Pontevedra, modelo de peatonalización ¿Por qué no El Puerto?
Tribuna Libre
El autor recuerda que eliminar los coches del centro de las ciudades es un proceso imparable
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He visto en el primer canal de la televisión pública alemana un breve aunque excelente reportaje sobre Pontevedra, ciudad a la que presentaban como ejemplo logrado de peatonalización.
Estaba entre lo más destacado del día, inmediatamente después de una información sobre el plan de paz que negocian en Egipto los representantes de Hamás y del Gobierno israelí.
No era la primera vez que he visto prodigar en algún medio alemán elogios a la ciudad gallega y me he preguntado por qué lo que es allí posible parece imposible en El Puerto de Santa María.
Reconozco que peatonalizar es siempre en un principio difícil porque hay que vencer intereses comerciales y resistencias de los vecinos, acostumbrados a tener el coche siempre aparcado a la puerta de casa. Es una falsa zona de confort.
El autor del reportaje alemán entrevistó tanto al alcalde pontevedrés como a algunos de sus vecinos, y todos ellos se manifestaron convencidos de que Pontevedra había mejorado considerablemente desde que se decidió a acometer ese proceso. Su atractivo turístico, también.
No es por supuesto la única ciudad europea peatonalizada total o parcialmente; hay muchas otras, desde Barcelona, Ámsterdam o Zúrich hasta, por supuesto, Venecia, pero nuestro país ha tenido un papel pionero en materia de peatonalización.
El Puerto de Santa María una ciudad prácticamente llana y por tanto idónea tanto para el peatón como para los ciclistas aunque los pocos de estos últimos que uno ve circular por sus calles sean muchas veces extranjeros.
Es al mismo tiempo una ciudad de aceras imposibles por estrechas, en las que es facilísimo torcerse el tobillo y en la que hay que ir además sorteando continuamente los coches.
Las únicas calles que están peatonalizadas, sobre todo la de Misericordia están prácticamente ocupadas por las terrazas de los bares y restaurantes, que hacen también muy difícil simplemente transitar por ellas.
Coger el coche se ha convertido para la mayoría de los vecinos en un hábito del que les cuesta deshacerse. Recuerdo, por ejemplo, las protestas de quienes viven en las inmediaciones de la plaza de toros cuando se habló de acometer allí un parking subterráneo.
Eliminar el automóvil al menos del centro de las ciudades es un proceso histórico imparable, que llegará más tarde o más temprano, y cuanto antes suceda, mejor para todos.
Mejor desde el punto de vista de la salud de los vecinos, que harán más ejercicio físico y dejarán de estar además continuamente expuestos a la peligrosa contaminación y al ruido del tráfico rodado.
Mejor desde el punto de vista del turismo, que podrá gozar de sus paseos a cualquier hora del día por una ciudad y admirar sus monumentos sin molestas y peligrosas aceras.
Pero está claro que es el Ayuntamiento quien debe tomar la iniciativa y no parece que el equipo actual esté especialmente interesado.
El alcalde debería haberse dado una vuelta no sólo por Buenos Aires o Davos, sino también por Pontevedra, que queda mucho más cerca, y de lo que podría aprender mucho.
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