Una gata loca sobre un tejado de zinc
Pioneros del turismo en Cádiz (XI)
Un mal estudiante de Químicas de Madrid ejerció de imán para atraer a todo el famoseo progre de fin de siglo a Zahara de los Atunes y hacer de su chiringuito el colmo de lo ‘cool’
VAMOS a ver, decir que Eloy Sánchez-Gijón, un pésimo estudiante de Químicas de la Autónoma de Madrid hermano de Aitana Sánchez-Gijón y primo de Pablo Carbonell, fue el pionero del turismo de Zahara de los Atunes, una minilocalidad dependiente del ayuntamiento de Barbate que en verano multiplica por treinta su población, es inexacto. Pero no lo es decir que sin él y su chiringuito, La Gata, Zahara de los Atunes no sería ni la mitad de famoso de lo que ha llegado a ser. Sobre todo, en Madrid. Porque él convirtió Zahara en el epicentro de la jet progre de finales de siglo, una Marbella de la aristocracia roja de la época que posiblemente consumía la misma cantidad de sustancias ilegales que la gente chipén de Puerto Banús. Pero a él se lo hicieron pagar. La Gata abrió en 1996 con la mejor oferta de conciertos improvisados que había en toda la costa. Un día se subía al escenario Raimundo Amador y al siguiente el Wyoming y alguno vio por allí merodear a Tom Waits. Eloy tocaba el bajo mientras servía copas. La música de ambiente era estupenda, nada de las canciones del verano y lo justo de flamenquito. Una noche se calzaron la ópera psicodélica de los Pretty Things S.F. Sorrow casi enterita. La Gata era como una microscópica Ibiza de principios de los 70.
En julio de 2009 la Guardia Civil puso un precinto porque decían que allí se consumía droga. Ja, ¿que si se consumía droga? Durante años la mayor parte de la clientela de La Gata iba hasta las cejas. No iba allí uno precisamente a ponerse de Barbadillo blanco. Ya podía multiplicarse Eloy -que sabía que iban a por él- a poco que su olfato detectara el aroma de la maría, que el que más y el que menos ya había enrrollado el turulo para meterse dentro algo de Colombia por la nariz o iba descubriendo el camino de las baldosas amarillas con un tripi del dragón rojo. Contando con que un alto porcentaje de los lugares de ocio veraniego de los 90 entre Conil y Tarifa se habían levantado por emprendedores que habían dado la entrada con el dinero sacado del tráfico de hachís, llama la atención que a Eloy lo tuvieran tan enfilado. Pero así fue. A partir de ese precinto todo fue cuesta abajo. Al cierre, que fue contestado por Eloy y sus trabajadores con una huelga de hambre, siguió una demanda de los socios y las noches locas de la gata sobre el tejado de zinc acabaron durmiendo en un largo procedimiento judicial.
Pero vayamos al inicio. La llegada de los Sánchez Gijón a Zahara fue casual. La madre había comprado una casita en un lugar llamado Zahara de las Sardinas, dijo, lo que no existía. Eloy estudió el mapa y localizó Zahara de los Atunes, no de las sardinas, mamá. Y también descubrió que “estaba a tomar por culo” de Madrid.
Si los hermanos esperaban un apartamento en Cullera, nada más lejos de la realidad. No es que Zahara en 1991, que es cuando lo pisaron por primera vez, fuera un pueblecito de pescadores, pero tampoco era un enclave turístico. Eso sí, tenía una playa que qué playa. El primer vecino al que conocieron resultó haber sido algo así como el mayordomo de Lawrence Olivier y había chiringuitos de esos de antes, de los buenos, de barra de chapa y botellines y sardinas a la plancha como única oferta.
Con su primo gaditano Pablo Carbonell recorrió la zona lo suficiente para enamorarse y ejercer en Madrid de efecto llamada, con los reporteros de Caiga quien Caiga a la cabeza. Todo el que era alguien en el mundillo modernito del Madrid de la época acababa pasándose por Zahara, así que Eloy pensó en montar un lugar para su gente y lo llamó La Gata porque su hermana le cedió el atrezzo de la obra de teatro La gata sobre el tejado de zinc, que había estado representando durante un tiempo, para que decorara el local.
El éxito de La Gata fue de tal calibre que en invierno se trasladaba al barrio de Malasaña en Madrid, donde abrieron otra Gata en un garito emblemático de la movida que se había llamado Elígeme. Por allí pasaba la misma fauna que se bañaba en el mar en las madrugadas estivales de Zahara.
Tras muchos líos tras lo del precinto, La Gata volvió a abrir como El Pez Limón, pero ya no se parecía porque como sabemos los veranos inolvidables son irrepetibles. Sin embargo, aquellos años ya convirtieron a Zahara de los Atunes para siempre en un lugar mítico para los mesetarios. Eso sí, cada vez se parece más a Cullera.
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