Cuando llegaron los alemanes

Inmersión en La Fontanilla, donde un decorador sembró el floreciente turismo germano en Conil en 1964. Cristóbal Von Knobloch, heredero del fundador, recuerda que "tenemos una mina de oro. No lo estropeemos"

Cristóbal Von Knobloch, junto a retratos de su padre y otros familiares
Cristóbal Von Knobloch, junto a retratos de su padre y otros familiares
Pedro Ingelmo / Conil

01 de julio 2009 - 01:00

Los lugareños se preguntaban quién era ese alemán chalao que acababa de llegar a Conil en un 600 y que pagaba a duro el metro de un erial hostil hasta para las patatas junto a la playa de La Fontanilla. Era 1964 y el alemán había plantado su 600 junto a las pitas de la irregular hijuela que daba acceso a esa pendiente en la que nunca hubo nada. Los lugareños no dudaron. Venga ese duro por metro, que luego se reinvertiría en comprar a dos pesetas las tierras de más arriba para la siembra. Allí ya no hay sembrados: hay construcciones cúbicas que afean el paisaje que rodea a lo que fue aquel erial y hoy es un vergel de olivos, chopos, palmeras, eucaliptos... Con aquel 600 llegaba el turismo alemán a la Costa de la Luz. Se había descubierto el paraíso.

¿Y quién era ese alemán? Joachim Von Knobloch. "Llegó en 1923 para trabajar seis meses en una consignataria de barcos en Sevilla y se quedó en España 56 años". Lo cuenta su hijo, Cristóbal Von Knobloch, que hoy regenta la herencia de su padre con un mimo que ha hecho crecer uno de los establecimientos turísticos más antiguos de la provincia y manteniendo una filosofía que poco tiene que ver con lo que entendemos como rentabilidad turística. "Todo esto va en contra de cualquier cuenta de resultados de un promotor". Y, sin embargo, estos 17 apartamentos independientes que se esconden entre los arbustos de los 25.000 metros cuadrados de La Fontanilla funcionan.

El apartamento más antiguo del complejo era en su día una vivienda de techos de plomo con una habitación para que durmieran los cinco hijos de una pareja de labradores y otra estancia que era la cuadra de un mulo. En este apartamento se respira lo antiguo y el gusto de Joachim Von Knobloch, que llegaba de Madrid para cumplir su sueño. "A los 18 años estuvo en una boda en el Báltico y pensó que ése sería el sueño de su vida, tener una finca junto al mar. El se dedicaba a la decoración". No decoraba cualquier cosa. Decoró en los 50 el parador de los Reyes Católicos, el hotel más antiguo de España, que data de finales del siglo XV, decoró La Zarzuela. Quedan restos de su peculiar estilo. De la antigua cuadra de mulos cuelga una lámpara cuyo plafón está solucionado con una inmensa sopera de época puesta boca abajo. Cada uno de los elementos del apartamento es un hallazgo, un ejercicio de imaginación.

El que había sido cónsul alemán en Alicante durante la Guerra Civil, Von Knobloch, el mismo que sacó a centenares de personas de aquel avispero, podía cumplir su sueño en esa finca, comprada sin verla. Los lugareños esperaban a ver qué hacía este hombre con esa tierra que no valía nada. Y posiblemente no entendieran nada, mientras la Costa del Sol y Benidorm sólo empezaban tímidamente lo que luego sería su salvaje desarrollo urbanístico a cuenta del clima y 'las suecas'. Hasta que apareció un 1.500 con un ingeniero de minas y una mujer a bordo. Estaban recorriendo todo el preímetro de la Península cuando se toparon con Von Knoblock y su sueño. El era Bernard Prize. Quizá le deberíamos considerar como el primer turista alemán de la provincia. Aún hoy, sus hijos siguen siendo clientes de La Fontanilla.

Y si la importancia de Prize es honorífica, mucho más, según cuenta Cristóbal Von Knobloch, tuvo en 1968 una mujer coja que se asomó a la puerta del cortijo y preguntó a Joachim si podía visitarlo. Era Ilsa Möllner, antigua bailarina del ballet de Berlín. Abstraída por la belleza del lugar, los plasmó en una serie de artículos en el rotativo Bild Zeitung: "40 kilómetros sin ningún lugar de noche alrededor". Cuando el Spain is different ya atraía a los europeos por sus playas y por la vida nocturna de alcohol a bajo precio, los alemanes descubrieron otra costa, virgen, inédita, que ofrecía paz. Escoltado por el hotel Flamenco, otro clásico de Conil, La Fontanilla vio crecer la fiebre alemana por lo único. Mucho, mucho después, llegaron los charter, los vuelos de bajo coste, decenas de hoteles que rodean el complejo. Diríamos, por tanto, que el resto es historia.

"Hago como mi padre, doy algo distinto a todo, un turismo que no se parezca a ninguno", afirma el heredero, que ve en sus hijos la intención de pepetuar la obra del abuelo. Pero advierte: "Tenemos una mina de oro en esta costa, espero que no se estropee". Lo dice mientras se escucha tras los árboles una rotaflex dando los últimos retoques a las aristas de una pared, una construcción gemela a decenas de construcciones que jalonan la costa de Chiclana a Tarifa. El precio del progreso. Mientras, Von Knobloch planta grandes árboles para encerrar La Fontanilla en un tiempo congelado, aquél en el que el primer turista alemán descubrió Conil en un 1.500.

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