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Cultura

El canon del Gastor y sus digresiones

Quien haya tenido la oportunidad de escuchar alguno de los registros de Diego del Gastor obtenidos en fiestas habrá podido comprobar que el guitarrista siempre estaba pegado a su guitarra, que la tocaba sin cesar y que no la abandonaba ni siquiera para iniciar cualquiera de sus conocidos parlamentos en los que se ponía a opinar de cualquier tema que surgiera en la conversación. Ocurre así, por ejemplo, en la deliciosa película debida al desaparecido Danny Seymour que se exhibe en la exposición Flamenco Project (Cajasol), de la que se ha dado cuenta en esta sección. En ese film, que recoge una fiesta en la Venta La Escalera, el guitarrista, tocado con un pañuelo, lo mismo acompaña el cante que habla o se arranca a tocar La Marsellesa. Pues bien, el disco que se ofrece dentro de este IV volumen de Flamenco y Universidad tiene la virtud de ser también un retrato sonoro del artista al reunir el toque genuino que lo define junto a sus digresiones y ocurrencias guitarrísticas en las que, de paso, demuestra un amplio conocimiento musical. De esa forma, en el disco se pueden escuchar lo mismo un vals sudamericano que un pasodoble, una salve, La Marsellesa ya citada o la pieza Para Elisa de Beethoven, junto a toques por farruca, alegrías, seguiriya, soleá, una rumba con sones americanos, y un amplísimo corte de 18 minutos de bulerías. En otro de ellos, incluso él adopta un papel secundario al acompañar, por soleá, el recitado de unos versos por parte de Alberto García Ulecia.

Da igual lo que toque el maestro, siempre lo hace con una extraordinaria flamencura y metiéndolo todo a compás, con ese metrónomo que parecía llevar dentro sin que se notara. En la escucha, uno disfruta de lo preciso y canónico de sus interpretaciones, que siempre impregna de su personalísima impronta y de los aires de Utrera y Morón, y también por la frescura y desenfado de que hace gala en otras ocasiones. Una síntesis de la amplitud de su toque se encuentra en el señalado amplio corte por bulerías, en el que pegan, sin demasiado disimulo, diferentes grabaciones. Pero su conjunto constituye un monumento a su personalidad tocaora que se puebla de falsetas encadenadas por su prodigiosa alzapúa y donde se integran influencias cultas (Beethoven) y populares (las canciones de García Lorca) que mete a compás con singular maestría y sin dejar de sonar nunca a Diego.

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