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Isla Aguilar, directora del FIT: "Los festivales tienen que tomar riesgos, y yo los estoy tomando"

Isla Aguilar, directora del FIT de Cádiz.

Isla Aguilar, directora del FIT de Cádiz. / Lourdes de Vicente

Isla Aguilar, directora del Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz, cree firmemente en que el teatro debe ser “un espacio de libertad” donde “los creadores y creadoras puedan probar cosas”, y cree, y crea, festivales “donde se apoye a esos creadores, donde, incluso, se puedan equivocar”. “Porque un festival también tiene que equivocarse, tiene que tomar riesgos. Porque una cosa es una programación de temporada de un teatro y otra cosas son los festivales, que deben ser punta de flecha, donde quepan experimentos, que salen mejor o salen peor, pero debe existir un compromiso. Se deben tomar compromisos y riesgos, y yo los estoy tomando”, defiende la responsable artística de una cita que el pasado 5 de noviembre concluyó su 38º edición.

Una edición “luminosa” aunque no exenta de “sombras”, califica Aguilar que agradece la implicación –“se han partido los cuernos, dicho coloquialmente”– de un equipo que este año, “por el parón administrativo” que supone un cambio de Gobierno, ha arrancado más tarde de lo debido. “Desde que llegamos a la dirección del festival (el primer año como invitados, ya estas tres ediciones tras ganar un concurso público) ya vimos que los tiempos de trabajo eran muy justos pero este año han sido aún más. Toda esa parte administrativa, que al final tiene que ver con las licitaciones y la puesta en funcionamiento, ha empezado más tarde y eso afecta a muchos niveles”, se sincera la directora que, sin embargo, se queda con la satisfacción –“aunque haya costado mucho”– de mantener “esa puerta abierta” que convierte al FIT en “un espacio seguro” donde los artistas pueden crear libremente. “La exhibición es una parte, es la punta del iceberg pero, por debajo, el FIT mueve tantas cosas... No estoy muy segura de si eso la gente lo ve o no lo ve, pero sí puedo asegurar que los agentes del sector, artistas y programadores internacionales, sí están viendo un FIT muy potente que cada vez levanta más interés en el panorama de los festivales”, asegura.

Quizás, una prueba de ello es el apoyo que la Fundación Siemens, a través de su línea de trabajo con Iberoamérica, Terreno Común, ha ofrecido a uno de los proyectos que se han puesto en marcha en el último FIT y que más ilusionan a Isla Aguilar, la Escuela del Sur.

“Una de las carencias que encontramos cuando llegamos a Cádiz, a base de hablar con gente porque no traíamos una idea preconcebida de nada, es que había un tipo de creadores, más ligados a prácticas con lenguajes más contemporáneo o que buscan otro tipo de estéticas, que se tuvieron que ir fuera porque no encontraban aquí posibilidad de formarse y tampoco mucho lugar para exhibir. Es una generación que se fue a estudiar a Sevilla o a Málaga, a Madrid, a Barcelona y estuvimos hablando con ellos y vimos que había que hacer algo. Así arrancamos esta Escuela del Sur que tiene como dos líneas, como dos laboratorios de formación, una para chavales muy jóvenes, que están en el Bachillerato de Artes Escénicas, y otra para esa generación que se fue y que quiere volver o que le gustaría emprender algo en su territorio”, explica la directora sobre una iniciativa que comenzó con cinco días de laboratorio en el Baluarte de la Candelaria en este FIT y que tiene como mediadores a los creadores Alberto Cortés y la gaditana Rosa Romero pero que encuentra su conexión con el festival “porque lo vinculamos también con los artistas latinoamericanos, de hecho, Lastesis estuvieron con ellos en esos días”. “Es un espacio de compartir prácticas, ideas, de explorar cosas, de mirar afuera a partir de los artistas que pasan por el festival”, precisa Aguilar que idea “varios laboratorios con distintas jornadas durante el año” con la idea de que en el próximo FIT “se pueda compartir el trabajo que se ha estado haciendo”. Pero su deseo, de hecho, es el de “conseguir los apoyos suficientes” para mantener esta estructura en el tiempo.

“Yo siempre se lo dije a Lola (Cazalilla) y ahora se lo digo a Maite (González) –anterior y actual concejala de Cultura–, Cádiz tiene el potencial de generar un espacio de punto de encuentro muy en la línea de la Academia de España en Roma, que son espacios donde se juntan creadores convirtiéndose en un caldo de cultivo maravilloso para que sucedan cosas. Y aquí, en Cádiz, bajo el paraguas del FIT, hay mucho potencial para hacer eso durante distintos momentos del año a través, por ejemplo, de residencias”, decide.De hecho, esa concepción de festival también destinado a fortalecer el músculo de creación y producción, y como escaparate que facilite corredores de programación para los creadores, se está materializando en los últimos años en la pata de “apoyo a creación y desarrollo de proyectos, residencias y acompañamiento de procesos” que en esta edición ha dejado, entre otros materializaciones, “uno de los proyectos más lindos y del estilo que a mí, personalmente, más me interesan”, cuenta la directora en referencia a La velocidad de la luz de Marco Canale.

Una parte del elenco gaditano de la obra ‘La velocidad de la luz’ antes de uno de sus ensayos en el castillo de Santa Catalina. Una parte del elenco gaditano de la obra ‘La velocidad de la luz’ antes de uno de sus ensayos en el castillo de Santa Catalina.

Una parte del elenco gaditano de la obra ‘La velocidad de la luz’ antes de uno de sus ensayos en el castillo de Santa Catalina. / Julio González

Proyectos “vinculados al territorio” y que nos hacen pensar en ciertos modos de “las sociedades neoliberales donde se aparta al que no produce, y eso es lo que está ocurriendo con nuestros mayores”, define su mirada sobre el resultado del trabajo que el creador argentino realizó con un grupo de gaditanos de entre 60 a más de 80 años recuperando su memoria y compartiéndola con los espectadores del FIT tanto en la intimidad de sus casas y patios de vecinos como en una pieza más ficcionada en la playa de La Caleta. “Ya no es sólo que todo lo que ocurrió allí tocaba en algo muy dentro, sino que se generó comunidad entre ellos, personas que comenzaron el taller de Marco con más achaques o menos ganas acabaron ilusionados y dándolo todo. Pero es que, además, los programadores que lo vieron, gente de otras partes de Latinoamérica, conectaron profundamente con eso y empezaron a comprender que hay mucha tela, mucha, detrás de ese carácter vuestro con esa sonrisa que oculta todo lo castigado que ha estado este territorio”, analiza.

La velocidad de la luz también ha sido para Aguilar otra manera de conseguir otro de los objetivos que se marca, el de “ensanchar el concepto de inclusión”, que al teatro “estamos llamados todos y todas y todas y todos nos tenemos que ver reflejados, no sólo porque nos lo cuente otro sino viendo en escena a esos colectivos”. Por ello, la directora del FIT también se congratula de que el Inaem haya confiado en el festival para celebrar en Cádiz sus jornadas itinerantes de inclusión que “son las que han posibilitado, junto a fondos europeos que conseguimos de la presidencia de España en Europa, que podamos traer al festival una producción del tamaño de Supernormales del CDN”, desvela.

Sin duda, y junto a Muero porque no muero de Paco Bezerra que arrastraba la polémica por su censura en Madrid –“yo me meto en unos berenjenales...”, ríe–, Supernormales ha sido “uno de los grandes hits de este FIT”, tilda. Una producción que sin apoyos, insiste, “por el volumen, por la cantidad de personas que mueve porque el CDN gira con sus propios técnicos y porque en esta obra los actores tienen sus acompañantes”, no hubiera sido posible traerla en el festival.

Una de las escenas finales, quizás la más disparatada, de 'Supernormales'. Una de las escenas finales, quizás la más disparatada, de 'Supernormales'.

Una de las escenas finales, quizás la más disparatada, de 'Supernormales'. / Lourdes de Vicente

También se enorgullece Aguilar de haber traído “por primera vez, no a Cádiz, sino a España” al colectivo Krapp que, de hecho, ya tiene otras fechas cerradas por nuestro país. “Cuando aparecieron revolucionaron el teatro argentino, son una gente muy inquieta, que tocan muchos palos, son creadores muy libres y, por ello, y por una cuestión también de sostenibilidad, les propuse aprovechar que venían y hacer una estancia más larga para que se viera una muestra de lo que es el colectivo y todo lo que hacen”, argumenta la directora que también contó con la complicidad de Javier Miranda, director de Alcances, que proyectó en Alcances una película documental de El Pampero (con Alejo Moguillansky, vinculado también a todo el universo del colectivo Krapp) “así presentaron la peli documental, que el conocía El Pampero Cine, se lo comenté a Miranda que conocía a Mogillansky, aprovechamos esos días y preparamos el Efectos especiales, el pasacalles performático que generó mucha historia, presentamos en el FIT la película La edad media y cerramos con Hielo negro, la última obra que trabajaron juntos Luciana Acuña y Luis Biassoto que falleció de una forma tan inesperada con su chica, que también es de Krapp, embarazada de cinco meses... Funcionó todo muy bien y, fíjate, ahora se los están llevando a todas partes”, reivindica Aguilar que es consciente de que prepara “una programación muy heterogénea” porque “las propias artes escénicas son muy ricas, y pienso que hay que mostrar toda esa riqueza”.

“Para mí el teatro es mucho más que una obra al uso en el Falla, que también es importante”, recuerda la artífice del FIT que también se ha preocupado por completar muchas de las obras de exhibición con posteriores coloquios de los creadores con el público y con las, ya, clásicas funciones para escolares, o por ofrecer esos espacios de prueba a creadoras como Lastesis –“que estrenaron en el FIT su nuevo proyecto”– o a Societat doctor Alonso “con un taller abierto y proceso, en paralelo”.

Además, en la propuestas destinadas a la exhibición, Aguilar tiene claro que “no nos ponemos de perfil ni huimos de profundizar en las capas más profundas aunque, a veces, escueza”, reflexiona Aguilar que, en casos como el ocurrido con la obra Bezerra, mira hacia su profesión para recordarles a los programadores que “tenemos una responsabilidad, no podemos dejar que esto pase, y si empezamos a achantarnos y autocensurarnos, eso sí que es algo muy grave”, advierte.

Por eso, cuando en el 38º FIT se mira “al 50 aniversario del Golpe de Pinochet” se hace “buscando una obra que también nos ponga delante un espejo a nosotros, a la sociedad de nuestro país, para cuestionarnos cómo estamos tratando la memoria”, a la vez que se pone en cuestión “las lógicas también depredadoras del mercado que le dicen al creador que si no hay un estreno no se programa”, argumenta la recuperación de la obra Villa, de Guillermo Calderón, “uno de los grandes del teatro comprometido de Chile”, que ya se vio en el FIT “hace 12 años” y que Isla Aguilar quiso recuperar “por su vigencia” para esta edición.

Memoria histórica, abiertamente la de nuestro país, que se ha tratado en El mar –“por cierto, ya sabéis que Alberto Conejero ha sido destituido como director del Festival de Otoño de Madrid a tres días empezar, ¿no?”– o esa mirada que tanto interesa a Aguilar de las relaciones coloniales sobre América Latina y África, “estando Cádiz donde está y con su relación histórica de puente entre estos territorios”.

Una escena de ‘El mar’, de Alberto Conejero y Xavier Bobés. Una escena de ‘El mar’, de Alberto Conejero y Xavier Bobés.

Una escena de ‘El mar’, de Alberto Conejero y Xavier Bobés. / David Ruano

A Isla Aguilar le gusta apostar por un “teatro transformador” en ética y estética sin ponerse de lado ni siquiera ante propuestas controvertidas. Y en esa misma posición enfrenta también “las sombras” que ha arrojado esta 38 edición del Festival Iberoamericano de Teatro, una de las principales, la suspensión de las obras de apertura y cierre que debía poner en pie la uruguaya Tamara Cubas, una reputada figura de la creación latinoamericana.

“Su trabajo me parecía extraordinario y cuando vino hace dos años a hacer una instalación para el festival me pareció que tenía una mirada muy necesaria dentro de las artes escénicas. Me pareció una oportunidad traerla a abrir el festival, ahora que estaba de gira con esa pieza por Europa, y hacerlo en la plaza de la Catedral con un grupo numeroso de personas...”, explica la directora sobre Multitud, a la que afectaron tanto temporales externos (“el mal tiempo es algo que hay que asumir, te puede pasar, y no puedes hacer ni el montaje, ni en el ensayo técnico”) como otros nubarrones internos como que existieron serias dificultadas “para conseguir el número de participantes que requería la pieza”. “La artista llega para meterse en el local de ensayo con los participantes pero hay que hacer un trabajo previo al que no se pudo llegar bien porque hemos tenido mucha demora de entrada de equipo, de que llegara la técnica, y otros elementos que han propiciado que no se llegara a poder estrenarla”, detalla.

Con Ofrenda para el monstruo, la obra que debía cerrar el festival con un grupo también numeroso de jóvenes, ocurrió un tanto para encontrar participación aunque Isla Aguilar siempre se quedará con esa espina, sobre todo, en esta pieza... “Me da mucha pena que no se haya hecho, mucha...”

Las suspensiones de Tamara Cubas también son otro tipo de punta de iceberg o, al menos, eso es lo que se transparenta de las reflexiones de la directora del FIT cuando habla de “dificultades administrativas”, “tiempos heredados de un modelo anterior que se quedan cortos para este nuevo modelo de festival”, o falta de equipo o de sostenerlo más en el tiempo. El caso es que para Isla Aguilar el FIT está en un momento “de mucha potencia” ya que está “despertando el interés de los creadores y de los programadores internacionales”. “En el FIT PRO, que es otro de los espacios que tenemos para presentación de proyectos, también están pasando muchas cosas, puede ser un motor interesante”, apuesta la directora de la cita que cree que ahora sólo falta un apoyo decidido a un modelo que, según se destila de la conversación, necesitaría, bien más autonomía para agilizar trámites o un replanteamiento de los tiempos. Y también cierta dosis de “autocrítica”, no crean, y más si se quiere llegar a un 40 aniversario que ya está tocando la puerta.

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