Música

Jorge Pardo y Cristian Moret: La música oculta tras un “quejío”

Un momento del concierto en la Sala Milwaukee.

Un momento del concierto en la Sala Milwaukee.

La magia de la improvisación, los gestos, las miradas y el tiempo compartido pusieron el contrapunto a una noche para no olvidar. La sala Milwaukee -que dirige el incombustible defensor de El Puerto y sus circunstancias Carli Anelo-, se lleno del quejío del saxo y de la flauta de Jorge Pardo y de esa música sin ataduras de Cristian Moret, cantaor, pianista y arreglista onubense, que ya a los 8 años ponía sus dedos sobre las teclas de un piano.

El joven Cristian de Moret, comprometido con la música, que se abre paso sin metas concretas. Sin anclajes. ¡Para qué ponerle alambradas al campo!

Pardo y Moret pusieron amor y pasión en sus sentidos más amplios. Amor como entrega y compromiso. Pasión por llegar hasta lo último, allí donde los sonidos y el tono transmiten verdad y las palabras dejan de malinterpretarse.

Los que tuvimos la suerte de acompañar a estos inigualables músicos, visualizamos -al menos yo así lo hice-, lo que Jorge Pardo siempre entendió: “que el cante flamenco se queja, gime, respira, grita… tiene todos esos matices de expresión que muchas veces en el jazz no ocurren. Y me he fijado mucho en eso como soporte de mi discurso improvisado”.

Tanto el Jazz como el flamenco nacen del pueblo, sin nada que ponerse ni que quitarse. Así, tal cual. Y siendo populares, en ese marco cercano del patio de Milwaukee, junto al Guadalete. pudimos comprobar la exquisitez del sonido que desprenden.

En esa, que fue casa de marineros y después una lonja pesquera, pudimos adivinar, apoyados en las barandillas de arriba (en las galerías impregnadas de sabor a mar y redes), a Chick Corea, Camarón, Paco de Lucía, Pedro Ruy Blas, Raimundo Amador, Enrique Morente, Tete Montoliú, Peer Wyboris, David Thomas, Carlos Benavent, Niño Josele o Pedro Iturralde. Incluso a los míticos Miles Davis, John Coltrane, Lionel Hampton, Sabicas Elvin Jones y Marc Johnson. Ellos también se sumaron a Jorge Pardo y a Cristian Moret, desde donde estuvieren. Y, desde luego, Javier Ruibal en la sala. Eso seguro.

Hubo de todo. Música oculta tras un “quejío” y “jondura de blues”. Y sobre todo complicidad entre los de encima de la tarima y el resto. Músicos todos, supimos saborear el plato de sinceridad -de esa ventana abierta que suponía la fusión de flamenco-Jazz-, que teníamos encima de la mesa.

Un trabajo artístico que salió a borbotones, sin maquillaje. Con la única fuerza del placer. Momentáneo, sin urgencias y sin apenas perjuicios. Mucha fuerza y tocando desde el corazón.

Noche para recordar. Gloria Bendita.

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