El último secreto nuclear
Tribuna libre
Con Trump en la Casa Blanca se abre ahora la puerta a esclarecer la operación de rescate estadounidense de un submarino nuclear soviético en el Pacífico en 1968 y la pérdida de otro de EEUU en el Atlántico
El submarino ‘Scorpion’ explotó ese mismo año por motivos desconocidos cuando navegaba de Rota a Norfolk vigilando a una agrupación naval soviética

En marzo de 1968 el servicio de Inteligencia de la Marina norteamericana detectó un despliegue inusual de unidades navales soviéticas en el Pacífico. Activado el sistema SOSUS de detección submarina, se revisaron minuciosamente los registros hasta descubrir que era más que probable que los soviéticos hubiesen perdido en la zona un submarino, lo que no tardaron en confirmar: se trataba del K-129, con 83 hombres de dotación y armado con misiles balísticos estratégicos, una pieza en absoluto desdeñable, pues el rescate de uno de aquellos misiles permitiría a los norteamericanos conocer en qué punto de la carrera armamentística se encontraban sus competidores.
Establecida la pertinente vigilancia, no tardaron en descubrir que los soviéticos no habían sido capaces de encontrar los restos, de modo que decidieron acometer el rescate en solitario y secretamente, para lo cual, y en aras de la discreción, el asunto pasó a la CIA, la cual, a su vez, lo puso en manos de Howard Hughes, un magnate de las finanzas escurridizo y brumoso del que se sospecha que pudo haber trabajado para agencia en muchas otras ocasiones.
A tal efecto se constituyó el proyecto secreto Azorian, cuyo objetivo era recuperar del fondo del mar, a 4.900 metros de profundidad, un misil nuclear soviético SS-N-5-SERB a espaldas de su legítimo propietario. Durante las tres semanas siguientes un batiscafo tomó para Hughes más de 20.000 fotografías y, finalmente, bajo contrato con la CIA, el filántropo y multimillonario norteamericano construyó el Hughes Glomar Explorer, un buque-laboratorio clandestino con la misión exclusiva de rescatar el K-129 del fondo del mar.
Azorian constituyó y sigue constituyendo a fecha de hoy uno de los secretos mejor guardados de los Estados Unidos, y a la larga uno de los más caros. El director del proyecto, el propio Howard Hugues, se encargó de transmitir a los medios que el objetivo del buque era extraer del fondo marino nódulos de manganeso, fuente de energía en la que en aquella época había depositadas muchas esperanzas.
En esencia el Hugues Glomar Explorer era un buque con capacidad de apertura ventral del casco para dar salida a unas grandes pinzas mecánicas teóricamente capaces de descender los 5.000 metros de profundidad del naufragio, levantar el submarino del lecho marino y devolverlo a la superficie. Inicialmente el sistema funcionó y, aunque muy lentamente, el K-129 comenzó a ser izado del fondo. Sin embargo, algo falló y a mitad de ascenso el sumergible se rompió y dos tercios de su eslora se precipitaron de nuevo al fondo del mar.
Coincidiendo con el accidente la noticia saltó a la prensa y los periódicos se encargaron de dar a conocer la actividad real de buque, por lo que el gobierno norteamericano no tuvo más remedio que reconocer ante el soviético el intento de rescate, aunque para entonces la parte del sumergible recuperada ya estaba en territorio estadounidense.
Como el asunto mantiene su clasificación de alto secreto, se desconoce a fecha de hoy qué se pudo y qué no se pudo recuperar, aunque se sospecha que la pinza mecánica consiguió izar el torpedo nuclear, además de algunas publicaciones técnicas relacionadas con los reactores nucleares. Los americanos enviaron a los rusos una película de la devolución al mar con honores de los cuerpos de algunos marinos soviéticos.
El asunto podía haber quedado ahí y hubiera constituido de por sí material suficiente para una buena película, si no fuera porque en mayo de ese mismo año de 1968 el submarino nuclear norteamericano Scorpion (SSN 589) desapareció misteriosamente en tránsito de Rota a Norfolk con sus 99 hombres mientras se dedicaba a la observación discreta del paso de una agrupación naval soviética.
En la búsqueda y localización del Scorpion resultó esencial una supuesta base sismológica americana situada en la parte occidental de la española isla de La Palma y que, lejos, como sostenían, de dedicarse a escuchar las entrañas del volcán de Cumbre Vieja, que con los años daría tanto que hablar, lo que hacía en realidad era confeccionar una biblioteca acústica de unidades navales soviéticas que ayudara a los submarinos norteamericanos a identificar a los buques de superficie soviéticos sin necesidad de abandonar las discretas profundidades submarinas.
En esencia, hacia las seis de la tarde del 22 de mayo los investigadores pudieron comprobar la interrupción dramática de los registros de la base norteamericana de La Palma por una potente explosión submarina seguida de 15 implosiones menores. Las implosiones eran compatibles con el desplome de un submarino al fondo del mar y la detonación de los diferentes compartimentos conforme iba aumentando la presión.
Pero faltaba saber a qué se había debido la explosión principal, y durante años se barajaron una serie de hipótesis diferentes, una de las cuales, la más temida, era el quid pro quo, el impacto de un proyectil, tal vez el torpedo de un helicóptero naval soviético.
Los americanos consiguieron ubicar al Scorpion a 3.000 metros de profundidad sobre un talud abisal y durante muchos años estuvieron estudiando y analizando el pecio mientras seguían investigando las causas de su hundimiento. La intensa actividad diplomática por medio de los agregados de Defensa y el informe de algún agente de información, más allá de que el hundimiento siga envuelto en el más absoluto secreto, abundan en la teoría del quid pro quo en represalia por el proyecto Azorian.
Ignoro si alguien recuerda hoy en Rusia al K-129, aunque sospecho que no, a la vista de lo que pasó con los supervivientes iniciales del submarino Kursk, a los que las autoridades rusas abandonaron y dejaron morir en aquella burbuja de aire a popa del submarino hundido. Por el contrario, en Norfolk, en el muelle en el que se esperaba la llegada del Scorpion se levanta hoy una placa de bronce que recuerda nombre a nombre a los 99 tripulantes del submarino americano.
En 1963, en Dallas, se produjo uno de los magnicidios más famosos de todos los tiempos: el asesinato del presidente Kennedy, cuyo velo de misterio acaba de ser retirado por Donald Trump. Cronológicamente, los asuntos Azorian y Scorpion deberían ser los siguientes. Ya se verá.
También te puede interesar
Lo último