Obituario

Muere Juan Giménez, el dibujante argentino que sumergió al cómic en mundos futuros

Juan Giménez.

Juan Giménez.

Hoy me siento afortunado y triste. Afortunado gracias a esos momentos que atesoro junto a grandes profesionales de un medio que amo, el cómic. Pero la tristeza me embarga porque uno de ellos, un grande de las viñetas se ha ido, víctima de este miedo invisible que nos obliga a todos a estar confinados en nuestros hogares en estos días grises.

Juan Giménez, autor argentino, conversador brillante, narrador de divertidas anécdotas y, sobre todo y ante todo, creador de universos de ficción que me atraparon, hace ya años, cuando siendo un chaval que se sumergía en las páginas de revistas como 1984.

Junto a guionistas como Ricardo Barreiro, o en solitario, el talento de Juan brillaba en aquellas viñetas, primero en blanco y negro, repletas de detalles, en las que tenías que detenerte un buen rato para disfrutar al completo de los dibujos de Juan… Y entonces llegó el color, y ¡dios mío! Aquello fue un auténtico puñetazo en las retinas, un placer visual que nos sumergió en mundos futuros, conocimos gracias a él La Estrella Negra y las vicisitudes e historias de Los Metabarones, junto a Jodorowski.

Juan era capaz de dibujarlo todo, creo se le podría calificar como ‘dibujante perfecto’, ya que no había temática ni género que se le resistiera. Ahí quedan como prueba Ciudad, El extraño juicio a Roy Fly, Basura, Cuestión de tiempo… y tantas otras buenas historias.

Voy a atesorar las horas que pasé junto a él cuando estuvo en Cádiz, invitado de las Tardes de Cómic, donde una vez más demostró lo grande que era. Tan solo compartiré una, de entre muchas anécdotas que nos ocurrieron en aquellos días: en el evento que protagonizó, nos hizo un gran regalo, un magnífico dibujo que desde entonces cuelga en esa ‘galería’ improvisada en la Casa de la Juventud.

Pues bien, cuando el encuentro terminó, no satisfecho con su trabajo, lo descolgó del caballete y, colocándolo sobre una mesa comenzó a redibujar líneas, aplicar sombras… Y así un rato, transformando lo que ya era bueno en algo magistral.

Tiempo después tuve la suerte de poder volver a encontrarme con él en el Salón de Barcelona donde me hizo su último regalo, unas palabras e imágenes grabadas que sirvieron como prólogo único al documental Vivir para dibujar, dibujar para vivir. Ellas resumen todo lo que es el amor, la pasión por su profesión, la de dibujante de cómics.

Pero atenuemos nuestra profunda tristeza porque Juan no se ha ido, ni lo hará nunca. Impresa queda su obra, docenas de páginas que podremos volver a recorrer una y otra vez para perdernos en ellas, rindiéndonos a ese síndrome de Stendhal que se experimenta con ellas.

Adiós Juan, surca ese horizonte infinito a bordo de tu amado As de Pique…

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