La ciencia, ante su oportunidad
innovación y desarrollo
Ante el idilio que la sociedad vive con la investigación científica y el aumento presupuestario, los especialistas confían en que las buenas intenciones se traduzcan en un compromiso duradero
¿Qué hacen, exactamente, esos tipos en sus laboratorios? ¿Qué son esas tablas? ¿Qué hay en esas placas? Qué gente más rara. En el imaginario social, la investigación científica era eso que se practicaba, con fines ignotos, en alguna especie de monasterio –institutos, universidades–, lejos del mundanal ruido. Esa gente a la que no entendíamos mucho. Y, de repente, pandemia mediante, los tipos de las batas lo son todo. Brainy is the new sexy. La muestra más evidente: en un año, hemos desarrollado tres vacunas (Moderna, Astrazeneca, Pfizer) contra una enfermedad de la que apenas sabíamos nada hace doce meses. Inaudito. Por primera vez, la humanidad ha tenido armas para responder a lo “inevitable”, que dirían nuestros antepasados.
“Maravilloso como es –comenta la investigadora del CSIC, Isabel Caballero–, no hay que olvidar que estas vacunas han podido desarrollarse tan rápido porque ya desde hace años había equipos estudiando este tipo de virus”.
Equipos estudiando este tipo de virus con nada a lo que agarrarse, para ser exactos. En comparación con el resto de países de órbita europea, el porcentaje del PIB que España destina a la investigación sufre enanismo: un 1,2% del Producto Interior Bruto frente al 2% que suele ser la norma, el mínimo para que exista un suelo. Hemos tenido que vivir una pandemia para que se detecte cierto empeño en cambiar el porcentaje. El pasado mes de junio, el Gobierno central anunciaba un flamante Plan de Choque por la Ciencia y la Innovación, que se comprometía a dotar de 1056 millones de inversión directa en año y medio. Los Presupuestos contemplan de hecho –gracias a los fondos covid europeos – un aumento del 60% de la inversión en ciencia para 2021.
Dentro de la financiación de proyectos de investigación, “el 66% va para universidad, el 22% para el CSIC y el resto a otros centros públicos y privados – apunta la vicerrectora de Política Científica y Tecnológica de la UCA, María Jesús Mosquera–. Las universidades lideran la investigación en España, por eso es muy importante que la sociedad nos vea también como centros de investigación, porque tanto a nivel social como a nivel político se nos percibe todavía como centros de formación y docencia”.
El aumento de financiación es, desde luego, esencial. Pero tan importante como esto –apuntan los especialistas consultados para este reportaje– es la continuidad. “Más que una inyección puntual –corrobora el director del ICMAN, en Puerto Real, Julián Blasco–, la financiación científica ha de ser estable en el tiempo”. Entre otras cosas, porque la ciencia no tiene –como estamos aprendiendo, también, con esta pandemia– fórmulas instantáneas. “En cada ciclo electoral – continúa el responsable – se repite lo mismo: la inversión en I+D+i es esencial para cambiar nuestro modelo productivo. Y, a la hora de la verdad, siempre hay problemas más acuciantes y la investigación queda en un segundo plano. Así que espero que este compromiso se mantenga y que consigamos llegar al ansiado 2% del PIB,y que sea un 2% real”.
Daniel Coronil, profesor en Ingeniería Naval, está implicado en un proyecto sobre la contaminación acústica de los barcos y en otro sobre el mantenimiento y limpieza de los cascos de las naves a flote, empleando robots submarinos –lo que sería un avance no sólo a nivel de consumo, sino medioambiental, contribuyendo a disminuir la presencia de especies invasoras–. Actualmente, en el que computa como su tercer curso académico, su tiempo se reparte por igual entre clases e investigación. Para el especialista, este cambio de perspectiva que parece vivirse “anima a ser positivo, sin crearse falsas esperanzas. Al final, el dinero es lo que te los medios para una investigación. Que se empiece a hablar de financiación es una buena noticia. Ahora bien, ha de ir a acompañado de una buena gestión”.
Dentro de la buena gestión podríamos incluir eliminar los atascos. Una de las pesadillas de la ciencia española es la fecha de caducidad: no son pocos los presupuestos que no se ejecutan, comentan tanto Julián Blasco como María Jesús Mosquera, por el peso de una burocracia artrítica. A nivel andaluz, comenta esta última, pueden llegar a perderse un 30% de los fondos destinados a investigación, simplemente, porque no se llega a los plazos. El control es tan exhaustivo que termina lastrando: el principio es que, con dinero público en las manos, eres culpable hasta que se demuestre los contrario. “Las auditorías deben existir y el control sobre lo público ha de ser potente –comenta Blasco–. Pero los trámites administrativos son bastante largos, y eso que el CSICes bastante eficaz administrativamente hablando. Muchas veces esto hace que no se puedan ejecutar los fondos”.
Optimista, a pesar de todo, ante los buenos números para la ciencia es también Isabel Caballero, uno de los ejemplos más evidentes de lo que puede llegar a suceder cuando la ciencia está anémica: irte para no volver. La fuga de cerebros. “De hecho, mi caso es a la contra: todo el mundo me decía, estás loca, te vuelves a España sin contrato”, comenta la investigadora, que decidió regresar tras su estancia en la NOA, en Washington. Tras una carrera, dos másters, un doctorado y todos los contratos públicos, en 2017 se fue a Estados Unidos porque aquí no encontraba nada. Y una vez allí, nadie se queda: sólo vuelve un 5% del talento que se va. “Hay que generar nuevos programas, políticas y gestores que empiecen a invertir y visualizar. La gente tiene miedo de terminar la tesis porque no saben qué esperar”.
La estabilidad, a los cuarenta años
Y es que es largo el camino del nómada con bata blanca. Cuando acabas la tesis doctoral (tres, cuatro años), se van sucediendo los contratos post doctorales, situación que se puede alargar una década. Y allí tenemos a nuestro investigador que ha ido saltando, de incertidumbre en incertidumbre, hasta “estabilizarse” –con suerte– cerca de los cuarenta años. “Y esa inestabilidad –añade Caballero – hace también que muchas investigaciones se queden en el aire”.
“Todo esto tiene mucho que ver con el tema de gestión de las universidades, y de cómo se organizan –indica la vicerrectora de la UCA, María Jesús Mosquera–. Las contrataciones se realizan en función de la actividad docente, que es muy importante desde luego, pero fundamental también es que sepamos atraer y retener al talento investigador, porque eso es lo que va a permitir el desarrollo del territorio”.
De hecho, la inestabilidad de la carrera investigadora y la preeminencia de las plazas docentes en las universidades “hace que te veas a jóvenes investigadores que rechazan becas del Ramón y Cajal, por ejemplo, para hacer cola para conseguir una plaza docente. Ganamos un profesor, pero estamos perdiendo un buen investigador. Hay que mandar el mensaje de que la universidad quiere investigadores. Queremos presentar, de hecho, un proyecto de diseño de carrera científica para acabar con ese vacío de los estudiantes de doctorado o postdoctorado, que no saben qué hacer”. Otra solución –contempla Mosquera– sería dotar a los investigadores de contratos de cinco años que les permitieran competir, que el 15% de las plazas en universidad fueran para investigadores de prestigio.
“Cuando uno acaba la carrera, ha idealizado la investigación y la realidad suele ser muy distinta”, comenta Julián Blasco que, a lo largo de su trayectoria, ha participado en sesenta proyectos de investigación. “El de la investigación es un camino largo, con un resultado que no conoces –continúa–. Cuesta mucho a nivel de estabilidad, sobre todo, familiar, y no todo el mundo puede permitírselo, ni está dispuesto a ello. Yo he tenido a gente muy brillante a la que he visto irse, que un momento determinado han dicho: me saco una oposición. Y también digo: la investigación tiene una parte muy gratificante, muy adictiva. Pero hay vida fuera de ella. Conseguir una plaza en una universidad o en un centro de investigación es muy duro, porque lo cierto es que el sistema no tiene capacidad para generar la cantidad de perfiles investigadores que se producen”.
Entre otras cosas, explica Blasco, “porque el sector empresarial no desarrolla aquí líneas de investigación propia: sus grandes centros a menudo ni siquiera están en España. Ylo primero que se plantean, cuando esto sucede, es el negocio”.
El Centro de Transferencia Empresarial abierto en el antiguo Olivillo, en la capital gaditana, pretende actuar como un “escaparate de innovación de la universidad”, señala María Jesús Mosquera, para que las “empresas conozcan los proyectos y trabajen con nosotros”. Para Daniel Coronil, la colaboración entre universidad y empresas es fundamental:“El sector empresarial tiene un potencial que, si se une a las instituciones, puede llegar mucho más lejos”.
Por su parte, y aun considerando la importancia de extrapolar los resultados científicos a casos reales, Isabel Caballero alerta del peligro de “pedir productividad y patentes cortoplacistas, cuando la universidad no puede estar al vaivén del mercado. Y eso lo sé por muchos compañeros en Estados Unidos viven bajo la presión continua de estar trabajando para productos finales para el mercado, y eso no puede ser,no todo se puede vender. Hay algo intangible en la investigación y el conocimiento, y la sociedad tiene que entenderlo”.
El Sen2Coast es el proyecto con el que esta investigadora del ICMAN-CSIC ha vuelto a la provincia gaditana: una propuesta que utiliza las mediciones realizadas por el satélite Sentinel-2 para estudiar las variaciones de distinto tipo en las zonas costeras, especialmente significativas en aspectos relacionados con el cambio climático, y que tiene ya proyección internacional. “Es importante visualizar que en el sur también hacemos cosas interesantes”, señala. Sus mediciones se han aplicado en el Golfo de Cádiz, en Chile y en Filipinas. Durante el confinamiento, por ejemplo, pudieron “ser conscientes” del enorme potencial del proyecto, cuando recurrieron a los datos del Sentinel-2 para estudiar una explosión de algas que se había vivido en las piscifactorías de salmón chilenas, parecida a la vivida en el Estrecho con el alga asiática: un trabajo que pudo realizarse, en pleno encierro, “sin necesidad de salir a hacer trabajo de campo, y ver a qué granjas habían llegado, la velocidad, la severidad, si había que cerrarlas o no...” Igualmente, en noviembre, tras el paso de dos tifones, se empleó para estudiar un boom de microorganismos en un lago de Filipinas.
Una herramienta contra el alga asiática
Una de las patas del proyecto es Sen2Coast es medir la calidad del agua, su contaminación o la floración de algas nocivas o de organismos complejos. Podría ser una herramienta excelente para estudiar el caso de la R. okamurae y, de hecho, el equipo de investigación ha presentado sendos proyectos relacionados, uno a la Junta y otro al Ministerio: “El alga asiática aparece por primera vez en Ceuta en 2016, coincidente en el tiempo con los primeros datos del satélite, con lo cual nos podría dar una información muy valiosa –indica Caballero–. Ocurre que necesitamos logística porque los datos que proporciona el satélite son brutales, necesita procesadores potentes y varias personas en ello, son datos de alta resolución y muy pesados...”
“Cuando se habla de generación del conocimiento –añade María Jesús Mosquera–, muchos piensan en laboratorio en investigación en medicina, pero además de todo eso hay aportaciones en turismo, urbanismo, economía pública... A nivel universidad, los campus dispersos te permiten estar cerca del polo industrial en Algeciras; en Jerez tenemos el Instituto de Desarrollo Sostenible;en Puerto Real, biomedicina y química... Yesa misión no se ve con claridad”.
La investigación –abundemos– nos da soluciones. Quiere facilitarnos la vida, que se las arregla para complicarse bastante. Y –otra cosa que hemos aprendido en estos tiempos– no parte de la certeza, sino que su afán es llegar a lo más certero posible. Por eso en la mayor parte de informaciones de carácter científico relativas a la covid, en el exiguo lapso de un año, en la comunidad científica abundaban los “hasta ahora”, los “creemos”, los “parece”. Más de alguna corrección, más de alguna contradicción, lo que ha sorprendido a muchos: ¿la ciencia no era, en fin, exacta?.
“La gente no está acostumbrada a ver una investigación científica en directo –comenta Isabel Caballero–. Lo que ayer era gris hoy es negro, la ciencia es muy autocrítica con ella misma. Siempre te piden un proyecto nuevo, porque la búsqueda es incesante. Tenemos que acostumbrar a la gente a que la ciencia busca la verdad y, para ello, necesita ir en constante cambio. También la comunidad científica es consciente, sobre todo en información relativa a coronavirus, de que no puede dar falsas expectativas, porque eso puede socavar la confianza que se haya puesto en la ciencia, en los logros del método científico”.
“Por eso –continúa– pienso que ahora nuestra misión fundamental es enseñar a la gente a que esto no es la banca ni una red social, que tiene otros ritmos vitales. La actualidad choca de frente con la metodología. A día de hoy, todo es frenético pero la ciencia no es así: tiene sus propios ritmos vitales, y eso es difícil de dárselo entender a la sociedad, al igual que a los políticos. El ritmo vital de la ciencia necesita de mucha inversión y mucho tiempo. Si la cultura tiene su propio modus operandi, la ciencia también, y no podemos basarnos en el cortoplacismo: sería la ruina. Otra cosa muy distinta es la gestión epidemiológica... Pero la mayor parte de los científicos tienen muy interiorizado que no han de dar mensajes rotundos”.
"La ciencia me salvo"
A pesar de todo, la investigadora confirma esa sensación de “idilio” que parecemos vivir, como sociedad, con la capacidad de los avances científicos. El reconocimiento a la labor científica no ha abundado mucho, comenta Coronil, en la sociedad del impacto y lo inmediato.
“La covid-19 ha cambiado totalmente la percepción de la ciencia en la sociedad, y eso es algo que los científicos historiadores mirarán como un hito –prosigue Caballero–. La ciencia ha demostrado que está preparada para ayudar al mundo y ha llegado a los hogares, a las cocinas, usamos en el día a día términos que nunca habíamos usado...”
La duda, por supuesto, es si ese amor se mantendrá en el tiempo o será flor de un día: “Hay compañeros y médicos que creen que, cuando todo se normalice, ese afán pasará. Yo pienso que durará porque, durante todo este año, ha habido mucha labor de divulgación y de cultura científica. Yo, desde luego, eso es lo que me he propuesto, ganarnos la confianza pública y trabajar mucho con las niñas y con las mujeres, porque el sesgo STEAM es brutal. No creo que la gente se olvide, porque hemos vivido algo que no se ha visto a lo largo de la historia”. Ella, desde luego, no lo ha olvidado: de pequeña, tuvo una rubéola tan severa que pensaron que no iba a sobrevivir. “Y la ciencia me salvó”.
“Los comportamientos sociales son muchas veces efímeros, pero lo que hemos visto a nivel internacional era impensable: yo creo que a nivel social continuará el compromiso con la ciencia –coincide Julián Blasco–. Más allá del covid, y relacionados con él, hay otros problemas acuciantes a nivel global, que competen al cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Hemos visto que la ciencia nos da la capacidad de una mejor gestión al respecto y de amortiguar los efectos adversos del propio desarrollo humano”.
19.106.151 euros para investigación en la UCA
En los recién aprobados presupuestos de la universidad gaditana, el 11.07% de los mismos (19.106.151 euros) van a parar a investigación, aunque parte del gasto mayoritario (el de personal) se usa para pagar investigadores, y además está la financiación externa con empresas (proyectos, contratos OTR): “Nosotros apostamos por un modelo en el que se ponen en igualdad de condiciones política educativa e investigación”, afirma la vicerrectora de Política Científica y Tecnológica de la UCA, María Jesús Mosquera. Durante las semanas de confinamiento duro, cuando el trabajo de campo estaba parado, los investigadores siguieron trabajando en lo que sí podían hacer: escribir. En 2019, la Universidad de Cádiz registró 1313 publicaciones científicas, mientras que en el año covid, 2020, han sido 1542: “Los investigadores y la propia UCA han realizado un gran esfuerzo durante los dos meses de encierro, realizando funciones y labores desde sus casas, y ahora mismo el ritmo de investigación es el habitual –desarrolla Mosquera–. Donde hay un paró importante, por supuesto, es en el intercambio de extranjeros y formación doctoral y postdoctoral”.
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