Tribuna Libre/Día del LIbro

Perdona, amigo

Juan Antonio Villarreal, presidente de la Academia Santa Cecilia.

Juan Antonio Villarreal, presidente de la Academia Santa Cecilia.

Estoy sentado en un sillón. Tú estás a mi lado, en silencio. Te miro por un momento para, un instante después, apartar de ti mi mirada. Sé que quieres decirme muchas cosas que se agolpan en tu interior y que estás deseando contármelas. Pero, no sé por qué, hoy no me apetece prestarte atención. No siempre estoy de humor para tenerte en cuenta.

Hay veces en las que me apetece más escuchar música: recordar aquella canción de mi juventud que me evoca tan buenos y nostálgicos recuerdos o disfrutar escogiendo, de entre mis viejos discos de vinilo, aquel que me compré con mis escasos ahorros y al que, por eso mismo, le tengo un especial aprecio o, simplemente, abandonarme con los ojos cerrados a la caricia melodiosa de algún cautivador adagio.

Otras veces me alejo de ti por culpa del insistente canto de sirena de la televisión, que me atrae y me cautiva y hace que se me pasen las horas muertas sentado en el sofá, con el mágico y omnipotente mando a distancia en mis manos, saltando de una cadena a otra, de un programa insulso a otro sin ningún interés, pero curiosamente con poderes hipnóticos y adormecedores.

Hay ocasiones en las que mi desinterés por tus cosas no tiene justificación ni causa concreta: sencillamente, no me da la gana escucharte. Tengo la cabeza ocupada en otros asuntos que me parecen más importantes y no quiero que me la distraigas con tus discursos, a veces, anecdóticos, otras veces, filosóficos, pero siempre referidos a unas historias que no son la mía.

Es verdad, que en estas semanas de encierro obligado, te has hecho presente con más frecuencia y hasta me has llegado a insinuar que ahora no tenía la excusa de la falta de tiempo para prestarte la atención que, con toda justicia, reclamabas. Y hasta has intentado llegar a convencerme de que no tenía nada mejor que hacer que estar contigo.

Y, lo cierto, es que tienes razón. A pesar de todos mis buenos propósitos, nunca estoy contigo todo lo que debiera. Y mira que he aprendido cosas a tu lado. Cómo olvidar las veces que me has acompañado en mis momentos de soledad, en mis noches de insomnio, en mis viajes, en las calurosas tardes del verano…

Sé que no tengo perdón. Pero tú siempre estás ahí, callado, quieto, sin querer molestar, para darme una nueva oportunidad de estar atento a tus palabras.

Hoy quiero disculparme públicamente por mis olvidos y mis ausencias contigo. A pesar de todo, tú sigues estando a mi lado. Mi amigo, el libro.

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