El cónsul del Reich llegó a Conil
Pioneros del turismo en Cádiz (III)
Joachim Von Knobloch, el diplomático al que Franco encargó liberar a Primo de Rivera y que era reclamado por los aliados, acabó siendo responsable de la llegada del turismo alemán a La Fontanilla
EL 24 de septiembre de 1936, dos meses después de inicada la guerra civil, un atentado atribuido a la FAI hirió al cónsul alemán en Alicante, Joachim Von Knobloch, que había llegado a la ciudad en 1924 como representante de la compañía naviera alemana Sloman Neptun Shipping. Tras el atentado, las autoridades republicanas lo expulsaron de España, por lo que se refugió en la zona sublevada, en Salamanca, donde fue recibido por Franco, que le encargó la misión de regresar a Alicante para rescatar al líder de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, encarcelado allí por los republicanos. La operación se realizaría desde un torpedero alemán. Llegó tarde. Primo de Rivera fue fusilado antes de que el torpedero alcanzara la costa. Por este trabajo, el 3 de junio de 1939 el consistorio alicantino, ya en manos de los insurrectos, decidió que el cónsul diera nombre a una plaza junto al puerto y se le otorgó la medalla de oro de la ciudad.
El 6 de mayo de 1945, el día que se conoció el suicidio de Hitler, se celebró una misa en la iglesia de los Franciscanos de Alicante en su recuerdo a la que asistieron numerosos ex combatientes de la División Azul. Tras cantarse el Cara al sol y dar vivas a Alemania y a Hitler, Joachim Von Knobloch y su esposa recibieron el pésame de los presentes.
Varios años después de la derrota nazi, Von Knobloch ocupó el número 48 de una lista de 104 nombres cuya entrega exigían los aliados a Franco. Pero Franco no lo entregó. Por entonces Von Knobloch se dedicaba a la decoración de interiores de palacios como el de La Zarzuela y residía en la calle Serrano de Madrid. Es posible que se le sugiriera una morada más apartada. De este modo, Von Knobloch se montó en un seat 600 y fue bajando hacia el sur a ver qué encontraba. A los 18 años había estado en una boda en el Báltico y allí se le despertó el sueño de tener una villa junto al mar.
“El 14 de Julio de 1965 dio comienzo el sueño de un matrimonio alemán y vallisoletana con la apertura del Cortijo Fontanilla, consiguiendo atraer los primeros turistas alemanes a la Costa gaditana de la Luz”. Es lo que se puede leer en la web de uno de los más veteranos establecimientos turísticos de Conil. Ese alemán era Von Knobloch.
Sus hijos siempre han negado que su padre fuera nazi. Simplemente era un trabajador de una consignataria alemana al que el destino le pasó por encima. Su hijo Cristóbal me contó la historia de La Fontanilla en un lugar que hace 60 años era una habitación de techo de plomo en el que dormían un matrimonio de labradores, sus cinco hijos y un mulo. Von Knobloch les pagó un duro por cada metro de tierra, que resultaron ser 25.000 duros por cada uno de los 25.000 metros cuadrados, que es lo mismo que a día de hoy sigue teniendo el cortijo La Fontanilla. Ese dinero era una fortuna por un erial que no servía ni para plantar patatas
Con su buen gusto para la decoración, Von Knobloch fue levantando el complejo turístico en un lugar en el que no había turistas. Se le ocurrían imaginativas ideas, como utilizar una sopera de época como paflón de una lámpara. En sus días de decorador de palacios había ido recolectando centenares de objetos a los que dio nueva vida en su cortijito. Una vez terminada su obra, se sentó a esperar. Un buen día apareció por allí a borde de un 1500 negro un ingeniero de minas alemán llamado Bernard Prize. Estaba recorriendo todo el litoral español buscando un sitio precisamente como ése. Prize fue el primer turista alemán de Conil y la primera boca del boca a boca que iba a convertir La Fontanilla en un lugar de éxito que nada tenía que ver con el turismo masivo que ya se intuía en Benidorm y Marbella.
Tras Prize, apareció una antigua bailarina del ballet de Berlín, Ilsa Möllner, a la que una mala ejecución de un cabriole en El lago de los cisnes había dejado coja. Se entusiasmó tanto con La Fontanilla que escribió un artículo para el principal rotativo de Alemania, el Bild Zeitung. Aseguraba a sus lectores que se encontraba en un sitio donde no había en 40 kilómetros de paraíso ningún club nocturno. Aquello sí que fue un auténtico efecto llamada, aunque hoy aquella bailarina coja no podría decir lo mismo.
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