El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

arquitectura sostenible
  • Intervenciones a bisturí, materiales recuperables y aprovechamiento de las posibilidades que brindan barrio y comunidad, claves del cómo viviremos

Nuevas casas para tiempos convulsos

El número 2 de Doctor Marañón, viviendas sociales de emisión casi cero. El número 2 de Doctor Marañón, viviendas sociales de emisión casi cero.

El número 2 de Doctor Marañón, viviendas sociales de emisión casi cero. / Jesús Cuevas

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

La mayoría recuerda la casa de los abuelos, distinta, desde luego, pero amplia, en el pueblo, con toldos y persianas de cuerda y un patio que regar por la tarde. “Con muros de 30 o 40 centímetros, desde luego que la inercia térmica hacía que no traspasara nada –explica Vanessa Otero, desde el estudio UVE-O Arquitectura–. Perder esos metros cuadrados hoy día es inviable y lo suplimos con aislantes térmicos”. Antes, es verdad, había veinte casas frente a doscientas, aunque esto no ha evitado que el precio del metro cuadrado esté por las nubes.

De ser algo asumido, el lugar en el que vivimos se ha convertido en eje de muchas cosas, y quebranto de muchas cabezas. A ello contribuyen la inevitable tendencia a la urbanización de la sociedad pero, también, factores con los que nadie contaba cuando la centralización geográfica de la producción comenzó a bombear, como los efectos que iba a tener algo llamado cambio climático o, relacionado con esto, la escasez de materias primas.

Durante las últimas semanas, el Colegio de Arquitectos de Cádiz ha estado desarrollando las jornadas Hacia una arquitectura sostenible: cambio climático, agotamiento de recursos y biodiversidad, que han intentado reflexionar sobre este escenario.

“Es muy fácil partir de un lienzo en blanco –admite Fabián López, profesor en la Escuela de Arquitectura de la Politécnica de Barcelona–. Pero la realidad es que no todos tenemos una vivienda independiente a cuatro vientos. Lo mismo vives en una calle de un centro histórico donde no te llega el sol. Si abres la ventana, te entra el ruido: pues habrá que buscar otra forma de solucionar las cosas. Para eso estamos los técnicos, eso es la arquitectura”.

Muchas veces, las lecciones las da la propia arquitectura de lugar. El diseño clásico de las fincas andaluzas, con montera y patio corrido, estaba pensado precisamente para dejar un “paso de luz y ventilación” en lugares calurosos o de calles estrechas: “Lo mismo lo que hay que buscar entonces son sólo los materiales adecuados. Pero recurrimos enseguida al automatismo, al aire acondicionado, por ejemplo, que usa recursos muy costosos”.

Al hablar de sostenibilidad en arquitectura hay que hacerlo con prudencia. La afección cero no existe. De hecho, actualmente, el sector de la construcción es responsable de un 40% de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Y, como recuerda Jorge Fernández-Portillo, secretario general de constructores y promotores inmobiliarios de Cádiz, el concepto de sostenible contempla tres patas: lo medioambiental, lo social y lo económico. Si una de ellas crece demasiado, provocará que el taburete se tambalee.

“El concepto de arquitectura sostenible está ligado al aprovechamiento de recursos: minimizar el gasto energético y los materiales. Pero una bicicleta de caña de bambú, por ejemplo, puede resultar totalmente insostenible si no la usa nadie –puntualiza Fabián López–. Lo mismo una estructura con materiales menos sostenibles en principio resulta tener un alto grado de sostenibilidad, porque ofrece muchos servicios y es usado por muchos”.

“En esta línea –continúa López–, un buen diseño ha de tener en cuenta la mínima cantidad de espacio que hace falta para las necesidades del usuario sin derrochar espacio innecesario”. Sé lo que están pensando: a los gemelos cachas que reforman minipisos de 200 metros no les gusta esto. No sirve de nada plantear “tamaños absurdos” que después se compensan con “muchas placas o molinos. Si no reducimos la necesidad, el problema no se va a resolver”. Después, llega el cómo se va a aclimatar el espacio. “La tercera cuestión –prosigue Fabián López– sería aprovechar al máximo lo que nos ofrece el lugar: sol, viento, lluvia... Y ser cuidadoso con los tiempos de uso de los espacios”.

El 40% de las emisiones CO2 corresponden al sector de la construcción

En construcciones sostenibles, las buenas intenciones, o los deseos,y la realidad van a velocidades diferentes. “En Europa ahora se están poniendo más serios con el tema de la energía: hasta ahora la normativa obligaba a los edificios a tener un coste de cerca de cero emisiones, dentro de muy poco entrará la normativa de cero emisiones. Pero el agua, por ejemplo, es la gran olvidada: se calcula que consumimos 100 litros por persona y día de agua potable cuando realmente, necesitaríamos el 10%. Es una barbaridad que usemos agua potable para los váteres o para fregar suelos. Y el tema de los residuos también está olvidado”.

Uno de esos raros ejemplos de casamiento entre deseos y realidad está en la capital gaditana, en el número 2 de Doctor Marañón. El edificio –que ha visto alargarse su completa finalización hasta este mes de octubre, debido a un retraso en los materiales– combina cubiertas y fachadas ventiladas, la micronización de gotas de agua para la mejora de enfriamiento del edificio, la utilización de estrategias de ventilación interior, sistemas de acondicionamiento y el control de confort térmico de sus usuarios. El proyecto, en el que colaboran Ayuntamiento de Cádiz, Junta, Gobierno central, la UCA y la UE, tiene la peculiaridad de ser un modelo de adaptación climática para ambientes cálidos y desarrollarse en una construcción de vivienda pública.

Pensar en clave de rehabilitación es algo “absolutamente necesario porque hay un montón de edificios que ya están construidos”, añade Fabián López. Al respecto, nuestra comunidad tiene pendientes sesenta millones procedentes de fondos europeos para acometer obras de adaptación en fincas y entornos urbanos. La cifra nos coloca por detrás de comunidades como Madrid (148 millones), Cataluña (125 millones) o, por poco, la Comunidad Valenciana, aunque la comunidad andaluza tenga una mayor población.

El especialista y coordinador de las jornadas organizadas desde el Colegio de Arquitecto gaditano, Javier Neila, teme que las políticas de rehabilitación terminen empleándose “como sea, de cualquier forma. Cada edificio es un mundo que puede requerir distintos aislamientos: algunas casas tendrían que cambiar la carpintería; otras, las protecciones solares o facilitar la ventilación... Luego hay fachadas que se pueden tocar, otras no, está el ancho de la calle, si se puede vaciar el edificio o no...”

Jorge Fernández-Portillo también incide en la importancia de este momento crucial para tomarnos en serio la rehabilitación y aprovechar los fondos europeos: “Fomento tiene mucho dinero a cuenta para actuaciones de rehabilitación y tenemos una oportunidad muy buena para hacer edificios más eficientes, con aislamiento interior y exterior e, idealmente, en operaciones integrales, por barrios”.

Muchas veces, la arquitectura tradicional es la que da pistas: intervención en la calle Urquinaona de UVE-O. Muchas veces, la arquitectura tradicional es la que da pistas: intervención en la calle Urquinaona de UVE-O.

Muchas veces, la arquitectura tradicional es la que da pistas: intervención en la calle Urquinaona de UVE-O. / D.C.

El baño de realidad desde el plano no es, tampoco, desdeñable: “La ordenanza, por ejemplo, te puede decir que no puedes sobresalir dos centímetros de la línea del edificio, pero si metes un sistema de aislamiento, sobresaldrá 10-12 centímetros: teóricamente, puede suponer un problema”, comenta Neila. Las trabas administrativas pueden ser legión, los promotores buscan el beneficio económico mientras que “la sociedad aún es escéptica sobre que todo este esfuerzo vaya a servir de algo”.

Ningún edificio es una isla: de hecho, desde su mismo proyecto, ha de considerar el espacio en el que se inserta. Y lo es mucho menos si aplicamos términos de sostenibilidad:No es justo que le pidamos a cada edificio que solucione su problema energético, entre otras cosas, porque lo mismo no tiene la superficie necesaria, por ejemplo: hay que pensar en manzanas y bloques de edificios en conjunto –continúa Fabián López–. Poniendo las placas en cubierto somos capaces de compensar la energía de todos los vecinos juntos. O recoger las aguas de lluvia para el váter sería más asumible con una instalación comunitaria y entre varios vecinos juntos. Hay que desarrollar la mirada colectiva. La autosuficiencia a nivel particular es algo muy costoso”.

“Cuando se plantean las necesidades, potencialidades y carencias hay que hacerlo viendo dónde estamos –desarrolla Javier Neila–. Sabiendo que las propias ciudades no son homogéneas, que hay islas de calor, que cada barrio puede tener unas necesidades distintas”. Así, las actuaciones han de ser específicas pero teniendo en cuenta “las sinergias junto a otros edificios: si un bloque de viviendas no tiene espacio para un minihuerto solar, se puede recurrir a colegios o a mercados municipales”.

Los edificios con conciencia (¿con consciencia?) de su momento tendrán, no sólo que jugar con los parámetros que les dé el cambio climático –más tormentas, más tornados, mayor temperatura, menos agua, más episodios extremos–, sino con la vuelta de tuerca que estamos viviendo con las materias primas y la energía. No sólo por el actual conflicto en Ucrania, “que oculta la guerra por el litio, necesario en móviles y en placas solares –desarrolla Fabián López–. En otros casos, a lo que nos enfrentamos realmente es a la escasez de los propios materiales. Esto puede ocurrir con todo: si hiciéramos de golpe todos los edificios de madera, nos cargaríamos todos los recursos forestales. Surgen propuestas interesantes, como el urban mine: el entender las ciudades como futuras minas, haciendo construcciones en las que puedas separar con facilidad los materiales: pensando no levantar un muro de ladrillo, por ejemplo, para rebocarlo con yeso sino en poder recuperar luego el tocho y seguir dándole vida”.

Tanto Javier Neila como Jorge Fernández-Portillo destacaban una tendencia que piensan se terminará imponiendo: la de levantar edificios “por partes”, a lo construcción de Playmobil:Es incuestionable que se va a potenciar la industrialización de los procesos constructivos –explica este último–. Hasta ahora construíamos de forma tradicional, in situ, pero pronto comenzará a generalizarse la obra off site, con piezas que vienen prefabricadas y se instalan en las obras. Esto favorece enormemente la creación de unos productos mucho más sostenibles: salen viviendas más eficientes porque su proceso de construcción ya lo es”. Los efectos de la logística no serían comparables a “tener cinco meses de obra con camiones y hormigoneras”. Así, sería posible, por ejemplo, quitar la placa de la fachada de un edificio y que se pueda usar en otro. “La sostenibilidad económica pasa por el uso de recursos locales y de cercanía –añade Fernández-Portillo–. Traerme el mármol de sierra Elvira o de donde sea: terminará siendo más barato porque los costes de transporte disminuirán, además de terminar repercutiendo en la economía local”.

Andalucía cuenta con 60 millones de fondos europeos para obras de rehabilitación en casas y barrios

Vanessa Otero también habla de las emisiones de CO2 en el momento de la construcción: “En las viviendas prefabricadas, el trabajo es en taller, en cercanía, con lo que las emisiones se reducen, se controlan los accidentes laborales… Las empresas de prefabricadas están teniendo ahora mismo una demanda enorme y, ojo, las dos últimas casas de este tipo que hemos tratado en el estudio tenían 180 metros cuadrados. Desde la pandemia, además, hay mucha gente que busca parcelas”.

Otero cuenta con titulación oficial passivhaus, el concepto que surgió en Alemania para elaborar viviendas de mínimo impacto. El modelo passivhaus propone, a partir de la propia construcción del edificio, un descenso del 75% de la calefacción y la climatización, garantizando que la vivienda estará entre 20-25 grados durante todo el año. “Funciona como una envolvente térmica, como si la vivienda llevara un saco de dormir, y por dentro lleva una barrera de hermeticidad”, indica Otero. La vivienda cuenta con “un recuperador de calor que ventila continuamente: no hay condensaciones y el ambiente es más sano. No se escucha y, sobre todo, no necesita instalar ocho placas fotovoltaicas. Se eliminan los puentes térmicos, ya que lo mismo entre piso y piso no hay aislante y se escapan el calor y el frío”. Es un sistema que se puede aplicar también a proyectos de rehabilitación: “Para obra nueva –continúa Vanessa Otero– tiene un sobrecoste del 8%, que amortizas en los primeros años de facturas”.

Fabián López es más escéptico respecto al hecho de trasladar un modelo pensado para el clima alemán al sur: “En principio señala , te habla de construcciones estanco. Las recetas universales son peligrosísimas. Un ejemplo: sabemos que el clima mediterráneo tiende a ser suave, pero la zona de Europa con más pobreza energética era Portugal: no hará mucho frío fuera, pero sí que se pasa dentro de las casas”.

Aun así, UVA-O cuenta con dos viviendas en Chiclana que quieren certificar como viviendas pasivas, que serían las dos primeras de la Bahía: “Hay otras certificadas en Zahara de los Atunes, pero no por técnicos españoles”, aclara Otero.

Y al final, se pregunta uno, ¿por qué insistimos todos en esto? Gran parte de los problemas del cómo y dónde vivimos residen en adoptar existencias de multi-colmena. Las ciudades se saturan hasta la atrofia. ¿No sería más fácil, en fin, una casa en el pueblo, con patio y sus muros de 30 cm?

“La discusión entre modelo disperso y modelo concentrado es una de las más complicadas –reflexiona Fabián López–. En el segundo caso, hay que optimizar mucho el transporte, que sale muy rentable en el primero, pero con problemas importantes de contaminación, ruido, etc”. Y, por otro lado, si todo el mundo desistiera de los grandes núcleos urbanos, “el coste de infraestructura también sería considerable. Para que los recursos públicos sean eficientes, tenemos que estar hablando de una ciudad compacta”, indica Fernández-Portillo. Para López, sería interesante aplicar otras reglas del juego, más allá del binomio: “No podemos ampliar ciudades atiborrándolas de edificios en los que no entren ni el aire ni el sol; pero el modelo opuesto, al estilo suburbs norteamericanos, te hace ser dependiente del coche y genera una movilidad enorme de parque móvil, y de infraestructuras parar todo. Lo ideal sería algún tipo de escala intermedia. Hay que hacer una análisis cuidadoso de la realidad de cada sitio y decidir”. Para Javier Neila, la escala intermedia también es la ideal, ya que te permite tener cubiertos todos los servicios “incluidos los laborales, colegios, hospitales... Aunque la tendencia es hacia la gran ciudad, se podría hacer una política para potenciar ciertas poblaciones”.

La arquitecta Rocío Plasencia señala que el modelo de diseminado ya estaba en entredicho en su lugar de origen, Estados Unidos, en los años 60, “ocurre que, como todo, lo terminamos copiando. Solemos cerrar los ojos ante estas situaciones, pero lo que hay que hacer es buscar soluciones para todas aquellas personas que residen ahí. Para ellos cobra especial importancia el tema del commuting, de la intermodalidad, etc”.

LA NUEVA CIUDAD 

Plasencia se ha especializado en esos agentes que se mueven entre los edificios y no tienen motor mecánico. No cree que hacer una vivienda o una ciudad más sostenibles tenga que ser por definición más complicado: “Las edificaciones son gestionadas por las particulares en la mayoría de los casos, que hacen buen o mal uso de la legislación. En una ciudad tenemos muchos usuarios, pero el gestor es único. el Ayuntamiento es quien, digamos, compra las bombillas. Por lo tanto las políticas que se aplican tienen una mayor eficacia”, explica.

Los principales obstáculos, en su opinión, son el engranaje administrativo y la inercia: “Algunas veces toda la normativa hace que se complique la toma de decisiones y también, al tener que aprobarse los presupuestos por el Pleno, todo se ralentiza. Pero creo que las administraciones, en sus distintos niveles, ya han despertado y saben la dirección que han de tomar”.

Centenares de personas protestaron hace días contra la tala de árboles en el Parque María Cristina, en Algeciras. Centenares de personas protestaron hace días contra la tala de árboles en el Parque María Cristina, en Algeciras.

Centenares de personas protestaron hace días contra la tala de árboles en el Parque María Cristina, en Algeciras. / Erasmo Fenoy

También cuenta la propia trama de las ciudades, muchas con siglos a su espalda, que no puede saltar buenamente por los aires. Por otro lado, está el escepticismo de salida, “sobre todo –apunta Plasencia–, si la gente ve los cambios como una amenaza a su comodidad o su forma de vida. No hay más que ver las movilizaciones o quejas que suelen generar las actuaciones de peatonalización de algunas zonas. Por eso mismo, no sólo hay cortar el tráfico en una calle, hay que saber explicar por qué es oportuno hacerlo”.

Es inevitable hablar de la famosa “ciudad de los 15 minutos”, “un concepto que, sin ser nuevo, puso de moda el profesor Carlos Moreno, asesor de la Alcaldesa de París. En él, se sostiene que lo óptimo sería vivir en esa ciudad de los 15 minutos, y luego tener a 30 minutos de bus, tren o coche aquellos servicios que precisamos sin asiduidad pero que es muy útil tener cerca: Hacienda, juzgados, aeropuerto... No debemos hacer que el ciudadano tenga que recorrer tres maratones para llegar a sitios necesarios”, concede Rocío Plasencia. Y luego, el acceso más allá de los 15 minutos en bici o transporte público debería estar asegurado para el 100% de la población: “Esto indudablemente no es sencillo –indica– porque de nuevo afecta a un cambio social, es decir, por ejemplo, afecta a que los niños vayan a centros educativos de cercanía, y lo mismo con los centros de salud. Que haya comercio local que cubra las necesidades básicas. Que las personas, cuyo trabajo lo permita puedan hacer parte de su jornada laboral en casa, etc. Hay muchas cosas que cambiar y son sociales, culturales, etc, y esto se consigue poco a poco”.

Menciona también la existencia en muchos casos de un complejo de inferioridad territorial, “no tiene lógica que todos queramos un aeropuerto en nuestra ciudad, o una estación de AVE en la puerta de casa”.

Para la arquitecta, a la capital gaditana, por ejemplo, le falta poco para ser una ciudad amable: “Yo llevo viviendo en Cádiz seis años, y he podido ver cómo el incremento y mejora del diseño del carril-bici ha facilitado que la gente lo utilice”. Respecto a las zonas verdes, sin embargo, la ciudad esté superada por su propia ubicación. Pero el verde es necesario: “Una ciudad completamente asfaltada, con plazas duras y bloques, está construida sobre un terreno que hace años era un campo, donde cuando llovía el agua filtraba, donde había biodiversidad y no había contaminación”.

“Es cierto que en la ciudad construida es muy complejo introducir nuevo verde urbano en superficie, pero con pequeñas actuaciones se puede incrementar esa masa tan necesaria –señala Plasencia–. Sólo con saber que dos calles exactamente iguales en tamaño, sección, orientación y tipos de edificios, la que tiene verde disminuye su temperatura en varios grados con respecto a la otra, sería suficiente para justificar la implantación de ese verde, pero es que eso es solo la punta del iceberg de los beneficios de esta revegetación”.

¿Suena bonito, verdad? Díganme que también imaginan a un técnico de mantenimiento, en cualquier ciudad, diciendo que todo eso es muy caro –¿o es que creen que las plazas duras salen de la nada?–. La cuestión sería si la administración pública quiere tener una ciudad con espacios más costosos de mantener, pero habitable, o una gran nada de hormigón deshabitada.

De hecho, ejemplos recientes como el vivido con la tala del ficus de San Jacinto, en Sevilla; o las protestas vecinales en Algeciras contra la tala de árboles en el Parque de María Cristina, hablan de una fuerte concienciación ciudadana al respecto.

“El cambio climático, el agotamiento de recursos y el estrangulamiento de la biodiversidad son causas y consecuencias los unos de los otros –concluye Javier Neila–. Nuestra obligación es recuperar algo de lo que hemos fagocitado, y una forma es abundando en superficie verde en las cubiertas y fachadas, en bulevares, con pequeños encintados en las calles, con especies autóctonas, diversas, de alto y bajo corte, setos... Eso contribuye, no sólo a que el lugar en el que están venza su propia temperatura, sino que va a generar una vuelta de la biodiversidad animal”.

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