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Dolores Redondo | Escritora

"Las tormentas que me gustan en las novelas van más por dentro de los personajes"

  • La autora donostiarra, Premio Planeta en 2016, acaba de publicar su última novela, 'Esperando al diluvio', en la que sitúa al mítico asesino en serie escocés John Biblia en un Bilbao arrasado por la gran inundación de 1983

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Dolores Redondo, en una calle de Bilbao.

Dolores Redondo, en una calle de Bilbao. / Carlos Ruiz

Dolores Redondo es una de las autoras que más vende en España. Desde que publicara El guardián invisible se convirtió en fija en las preferencias de los lectores. Su trilogía la catapultó a la fama y el Premio Planeta de 2016 con Todo esto te daré terminó por confirmar todo lo bueno que se intuyó desde sus primeras obras. Traducida a 39 idiomas, la editorial Destino acaba de publicar Esperando al diluvio, una novela en la que imagina al mítico asesino en serie John Biblia en un Bilbao arrasado por las aguas.

-En su Trilogía del Baztán fue la lluvia constante de Navarra, en La cara norte del corazón un huracán en Nueva Orleans y en Esperando al diluvio una inundación que arrasa Bilbao. ¿De dónde le viene esa afición por las tormentas?

-Soy donostiarra, me ha llovido por encima todos los días importantes de mi vida, desde mi primer día de escuela hasta mi boda. La lluvia forma parte de mí. Pero las tormentas que me gustan en las novelas van más por dentro de los personajes, aunque mezclarlo, que un personaje sea atormentado y que por fuera haya una tempestad, da un escenario perfecto. Quizá en el valle del Baztán no llueva tanto como en la novela, pero el huracán Katrina es un hecho histórico, y en las grandes inundaciones de Bilbao y los días previos llovió a mares.

-El protagonista de su última obra, Noah Scott Sherrington, nos muestra esa constancia en la investigación por encima incluso de su salud. ¿Cuénteme cómo nace este personaje?

-Nace de mil cosas, de los temas que me interesaba hablar. De la importancia de no dilapidar tu vida, de vivir hoy, de no dejar nada para mañana. El investigador empieza siendo de una manera y va evolucionando según avanza la novela, y ese viaje ha sido lo que más me ha gustado hacer con él. Así como el resto de la novela casi se ciñe a conceptos reales, porque tanto el asesino, John Biblia, como el escenario de Bilbao o Glasgow son reales, y me he documentado directamente de los periódicos de la época, Noah es pura metáfora. Se llama Noé, está esperando al diluvio, pero el que espera no hace referencia al que cayó sobre Bilbao sino a su final, a su muerte.

-Y su metodología policial también cambia con el paso de las páginas.

-Sí. Noah elabora una lista en base a las víctimas, no a los agresores. Empieza haciendo una lista con mujeres que han desaparecido en la zona, pero que pueden haberlo hecho voluntariamente. Algunas de hecho lo han hecho. Que en aquella época, finales de los 60, hubiera gente que tuviera esa clarividencia de ver desde otro punto de vista el caso es muy llamativo. Su apellido es otra metáfora. Scott Sherrington, el verdadero, fue Charles Scott Sherrington, que recibió el Nobel de Medicina por sus hallazgos sobre la comunicación de las células neuronales, de la actividad en el córtex cerebral. Esto tiene mucha importancia para todo el género, y para esta novela en particular. En el momento en que hizo este descubrimiento, los escritores de la época lo adquirieron para sus protagonistas. Lo hicieron tanto Agatha Christie con Poirot como Conan Doyle con Sherlock. Esto que hace Sherlock de deducir a raíz de tres cosas y establecer una conexión es justamente lo que descubrió Scott Sherrington. Y he querido homenajearlo por esa herramienta que nos dio a los escritores, que no es otra que el pensamiento deductivo.

-Además su protagonista está terriblemente enfermo.

-Sí, y la medicación que tiene que tomar para mantenerse vivo lo sume en unas condiciones de vida miserables, en una confusión mental casi continua, y tener que sobreponerse a eso y deducir, porque no tiene otras herramientas que lo que él llama corazonadas, que no son otra cosa que pensamientos deductivos, es duro. Así que es un personaje hecho de trocitos, de cosas que quería contar. Me ha encantado hacer el viaje con él. Porque quería hablar de todo este proceso en que su salud va a menos, que da un cambio notable en los planteamientos de su vida, y del poco tiempo que le queda, de cosas tan humanas como la trascendencia, de saber que no va a dejar huella en este mundo a menos que consiga acabar su misión, porque ha dedicado toda su vida a buscar a este tipo, y o logra culminarla o ni su vida habrá tenido sentido ni lo tendrá su muerte.

-John Biblia lleva décadas fascinando a escritores e investigadores. ¿En qué momento empieza a interesarse por él y cuando decide que su novela gire en torno a su figura?

-Pienso que la novela gira más en torno a Noah que a John, y mi intención al principio era que sólo girara en torno a Noah. En primer lugar porque es un asesino real. La primera parte de la novela no es más que una transcripción de lo que ocurrió con este asesino en serie. Pero ocurre algo, y creo que también gustará a los lectores, y es que estamos ante una novela que trata de un asesino tan joven, que empieza a matar en el 68 y el 69, y que llega hasta el 83 en la novela, pero no podemos olvidar que el lector está ahora leyéndola. Esto supone para mí contar como ha ido evolucionando la técnica policial, como han ido cambiando los pensamientos de los investigadores sobre las motivaciones criminales de John Biblia, porque al principio eran conclusiones de andar por casa, básicas, como que los crímenes ocurrían porque John quería tener relaciones sexuales pero no podía porque ellas tenían la menstruación, y eso lo enfurecía hasta matarlas. La primera teoría de los asesinatos denota un gran desconocimiento del mundo criminal pero también de la mujer. Luego, según van avanzando en los 90, se va sospechando que hay crímenes que también puede haber cometido él. En 1969 igual los investigadores era gente con 50 años, con conceptos del mundo que difieren bastante de la actualidad. Lo que hace Noah en la novela es pedir ayuda a un experto para intentar entrar en la mente de John Biblia.

-¿Y usted también pidió ayuda para conocer más a su asesino?

-Lo hice, sí. Porque entre toda la documentación que hay sobre John Biblia no encontré un informe sobre su conducta, nadie había llegado a plantearse de dónde provenía esa pulsión asesina. Así que lo hice. Busqué a un psicólogo, un psiquiatra experto en abusos, le di los datos y le pregunté por qué esta obsesión, y él me dio un informe demoledor, porque planteaba que esa pulsión provenía de un dolor, porque era un hombre muy joven, sus crímenes, los tres que se le atribuyen, están calcados, no parecen ensayos. Pedir ese consejo profesional me llevó a tener que construir un pasado para John, un pasado que no justifica su monstruosidad, pero que nos lleva a razonamientos que tienen que ver con lo importante que es sentirse a salvo en la infancia.

-¿Cree que es posible que a estas alturas ese monstruo de Glasgow se haya convertido en un anciano de casi 80 años que ve pasar la vida plácidamente en cualquier rincón del mundo?

-Puede ser. Pero el hecho de que sea un ancianito no le exime de lo que hizo ni de su naturaleza interior. Los viejos nazis siguen siéndolo mientras vivan, exactamente igual de culpables de lo que hicieron. Podría estar por ahí sí, pero ojalá que no.

-Publicar El guardián invisible le costó mucho porque las editoriales no terminaban de encajarlo en el mercado. Sin embargo fue un éxito rotundo. ¿Le ha cambiado en algo saber que hay millones de lectores esperando sus nuevos libros?

-Mientras los escribo no, y me alegro que sea así. Escribir es lo que más me gusta del mundo, lo que me traslada a ese lugar de la novela, y mientras escribo soy completamente libre, no tengo la presión de los lectores. Sí la tengo cuando entrego la novela, pero lo que sigo haciendo es escribir con el mismo propósito, contar desde otro punto de vista, crear personajes que estén en una situación diferente, que no se ciñan tanto a lo típico, y que permitan que el lector mire desde otro lugar. Eso es lo que he intentado con esta novela y donde sigo, porque empieza aquí un ciclo narrativo. Ya advertí en La cara norte del corazón, en la anterior novela, que el norte es el hilo conductor, no siempre es el norte de la brújula sino el que está por dentro, el que se pierde en ocasiones, como lo pierde Noah, y ese es el proyecto que tengo ahora. No va a ser una trilogía, no va a ser una saga, pero va a ser el principio de algo porque quiero que los personajes estén revestidos de una originalidad, de un punto de vista distinto, como también lo es la estructura de lo que preparo ahora. No tiene nombre aún pero espero que sea una sorpresa para el lector. Me gusta el género pero lo que amo por encima de todo es la literatura y hay que esforzarse para contar las historias mejor, de una manera distinta, y que el lector no lea personajes que se parecen. Nada es nuevo bajo el sol, entre Cervantes y Shakespeare lo contaron todo, pero tenemos que encontrar ese cristal más oscuro, más ahumado o más rosado para enseñárselo a los lectores y que sigan disfrutando.

-Leyendo Esperando al diluvio tenía la sensación de que podíamos estar ante una fantástica película. ¿Cómo lleva su relación con el cine tras la adaptación de su Trilogía del Baztán?

-Una estupenda película pero muy difícil de rodar, digámoslo también. Yo tengo una magnífica relación con el cine porque amo al cine. Tengo una gran influencia cinematográfica en mi educación, mis fines de semana de pequeña eran ver películas todo el tiempo, y sí que hay una influencia de la imagen en mi manera de narrar. Me gusta que las novelas acaben en películas, pero soy consciente que en ocasiones son muy difíciles, y cuando escribo no estoy escribiendo guiones. Por ejemplo, en La cara norte del corazón los productores de las anteriores películas me dijeron: esto nosotros no lo podemos hacer, ¿cómo vamos a hacer el Katrina sobre Nueva Orleans? Y me dio igual. Luego apareció David Heyman, que es el productor de Harry Potter, y adquirió los derechos, y está trabajando en hacer una serie en EEUU, con la Universal como socio. Y si no surge nadie pues no pasa nada. Soy escritora, nunca voy a escribir para que una novela se pueda adaptar al cine. El Bilbao y el Glasgow que narro en esta novela ya no existen. Encima se sitúa en los 80 y habría que adaptar muchas cosas, pero es algo que no me preocupa. El escritor tiene que ser libre.

-¿Siempre tuvo claro que el género negro es en el que se siente más cómoda?

-No lo sé. Me gustan las grandes pasiones, los grandes tormentos interiores del ser humano, muy al tipo de la novela rusa, me gusta que los personajes estén confusos, que sean apasionados, que haya amor, amistad, traición, y que haya ese tormento que creo que es lo que al fin y al cabo produce el crecimiento del personaje y lo que puede hacerlo empatizar con el lector. Que también sienta que una de esas pasiones le arrastra. El Bilbao de los 80 es perfecto para una novela negra. Era un hervidero, parece mentira que no explotara por alguna parte y terminó con ese diluvio, una bomba climatológica que se llevó todo ese Bilbao oscuro y resurgió otro. Es una novela histórica también, de amor, de emociones, a la que podría quitarle el crimen y seguiría siendo una novela intensa. No sé si va a ser necesario que siempre haya un crimen. Me siento cómoda en el género por la versatilidad que tiene, porque se puede fundir con cualquier otro. Puedo hacer una novela negra histórica, de aventuras, romántica… como puedo fusionarlo, y no solamente no la estropea sino que la enriquece. Salirme de los márgenes que marca la novela negra para mí no supone ningún problema. Disfruto muchísimo y eso enriquece al género. Otros son más puristas pero tampoco soy fan de las etiquetas. Lo importante es mi primer amor, y mi primer amor, antes que la novela negra, es la literatura. Se trata de contar mejor una historia, crear personajes más ricos, con más aristas, más versiones, y mientras ese sea el objetivo, y no lo pierda de vista, el género puede fluir en una u otra dirección. No me preocupa.

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