Música (dramática) para metales

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Cinco bandas sonoras candidatas al Oscar, cuatro al Goya: trabajos entre la tradición y la modernidad, entre la eficacia probada y cierta voluntad de riesgo

Thomas Newman ('Skyfall').
Thomas Newman ('Skyfall').
Manuel J. Lombardo

16 de febrero 2013 - 05:00

En un repaso a las cinco candidatas al Oscar a la mejor banda sonora de este año, Lincoln, del veterano John Williams, Life of Pi, del canadiense Mychael Danna, Skyfall, del norteamericano Thomas Newman, Argo, del francés Alexandre Desplat, y Anna Karenina, del italobritánico Dario Marianelli, puede detectarse una apuesta por viejos modelos de intervención clásicos, sinfónicos y orquestales (Lincoln, Karenina) junto a una más que notable presencia de las músicas étnicas o de raíz folclórica convenientemente filtradas por los modos, texturas y ritmos de la world music, a saber, ese calculado melting pot multicultural que tan buena suerte comercial ha conocido en las últimas décadas y que ha posibilitado que recientemente el Oscar haya ido a manos de compositores como el chino Tan Dun (Tigre y dragón), el argentino Gustavo Santaolalla (Babel, Brokeback Mountain) o el indio A.R. Rahman (Slumdog millionaire).

Ganador de cinco Oscar y candidato en 48 ocasiones, el octogenario John Williams vuelve en Lincoln (Sony) a un territorio natural, a esa americana a lo Copland que él mismo ha venido modulando con sello propio desde mediados de los años 70 en un sinfín de trabajos, incluidas todas sus colaboraciones con Spielberg. Su score, sobrio, elegíaco, íntimo y épico a un mismo tiempo, incide en el perfil escultórico y en claroscuro del Presidente de Presidentes, con apuntes del folclore norteamericano y los inevitables crescendos en busca de una emoción netamente patriótica.

Igualmente deudor de la tradición, en este caso la eslava, el score de Marianelli para Anna Karenina (Decca) se nos antoja gozosamente inspirado en su trabajo melódico a partir de la recreación de valses contagiados por la inconfundible melancolía rusa y ciertos aires klezmer. El ganador de un Oscar en 2007 por Expiación vuelve a colaborar con Joe Wright en esta versión libre y escenográfica de la novela de Tolstói que confía buena parte de su efectividad a una música hermosísima y romántica liderada por el violín de Jack Liebeck y con la participación vocal de Anoushka Shankar.

El canadiense Mychael Danna, colaborador habitual de Atom Egoyan y uno de los principales impulsores de la fusión multicultural en las bandas sonoras, vuelve también a un terreno conocido, la música hindú (La boda del monzón), para su nuevo trabajo junto a Ang Lee. Prologada por una delicada canción de cuna, la música de Life of Pi (Sony), ganadora ya del Globo de Oro, se despliega generosa en timbres, modos y acentos folclóricos de la India con unas suavidades orquestales que hacen de su escucha un ejercicio de relajación mística para tiempos ruidosos y descreídos.

También realiza un concienzudo trabajo de integración de la música persa el francés Alexandre Desplat en Argo (WaterTower), la segunda firmada este mismo año junto a Zero Dark Thirty con instrumentación y trabajo melódico-armónico made in Oriente Medio. Las bases programadas y los pasajes orquestales hacen sitio a las percusiones y otros elementos característicos (dentro del cliché occidental) de la música árabe, en un tapiz funcional y efectivo que, no obstante, no se cuenta entre los trabajos más inspirados del compositor más ocupado de nuestros días.

Por último, Sam Mendes sigue fiel a Thomas Newman incluso cuando se integra en las obligaciones de una franquicia como la saga Bond. El compositor angelino no puede ni quiere evitar el reconocible sonido bondiano marcado por Barry, aunque su score para Skyfall (Sony) integre todos los ingredientes de la electrónica y la world music más viajera para completar un frenético correlato musical que se pega a la acción allá donde esta se desarrolle, de Estambul a Shanghai.

Por el camino, Hollywood se olvida este año del aire épico-sureño de Bestias del Sur salvaje (Cinereach), de Romer y Zeitlin, y del impresionante trabajo de Jonny Greenwood para The Master (Nonesuch), un score que da el máximo nivel de exigencia, originalidad y complejidad que se le puede pedir hoy a la música de cine, y vuelve a cerrar la puerta a esos otros sonidos contemporáneos (pienso en Arbitrage, de Cliff Martinez) a los que el Oscar a La red social (Reznor y Ross) dio al fin carta de naturaleza en 2010.

Y el Goya es para…

Ante la ausencia de Alberto Iglesias y Roque Baños, dominadores absolutos de los Goya en la última década, la edición de 2013 confirma dos tendencias en la música de cine española. Tanto Fernando Velázquez (Lo imposible) como Zacarías M. de la Riva (Las aventuras de Tadeo Jones) pertenecen a esa nueva generación de compositores de escuela con un oído en Hollywood y otro en Los Ángeles, a saber, compositores de oficio y plantilla cuya personalidad queda diluida en el déjà vu y la funcionalidad entendidas como ejercicio de aplicada transparencia y efectividad. De la sobredosis melodramática y el plagio morriconiano de Lo imposible al mickey-mousing iconoclasta y lúdico de Tadeo Jones, tanto uno como otro parecen tener su hueco garantizado en Hollywood a poco que haya suerte. Evidentemente, la música de Alfonso de Vilallonga para Blancanieves, factor dramático estructural en la película muda de Pablo Berger, se empapa de los clichés de la españolada y el pastiche sinfónico adornado por canciones y aires flamencos en la deliciosa voz de Silvia Pérez Cruz. Pocas opciones le quedan así a la que, a mi juicio, es la mejor y más ajustada música dramática de las que compiten, la de Julio de la Rosa para Grupo 7, un trabajo conciso, urbano y contemporáneo que incide en la acción a través de la percusión y los elementos rítmicos.

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