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El último hombre de Europa

  • George Orwell se retiró a la isla de Jura, en Escocia, para escribir ‘1984’ 

  • Dedicó sus últimos años a dejar su mensaje para las generaciones desde el rincón remoto que amaba

Barnhill, la propiedad en la que George Orwell escribió 1984, en el extremo norte de Jura.

Barnhill, la propiedad en la que George Orwell escribió 1984, en el extremo norte de Jura. / Odd Wellies

Probablemente, el nombre les suene por el whiskey, porque es un buen whiskey. Jura es una pequeña isla de las Hébridas Interiores. El tipo de lugar al que todo el mundo va de excursión un día en ferry. Sin embargo, Jura lo tiene todo para quedarse: la nada. Su nombre deriva de alguna denominación nórdica para ciervo, y los sigue habiendo. Los sigue habiendo mucho, me refiero. La proporción cérvidos-humanos es de 25-1.

Para George Orwell toda esa nada también lo tenía todo. Escogió la isla para vivir sus últimos días, con y sin consciencia de ello, y lo hizo muy vehemente. Su hogar, Barnhill, está aún (es posible hospedarse allí) en el extremo menos habitado de la isla. La finca parece construida, en efecto,para que te creas al borde del vacío. El refugio del último superviviente. George Orwell escribió 1984 en ese rincón perdido. El primer título del manuscrito era, de hecho, El último hombre de Europa. Vivió allí junto a su hermana, Avril; su asistenta, Susan y su hijo Richard. La decisión de perderse en una remota isla de Escocia venía dada, a partes iguales, por escapar de Londres y por tratar de recuperarse de la muerte de su esposa, Eileen. En Jura, Orwell criaba gansos, cazaba conejos, recogía turba. Su hijo recordaba, más tarde, el sonido rotundo de la máquina de escribir y la sensación de que, a pesar de todo, aquella no era una casa de vacaciones, sino el lugar en el que su padre quería vivir.

George Orwell recreó un Londres de sombras calcinadas, expresionista y correoso en uno de esos paisajes septentrionales que llenan el alma, de azules infinitos y playas blanquísimas, de púrpuras delicados y bóvedas en explosión lumínica.

Hoy sabemos que, de entre las dos propuestas posibles (1984 y Un mundo feliz) es la de Huxley la que parece llevarse el gato al agua. Curiosamente, la más distópica, la que más se separaba de la realidad conocida: Orwell no hizo más que aliñar lo que había visto ocurría en los totalitarismos, la neolengua, la repetición de máximas, los mensajes falseados, los mil ojos tras las paredes– cuántas cosas en común aun así, ¿eh?–. Nada que no pasara en España, en Alemania y en Rusia. Orwell era un socialista convencido pero era también un convencido demócrata. Escarpiaba cuando escuchaba a izquierdistas de la época tragar con todo lo que hubiera que tragar para blanquear el régimen estalinista.

Y es que Orwell –a quien todos conocemos por su nombre de autor, pero que realmente respondía al de Eric Blair– no sólo escribió 1984 en Jura sino, también, su famosa lista. Un compendio desclasificado hace   años por el gobierno británico y en el que facilitaba a la IRD, la oficina de propaganda británica, una lista de nombres ‘criptocomunistas’ , Fellow Travellers y simpatizantes tibios de lo soviético. Treinta y ocho nombres, entre ellos, Chaplin, Michael Redgrave, Orson Wells, Bernard Shaw. La ‘lista de Orwell’ se ha usado a menudo para señalarlo como gran fraude y soplón. Traidor final, en su último acto. ¿Qué ocurrió realmente? Pues, en gran medida, sí, una mujer. Celia Kirwan: una amiga que trabajaba para el Foreign Office. Kirwan le pidió ayuda a la hora de saber con qué nombres podría contar o no la moral inglesa: no fueran a estar encargando voz y textos a “agentes dobles”. Orwell entregó su lista en mayo de 1949, meses antes de morir. Obviamente, es un gesto libre de interpretación. Ninguno de los nombres, sin embargo, sufrió represalias: lo único que les ocurrió es que le gobierno no los consideró como posibles narradores de lo que hoy llamaríamos “el relato”. “Parece que la lista ni siquiera pasó al MI5 o MI6”, apuntaba sobre la lista orwelliana Timothy Garton Ash.

En Jura, además de escribir, Orwell criaba gansos, cazaba conejos, recogía turba

Respecto a la señorita Kirwan, Orwell le pidió que se casara con él. Ella lo rechazó. Si el episodio carece de algo, es de originalidad: hubo cuatro mujeres a las que Orwell se propuso en ese tiempo. El escritor podía estar viviendo sus últimos años en un rincón perdido del mundo, pero desde luego que los aprovechó. Y, más aun, teniendo en cuenta que todos esos momentos: el mar, el brezo, la naturaleza como potente caricia, los enamoriscamientos desesperados, el tecleo que iba alumbrando (claclaclaclá) el imaginario de la opresión, todos ellos iban de la mano de las, digamos, intermitencias de la muerte.

En el verano de 1947, a mitad del proceso de escritura de 1984, Orwell y su hijo tuvieron un accidente. A unos cinco kilómetros de la costa de Jura, a la altura de Barnhill, existe un remolino marino que, según los flujos y reflujos de la marea, puede ser casi imperceptible o convertirse en algo parecido a un maelstrom. Orwell confundió la tabla de las mareas y el remolino los succionó: perdieron la barca en la que iban y tuvieron que refugiarse, a nado, en una cueva. Un pescador de langostas que pasaba cerca los rescató horas después.

Orwell se las arregló para terminar el primer borrador de 1984 ese mismo año pero, justo antes de Navidad, un médico los visitó en la isla para confirmarles lo que ya temían: la tuberculosis que el autor había padecido años antes había vuelto a hacer acto de presencia. El escritor tuvo que retirarse varios meses al hospital de Hairmyres, aunque volvió a Jura para terminar el manuscrito. Una decisión que, probablemente, aceleraría su muerte. Quería cumplir con el plazo marcado por el editor (diciembre de 1948) pero, a pesar de sus peticiones, ningún mecanógrafo (qué digo, mecanógrafa) quiso trasladarse hasta aquella isla del demonio, así que fue él mismo, sentado en la cama, quien transcribió las cinco copias solicitadas.

En 1949, su salud estaba tan deteriorada que tuvo que dejar Jura para ingresar en un sanatorio en Gloucestershire, donde murió en enero de 1950.

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