Noviciado de San Luis Gonzaga

Los "Estudios Clásicos Portuenses" (1941-1958)

  • Una colección de libros de texto y ediciones críticas de carácter humanístico

El colegio de San Luis fue noviciado jesuita (1924-1931 y 1939-1961).

El colegio de San Luis fue noviciado jesuita (1924-1931 y 1939-1961).

Cuando por un decreto de 31 de julio de 1924 del superior general de la Compañía de Jesús, Wlodimir Ledóchowski (1866-1942), renació la antigua provincia jesuita de Andalucía, escindida de la de Toledo, el veterano colegio de San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María (Cádiz) quedó clausurado como centro de segunda enseñanza y el vasto edificio se convirtió en casa de formación —noviciado-juniorado— para los estudiantes jesuitas de la provincia naciente y en sede del Seminario Menor.

El 12 de mayo de 1931, un mes después de la proclamación de la Segunda República, tras conocerse la quema de edificios religiosos en Madrid y en otras ciudades de España (Cádiz y Jerez de la Frontera entre ellas), tuvo lugar la dispersión de los 120 moradores del colegio noviciado de San Luis Gonzaga: los novicios y juniores viajaron a Vizcaya, siendo acogidos inicialmente en Orduña y después en Durango. Previa aprobación por el Gobierno Azaña, el presidente Niceto Alcalá-Zamora firmó el 23 de enero de 1932 el decreto de disolución de la Compañía de Jesús e incautación de sus bienes, dando diez días de plazo a sus miembros para que cesaran “en la vida común dentro del territorio nacional”.

A finales de ese mes de enero, los estudiantes de la orden y sus profesores —unos 1.500 jesuitas, la mitad de los que había entonces en España— salieron al extranjero para un exilio voluntario, que en el caso de los novicios y juniores de Andalucía tuvo como destino Bélgica: el noviciado-juniorado portuense pervivió en un château alquilado en Ruisbroek (cerca de Bruselas) desde abril de 1932 hasta el verano de 1936, cuando se estableció en Loulé (Algarve portugués).

El patronato creado por el decreto de disolución se incautó del edificio del colegio noviciado de El Puerto —y también de la finca La Inmaculada— en la última semana de enero de 1932. El inmueble quedó cerrado, si bien varios jesuitas permanecieron en la ciudad acogidos en domicilios particulares o en residencias semiclandestinas.

Ya al inicio de la Guerra Civil (septiembre de 1936), el edificio de San Luis Gonzaga pudo ser recuperado por la Compañía de Jesús, que lo cedió poco después al ejército sublevado para su uso como hospital. Con todo, el restablecimiento oficial de la orden no se produjo hasta el 3 de mayo de 1938, por un decreto del general Franco. En abril de 1939, terminada la guerra, la casa de formación se trasladó desde Portugal al antiguo edificio —muy deteriorado— de San Luis, continuando como rector y maestro de novicios el padre Fernando María Moreno (1899-1992). En un ambiente de penuria y de exaltación religiosa y patriótica, los años cuarenta se caracterizaron por la abundancia de vocaciones: entre 1939 y 1950 entraron en el noviciado portuense 495 nuevos aspirantes (un promedio anual de 41), de los que 374 eran novicios escolares            —destinados al sacerdocio— y 121, novicios coadjutores.

En la posguerra se reanudaron los ministerios tradicionales en la Compañía, como la administración de sacramentos, las catequesis (en las “escuelitas” de SAFA y en las bodegas, por parte de los novicios), los ejercicios espirituales o las congregaciones marianas. Se intensificó la atención a los enfermos y a los encarcelados en el masificado penal de La Victoria.

Menos conocida es —me parece— la iniciativa que consistió en la creación de los “Estudios Clásicos Portuenses”, una meritoria colección de libros humanísticos cuyo “consejo directivo” tenía su sede en el colegio noviciado de San Luis Gonzaga. La editorial que se encargó de su publicación fue Escelicer (Establecimientos Cerón y Librería Cervantes), con talleres en la calle Obispo Calvo y Valero, de Cádiz.

Inicialmente se programaron 36 obras, si bien cuatro de ellas no llegaron a ver la luz

Inicialmente se programaron 36 obras, si bien cuatro de ellas no llegarían a ver la luz. Estos 32 volúmenes se distribuyen en tres series: latina (15), griega (13) y castellana (4). La serie latina se subdivide en “Manuales” (10), “Autores con comentario escolar” (4) y “Estudios y ensayos” (1); en la serie griega se repiten las dos primeras secciones anteriores (cada una con 6 volúmenes), mientras que la tercera se titula “Preparaciones escolares” (1); la serie castellana comprende únicamente la sección de manuales.

Los destinatarios de las obras eran, por una parte, los estudiantes de Enseñanza Media; por otra, los propios jesuitas en formación y los seminaristas en general. No en vano, las lenguas clásicas habían recibido un gran impulso en el bachillerato universitario —siete cursos— plasmado en la Ley de 20 de septiembre de 1938: la Lengua Latina era obligatoria en todos los cursos, añadiéndose en los tres últimos el estudio de su Literatura, mientras que la Lengua Griega debía estudiarse durante cuatro años (cursos 4º al 7º), con su Literatura en los dos últimos. En cuanto a la Lengua y Literatura Españolas, se consideraba también una disciplina fundamental, de carácter obligatorio en los siete cursos. Algunas obras de los “Estudios Clásicos Portuenses” tuvieron su origen en las lecciones explicadas por los profesores jesuitas destinados en El Puerto a sus alumnos “juniores”. Estos, tras el bienio del noviciado, recibían “una esmerada formación clásica, calcada de la Ratio Studiorum, (…) especializada en lenguas clásicas y literatura española”, como explica el historiador jesuita Manuel Revuelta.

Para su uso como libro de texto en los dos primeros cursos de bachillerato, el Ministerio de Educación Nacional aprobó la Morfología latina (1941; 4ª edición, 1951) del jesuita malagueño Enrique Simonet (1904-1955), rector del noviciado de El Puerto de 1942 a 1948. La obra consta de tres volúmenes: Preceptos, Ejercicios y Libro del Maestro. El padre Juan Leal (1904-1977), doctor en Filosofía y profesor de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de Granada, es autor de otros cinco manuales aprobados en 1942 para la enseñanza del latín (en 3º y 4º de bachillerato): tres de Sintaxis latina y dos de Selecta (2ª ed., 1950). A Francisco Serna (1912-1987) se debe un breve tratado de Prosodia y métrica (1942). Cierra la sección de manuales la Stilistica latina del padre Jesús María Granero (1902-1995), agotada ya en 1946. Publicadas entre 1942 y 1950, las ediciones críticas de autores latinos son: Defensa de Ligario (Cicerón), de Francisco Aparicio (que saldría de la Compañía en 1955); Odas. Libro II y Odas. Libro IV (Horacio), ambas de Heliodoro Fuentes (1905-1996), profesor en el colegio de San Estanislao (Aranjuez), y La Guerra de las Galias (César), de Ángel Goenaga (1915-1973). El único autor no jesuita, el presbítero José Guillén, catedrático en la Universidad Pontificia de Salamanca, dio a la imprenta en 1950 un minucioso estudio sobre Cicerón. Su época, su vida y su obra.

En 1942 se publicaron los manuales de la serie griega —tres de Morfología y tres de Sintaxis— adaptados al temario de bachillerato, obra del padre Santiago Morillo (1900-1966), eminente orientalista. En la sección de “Autores con comentario escolar”, el sacerdote Antonio García Evangelista (1914-1995) editó en 1942 el Critón (Platón), y ese mismo año salió La primera Filípica (Demóstenes), de Francisco Aparicio. Al padre Luis Enríquez (1919-2002) se deben, en 1944, El epitafio de Pericles. La peste de Atenas (Tucídides), y, en 1956, La Ilíada. Canto VI (Homero). El doctor Julio Fantini (1905-1979) —profesor sucesivamente en el noviciado portuense y en la Pontificia de Salamanca— publicó en 1946 una selección de las Anacreónticas “conforme a las normas de la moral cristiana”, la Homilía en defensa de Eutropio (S. Juan Crisóstomo) en 1949 (2ª ed., 1958), así como la “preparación escolar” de esta homilía (1946).

Los padres Francisco Torres (1912-1979) y Justo Collantes (1915-2000) son coautores de los tres volúmenes (1º a 3º de bachillerato) de la Antología analítica de textos castellanos, incorporados a la colección en 1949. La serie castellana se completa con Maestros de oradores. I. Textos (1943), selección de Ignacio Gordon (1915-2002).

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