Cultura

La hez de Hollywood

  • La editorial Anagrama publica la recreación de la vida del actor Fatty Arbuckle. Una existencia repleta de excesos que fue voceada por William Randolph Hearst

A Roscoe Arbuckle lo descubrió para el cine un tipo que expelía el aliento de un desayuno a base de cebolletas, lechugas, nabos crudos y whisky: el productor de los estudios Keystone Mack Sennett. Esa fetidez fue el manto envolvente que la industria de Hollywood echó encima de sus 226 libras. Y se convirtió en Fatty Arbuckle. Era 1913. Sennett pagó las chanzas y piruetas del gordo en la pantalla -era una mole ágil- a tres dólares diarios. Cuatro años más tarde, el actor firmó con la Paramount levantándose cinco mil pavos a la semana. El apellido Arbuckle se hizo un hueco al lado de los Chaplin, Keaton… Y en 1921 dio una fiesta para celebrar una renovación del contrato que le reportaría tres millones de dólares en los próximos tres años. Hay que situarse: es 1921, un millón de dólares anual. El mayor sueldo jamás pagado por un estudio. Arbuckle tiene 34 tacos, es una luminaria del cine, está en la cima de su carrera. Y le ha echado el ojo a Virginia Rappe, con su piel lechosa, su pelo del color de la noche y una sed de éxito insaciable, como la de whisky. Ella es una de las invitadas a la jarana que se organiza en las tres suites del hotel St. Francis de San Francisco. No hace falta neón para que alumbre que Priva y Sexo es lo que corre por esas habitaciones, mezcla a la que huele la tragedia cuando la Rappe, 25 años, es sacada a rastras, desgarrada y desnuda de la fiesta: se había encerrado con Arbuckle en un baño. Moriría días después y el actor sería acusado de violación -con botella de CocaCola de por medio- y homicidio. Y entonces, el gigante de los tres millones de dólares es un enano hundido en el banquillo de los acusados del que se levantará absuelto pero sin perdón. Había sido condenado mucho antes de que terminara lo que se considera el primer juicio-espectáculo a una estrella de la industria del ocio.

La prensa había encontrado una mina en las cloacas de la fábrica de sueños y los lectores se lanzaban a por esas revistas y periódicos como ratas bulímicas dispuestas a tragarse una ración que vomitarían nada más ingerirla entre arcadas de indignación y eructos de satisfacción. ¿Quién era uno de los que vieron el negocio en la persecución de las bajezas y miserias de las estrellas de la pantalla? William Randolph Hearst. Sus tabloides fueron a por Arbuckle, ejemplo desde la aciaga fiesta en San Francisco de la degradación moral que según los vigilantes de las buenas costumbres escupía el cine, todavía mudo. Y así, aunque el Gordito rogó que le dejaran volver a actuar y que era inocente y que regresaría con algo grande, fue imposible. El linchamiento lo había dejado para el arrastre. Cayó en picado. Se aferró al whisky y la heroína. Murió a los 46 años. Ahora, Jerry Stahl entrega esta crónica de su auge y caída en la propia voz de Arbuckle. De entre los muertos.

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