Crítica de teatro en El Puerto: La alegría se viste con lentejuelas

Paz de Alarcón y Juanjo Macías resucitaron el espíritu gamberro del cabaret en el Teatro Pedro Muñoz Seca

15 espectáculos de teatro, música, danza y flamenco en el Pedro Muñoz Seca de El Puerto este otoño

Paz de Alarcón y Juanjo Macías, en 'Alma de cabaret'.
Paz de Alarcón y Juanjo Macías, en 'Alma de cabaret'.

La primera vez que lo vi sobre un escenario fue hace cuarenta años. Me cruzan escalofríos cuando escribo esto, pero las cuentas son las cuentas. En aquellos días era complicado disfrutar del teatro en El Puerto después de que el modesto coliseo de la calle Luna fuese chamuscado en una barbacoa ruin y sospechosa, cuya verdad sigue sin conocerse tanto tiempo después. Algo del grupo de Bellas Artes caía muy de vez en cuando por la Casa de la Cultura, pero poco más. Así que la única posibilidad que había, gratuita y anual, era aquella muestra de teatro juvenil en la que se exhibía el trabajo de todo un curso realizado por grupos de escolares con el auspicio de los primeros ayuntamientos de la flamante democracia. Era como si un aficionado al fútbol se tuviera que conformar con acudir a partidos de juveniles, pero a falta de pan buenas son tortas, y a veces las tortas tenían el sabor del más exquisito de los panes.

Lo comprobé por mí mismo una tarde en la que debía estudiar, pero en la que me salté mis obligaciones académicas y ocupé un asiento en el salón de actos del instituto Santo Domingo – todavía entonces de Formación Profesional- para asistir a Supertot, una parodia del género de los superhéroes en la que un tipo bastante peculiar combinaba una doble vida de periodista y de salvador de causas imposibles aún más desastrosa que la de aquel que se venía abajo con la venenosa kryptonita. En la piel de ese desopilante sujeto se había metido un chico de mi edad que parecía que llevase toda la vida interpretando o que hubiese nacido solo para ello. El público más infantil disfrutaba de la representación no como si tuviese delante a alguien haciendo de superhéroe, sino como si fuese el mismísimo Supertot quien relatase, en vivo y en directo, sus descacharrantes peripecias. Volví a ver ese muchacho, pequeñín y vibrante, en la Expo de Sevilla, sobre una de las cabalgatas con las que Els Comediants recorría el recinto con un espectáculo llamativo y rompedor, y lo saludé, años después, en el plató en el que se rodaba La Banda del Sur, un programa infantil de la televisión autonómica con él haciendo de villano y donde yo estaba de visita con una clase de escolares. Son recuerdos de espectador sobre la trayectoria de un actor que ya media la cincuentena y que el pasado viernes, 7 de noviembre, pisó las maderas del Pedro Muñoz Seca para mostrar a sus paisanos, como solo saben hacerlo los mejores, las fotos más preciadas del álbum de su vida artística, y lo hizo junto a Paz De Alarcón, la otra mitad del espectáculo Alma de cabaret, y también la otra mitad de la compañía La butaca roja, que ya suma algo más de tres lustros y unos cuantos exitosos títulos. Dos butacas rojas y poco atrezo más les fueron más que suficientes para armar una función colmada de buen humor, excelentes número musicales, sinceridad a raudales y verdad, mucha verdad, porque detrás de ese aparente desenfado hay dos personas desnudándose, mostrándose a cuerpo limpio, celebrando sus éxitos y no callando sus fracasos. Dos cómicos de la legua que llegan a la mitad de sus vidas conscientes de que la risa es la mejor terapia para no llegar a enfermar ante los kilos de más, la alopecia galopante, las articulaciones que se resienten, los seres queridos que vamos perdiendo y el tictac incesante y cruel del paso del tiempo. Profundos conocedores de su profesión, tiran del cabaret, del vodevil, del monólogo cómico, de la revista, y cocinan con todo ello una pasta sólida, desenfrenada y andalucísima que engancha desde el primer momento con un público que disfrutó de lo lindo como una parte más de la hilarante trama. Y no es solo el veterano oficio de Paz de Alarcón y Juanjo Macías lo que sustenta el proyecto, sino la conexión tan especial que se adivina entre ellos. Las parejas de cómicos suelen desgastarse por repetitivo cansancio, para aquí se sigue notando la química y el calambre de las primeras veces atravesado por el respeto y el cariño que solo regala la experiencia compartida después de muchas batallas.

Hay alma y emoción en Alma de cabaret, balance de madurez de dos seres humanos que cuentan y cantan sus vidas después de haberse dedicado durante tantos años a hacer de intermediarios para reflejar otras vidas. El público del Teatro Pedro Muñoz Seca lo agradeció largamente con el mejor premio que pueden recibir los actores.

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