José Payán y sus colmenas producen una miel codiciada en toda la región
Gentes del campo
Ofrece un producto puro desde el corazón de la Sierra de Grazalema y combate los efectos del cambio climático en sus abejas mientras sostiene un oficio duro sin descanso
A la sombra de las cumbres de la Sierra de Grazalema, entre El Bosque y Prado del Rey, José Payán lleva desde 2011 produciendo una miel que haría babear al oso más sibarita del mundo. Miel pura de abejas de colmenas que comercializa bajo la marca Mielería de Payán y que tiene tal demanda que hay años que se queda sin existencias. Por aquello de que no conviene poner todos los huevos en el mismo cesto, José tiene sus colmenas repartidas por diferentes lugares, no sólo de la serranía gaditana, también en Vejer, el Campo de Gibraltar o poblaciones de las provincias de Sevilla y Córdoba. Esto le obliga a recorrer miles de kilómetros con su pick up cada mes, pero es que las abejas “necesitan muchos cuidados”.
Quedamos con José Payán en la Venta Mateo, justo en el cruce que sube desde El Bosque hacia Benamahoma y Grazalema. José tiene 35 años y es de esos tipos que sonríen con los ojos. Nos cuenta que su familia siempre se ha dedicado al campo. Su padre es ganadero y por herencia probó ese camino, aunque combinándolo con la apicultura, hasta que en 2011 decidió que le tiraban más las abejas que las cabras, las vacas y las ovejas. “Esto te tiene que gustar. Es mi forma de vida, pero como no te guste malo. Yo me levanto a las cinco de la mañana y todavía no ha salido el sol cuando ya estoy en las colmenas, viendo cómo siguen las abejas, si tienen alimento, si están bien produciendo la miel. Es un trabajo de lunes a lunes, sin vacaciones. Todo el mundo no está dispuesto a hacer este sacrificio”, nos dice.
Cada colmena de abejas cuesta unos 100 euros. Para empezar el negocio José compró 120 y se lanzó a una aventura que hoy, casi 15 años después, le ha convertido en uno de los apicultores más afamados y respetados de la comarca. Y eso que, en este tiempo, ha visto como la tozuda realidad del cambio climático también juega en su contra. “Antes las abejas tenían más flores para alimentarse. Ahora necesitan suplementos. Cada paquete que les meto en el panel cuesta 1,70 euros. Y les dura como mucho una semana. Multiplica eso por las mil y pico de colmenas que yo tengo y te darás cuenta que a veces el negocio no es rentable. Si te pagan un kilo de miel a tres euros y entre una cosa y otra cada kilo de miel te cueste tres euros, ¿dónde está el beneficio?”.
Claro que para optimizar el negocio José se encarga de todo. Ha eliminado los intermediarios. Tiene a varios trabajadores, la mayoría de su propia familia, que se encargan del envasado y etiquetado de la espléndida miel que le dan sus abejas, y junto a su primo se encarga de distribuirlas por toda Andalucía.
La miel de José sólo es de la mejor calidad. “Si un año me quedo sin miel pues me quedé, pero lo que no hago es mezclarla con otras de menor calidad porque entonces estaría defraudando al cliente”.
Todo esto nos lo cuenta José mientras nos encaminamos en su vehículo hacia las colmenas que vamos a visitar. Tras unos minutos nos adentramos en un claro donde las últimas lluvias han convertido el terreno en un lodazal por el que le cuesta avanzar hasta al 4x4. Tras detenerse, bajamos y divisamos a lo lejos, perfectamente alineadas, las colmenas. Cada una guarda en su interior una decena de panales donde hay miles de abejas. Para verlas más de cerca José nos ofrece un buzo de apicultor que nos da cierto aire de astronautas españoles a la conquista del espacio. Una vez pertrechados los tres (José, el fotógrafo y un servidor) nos encaminamos hacia las colmenas. ¿Alguna vez te han picado?, le pregunto. “Je, todos los días. A pesar del traje incluso. A un compañero de Prado del Rey le picaron tantas veces a lo largo de su vida que el médico le dijo que tenía que dejar este trabajo porque su cuerpo ya no lo soportaba más. En mi caso podría decir que he desarrollado cierta inmunidad a sus picaduras, pero claro, no es lo mismo que te pique una a que te piquen cien, sobre todo si eres alérgico. Ahora, si no lo eres y te pican algunas te estás ahorrando los 70 pavos que vale la apiterapia, que ahora se ha puesto muy de moda”.
La apiterapia aplica picaduras de abejas vivas en puntos específicos del cuerpo para administrar veneno de abeja de forma controlada. Su origen se remonta a civilizaciones antiguas como Egipto, Grecia y China. José nos aclara que él no realiza esta técnica. “No me parece del todo segura. Siempre te vas a encontrar con riesgo, o con pacientes que son alérgicos y no lo saben. Se te puede quedar un tío frito en menos que canta un gallo”, nos dice.
Ya equipados nos acercamos hacia las colmenas. José lleva en sus manos un ahumador sin el que, nos cuenta, sería muy complicado invadir su territorio. “El humo no sólo las aturde un poco, sino que piensan que hay un incendio y lo que hacen por instinto es refugiarse y empezar a alimentarse por lo que pueda pasar”. Puro instinto de supervivencia.
Las abejas nos rodean con su característico zumbido. Es mejor no hacer ningún movimiento brusco que pueda hacerlas sentirse en peligro. Para no atraerlas es mejor no perfumarse con colonias ni desodorantes, por lo que no olemos a tigre pero tampoco podría nadie confundirnos con un futbolista recién salido del vestuario tras un partido.
José nos cuenta que en la apicultura tiene su miga y que le obliga a trasladar las colmenas buscando las mejores flores para sus abejas. “Hay épocas en que está floreciendo el azahar, pues las llevo allí y tengo miel de azahar; otras el eucalipto, aunque últimamente, por esta zona, hay poco. Las abejas y sus hábitos varían hasta por las zonas”.
Nos explica que, normalmente, las abejas suelen hibernar. “Estas colmenas de El Bosque o Prado del Rey lo hacen, aunque antes, a estas alturas del año, ya se encerraban en sus colmenas, que tienen su pequeñas puertecitas para que ellas puedan entrar y salir, y ahí se quedaban durante el invierno. Hay que pensar que al caer la noche, en esta zona de la Sierra nos acercamos a los tres o cuatro grados en una noche normal. Esto no ocurre con las colmenas que tengo en Vejer, donde el tiempo es mucho más suave y las abejas están prácticamente todo el año alimentándose. Por eso me obligan a estar más pendientes y a llevarles más alimentos que pueda completar su dieta natural”.
José asegura que hace unos años en Prado del Rey había muchos más apicultores. De hecho, este año se ha celebrado la VI Feria Nacional de la Miel, donde un amigo suyo, Daniel Villalba, a cuyas colmenas también le echa un ojo de vez en cuando para ayudarlo con su tarea, se ha llevado el primer premio de la modalidad de mieles claras.
Además de miel, José tiene un negocio, junto a otros socios, de huevos. Actualmente, quien tiene un huevo tiene un tesoro entre sus manos. “Llevamos dos meses con las gallinas confinadas. Están estresadas, como nos pasó a nosotros con el covid, y ponen menos huevos. La producción baja y el precio sube”, dice. Lo que nunca baja es su ánimo para seguir con su pasión, el campo.
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