llama como “El Cairo pretoriano” y militarizado que siguió a la contrarrevolución de 2013). Lo dicho, todo un libro de botánica política o de política vegetal.

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