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Hoy he aprendido que “la mejor prenda es la que ya existe”. En el centro de Granada, en la histórica plaza de las Pasiegas, medio centenar de jóvenes se han pasado toda la tarde remendando. Más que por necesidad, por convicción. Con creatividad y con estilo. Dando una segunda vida a la ropa. La semana pasada descubrí qué significa y qué implica ser “sostenible” a la hora de vestir: la importancia del armario circular, el ecodiseño, el upcycling y el empleo verde. Hay espacios de emprendimiento que se están abriendo paso, con iniciativas sorprendentes y singulares, desde la segunda mano, el realquiler y la moda vintage: consumo responsable y batalla al capitalismo salvaje del usar y tirar; el paso de la fast fashion a la slow fashion.
La sostenibilidad tiene que ver con lo ambiental y lo verde, con industrias tremendamente contaminantes como la agricultura y el transporte, pero también con lo social y lo cultural. Con nuestros hábitos de consumo más cotidianos. La industria textil es la segunda más nefasta para el planeta y a ello contribuimos todos. A diario.
La Cátedra Huella Verde de la Universidad de Granada y la Escuela Val del Omar han programado una semana de actividades para concienciar sobre la moda sostenible y, aunque pueda parecer una acción insignificante ante la magnitud del desafío, estamos en un mundo caprichoso donde son las gotas de agua las que más calan. Me remito a los hechos: jóvenes y mayores. No son ingenuos ni ilusos y no es ninguna contradicción; son los que más nos están ayudando a abrir los ojos.
Hace días que quería escribir sobre las abuelas de Suiza que han logrado condenar a su país por inacción ambiental. Ancianas, sí, pero no tontas… El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha emitido una sentencia histórica que da un espaldarazo al activismo contra el cambio climático con un fallo vinculante que puede influir en 46 países y regiones de Europa.
Tampoco hace tanto de la crisis económica, de los desahucios y de los yayoflautas. Ni de esas corrientes de protesta por todo el país, promovidas por jubilados, contra la España vaciada y el aislamiento financiero. Pensábamos que los ERTES habían quedado atrás, con la pandemia, y justo acabamos de saber que una empresa como Freixenet va a plantear despidos parciales para más de 600 trabajadores. Primero fue el aceite y ahora el cava. Las consecuencias de la sequía las vamos a sufrir en nuestros bolsillos y en nuestra mesa. Aprendemos a golpe de palos.
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