Arte

Cuando el color sirve de sabio pretexto

  • La exposición de Pablo Fernández-Pujol en el castillo de Santa Catalina revela a un artista total, capaz de cambiar de registros para trocar la figuración en la abstracción más esencial

Una imagen de la exposición de Fernández-Pujol en Santa Catalina.

Una imagen de la exposición de Fernández-Pujol en Santa Catalina. / Miguel Gómez

Desde hace tiempo considero que Pablo Fernández-Pujol es de nuestros artistas más serios; alguien en quien confiar por su obra convencida y convincente Su trabajo lo ha venido demostrando en estos años –aunque no muchos porque es, todavía, muy joven– en los que ha desempeñado una lúcida labor en torno a un arte al que ha sabido sacarle muy buenas propuestas. Comenzó su carrera, tras la Facultad, recorriendo caminos con gran serenidad. Fui testigo de ello, cuando, él y Alejandro Botubol, un buen dúo que, cada uno por su camino, han quemado muy buenas etapas, me solicitaron la presentación de una acertada exposición, iniciática pero con mucha clarividencia, en los espacios del Baluarte de Candelaria. Después todo cambió para bueno – tanto a uno como a otro– y a los dos los hemos visto en comparecencias de muy buen calado y rotundo éxito.

Muchos son los registros artísticos de Pablo Fernández-Pujol. Está inmerso, como no podía ser de otra manera, en los vastos esquemas que configuran el arte contemporáneo. Por eso, su obra no se detiene en una única formulación sino que se adentra, con paso firme, por muchas circunstancias de una plástica actual que se sabe acondicionar a sus ilimitadas formas creativas. Este conocimiento de los entresijos que intervienen en lo artístico le hacen portador de un lenguaje abierto, con los postulados sabios de una realidad que ocupa mucho más de un único estamento expresivo. Hemos asistido, con mucha complacencia, a momentos de importancia en la carrera de Fernández-Pujol; planteamientos muy lúcidos de una pintura realista que marcaba nuevas rutas en la ilustración de la figuración también lo hemos visto como sabio modificador de los espacios escénicos para que éstos contribuyesen a un establecimiento novedoso de la plástica intervencionista. Asimismo, Pablo Fernández-Pujol ha unido situaciones diferentes para que se yuxtapongan en un único sistema conceptual de marcado poder significativo. Todo ello para buscar una plástica en abierta expansión donde la realidad artística manifestara sus más amplios desarrollos y desenlaces creativos.

La exposición que se presenta en la sala principal –o eso me parece a mí que sea– del Castillo de Santa Catalina nos revela a un artista total; artista total capaz de cambiar de registros para trocar la figuración en los parámetros de la abstracción más esencial; esa que difumina lo concreto y reduce su espacio a las formas básicas de un color, en sus manos, tremendamente definidor. Pablo Fernández-Pujol establece las pautas cromáticas en una pintura que abre las perspectivas absolutas de toda la dimensión del abstracto; la evocación, la referencia, el planteamiento del arte por el arte, la plástica en su exultante formulación; en definitiva, la acción misma del color en su función más íntima y espiritual.

El artista manipula la materia cromática, la hace inmensamente maleable, la lleva por distintos caminos expresivos y hace de ella composiciones de muy dispar naturaleza hasta desentrañarle su mágica función simbólica, además de posicionarla en unos espacios que rompen la linealidad habitual de los soportes al uso para encontrar acomodo en muchas otras circunstancias que potencian el propio desarrollo plástico del color.

El espectador, nada más entrar en la sala, se encuentra con toda una declaración de intenciones. Sobre un gran soporte en vertical Fernández-Pujol ha expandido, perfectamente alineadas, un campo de jeringuillas llenas de color que, al tiempo que nos introducen en una pequeña intervención plástica, nos predisponen a la sutil referencia existencial en la que nos encontramos por culpa del mal que acecha – muchas de las obras que se exponen son producto de los días de confinamiento–, dejando claro que cualquier realidad es susceptible de incidir en un desenlace social al tiempo que recrea esa pasión expresiva por la forma. El conjunto de la muestra ofrece un recorrido por un sistema interpretativo con las propias marcas cromáticas que van ejerciendo una poderosa función formal y abriendo rutas por donde la materia infunde su contundente fuerza plástica. Cuadros abstractos que suscriben la fortaleza de la plástica cromática; piezas tridimensionales que provocan bellos ejercicios de determinantes efectos visuales; escuetas intervenciones espaciales que nos retrotraen al Fernández-Pujol sabio ejecutor de instalaciones. Todo en una muestra bien pensada, mejor estructurada y acertadamente llevada a cabo.

De nuevo, las buenas perspectivas de aquel joven que fue un artista emergente a seguir se hacen presente en los activos de un autor, ya, en plena joven madurez.

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