Con la Venia

Esto no es una fotografía. Por Rafael Garófano

No pretendo utilizar la misma estrategia que el pintor René Magritte, cuando, en 1929, en el mismo cuadro en el que había pintado la imagen de una pipa de fumar incluyó la frase “Esto no es una pipa”. Una genial paradoja con la que pretendía romper la identificación cultural de los objetos con su representación icónica, artística y subjetiva. Mi pretensión es otra: llamar la atención sobre como se ha denominado y se denomina “fotografía” a imágenes de diferente naturaleza, realizadas con distintas tecnologías y procedimientos. Circunstancia que termina cuestionando el contenido mismo del término “fotografía”. Como existía desde antiguo la cámara oscura y en su fondo se proyectaban fielmente las imágenes de los objetos que se ponían frente a su objetivo, iluminados por el sol, también era antigua la pretensión de retener aquellas imágenes sin necesidad de que fuese un dibujante el que las fijara sobre un papel. Se pensaba que, si ello se conseguía, las imágenes que se obtuvieran serían perfectas, duplicados exactos de las imágenes naturales realizados mecánicamente por la propia naturaleza. El francés Nicéphore Niépce, a mediados de la década de 1820, consiguió la fijación de las imágenes. Pero antes y durante el tiempo en el que Niépce estuvo experimentando sobre el asunto, otros muchos lo hacían en diferentes países, ya que la resolución de este problema se convirtió en “aspiración cultural de la época”. Unos intentos que, con distintos métodos, alcanzaban resultados más o menos satisfactorios a los que sus “inventores” ponían diferentes nombres. Por ejemplo, Niépce llamó a las imágenes de la cámara oscura que consiguió fijar “heliografías” (dibujadas por el sol) y cuando este procedimiento fue perfeccionado, su artífice, J. M. Daguerre, las denominó “daguerrotipos”. Pero lo que consiguió Daguerre a partir de 1837 fue fijar, sobre placas de cobre, imágenes únicas y directamente en “positivo”. La precisión y viveza de las imágenes obtenidas por Daguerre y el hecho de que, en 1839, su procedimiento fuese “consagrado” por el respaldo del mundo académico y del Gobierno francés (que compró los derechos para que, sin patente, fuese de libre y universal utilización, menos en Inglaterra, donde ya su autor lo había patentado) hizo que el daguerrotipo triunfara socialmente y se expandiera por el mundo, dejando “fuera de juego”, entre otras metas anheladas por algunos investigadores, la multiplicación de copias exactas a las imágenes obtenidas con la cámara. El inglés Fox Talbot era uno de aquellos que trabajaban, simultáneamente con Daguerre, en una línea diferente de investigación y que cuando el procedimiento de Daguerre fue “consagrado”, no solo no desistió sino que incrementó sus estudios y experimentos hasta conseguir “otra cosa”: retener las imágenes de luz del fondo de la cámara oscura pero no directamente, sino en dos pasos. En un primer momento se obtenía una imagen en “negativo” sobre una lámina de papel sensibilizado con productos químicos y, en un segundo paso, de este “negativo” se podían obtener innumerables copias en “positivo”, también sobre papel. En este caso, Talbot patentó y denominó las imágenes así obtenidas “calotipos” (aunque algunos pronto las llamaron “talbotipos” en homenaje a su inventor). Heliografía, daguerrotipo, calotipo. ¿Y “fotografía”?. Pues fotografía, por aquellos años, no era un término genérico, sino la denominación que otros pioneros en la captación de imágenes (Florence, Wheatstone, Herschel) pusieron a sus procedimientos y a las imágenes que con ellos obtenían. En Cádiz, cuando en diciembre de 1841 desembarcó procedente de Cuba el norteamericano G. W. Halsey y abrió al público su gabinete de retratos (instalado en la parte alta de la finca que hacía esquina entre la calle Linares - actual Buenos Aires - y la plaza de San Antonio) lo que ofrecía hacer eran “miniaturas al daguerrotipo”, sin que apareciera en los textos de sus anuncios el término fotografía. Circunstancia que se produjo en este primer estudio de retratos (también el primero en España) y en los que sucesivamente abrieron en Cádiz numerosos daguerrotipistas transeúntes. Estudios a los que únicamente tenían acceso, por capacidad económica, los miembros de la alta burguesía. Estos retratos al “daguerreotipo” (como generalmente se los denominaba en la prensa de la época) captaban a los personajes, en imágenes únicas y directamente en “positivo”, después de posar varios segundos inmóviles bien iluminados por el sol, en estudios instalados en los pisos altos o en las azoteas de los edificios. Pero como la imagen estaba formada, sobre plaquitas de cobre bien pulimentadas, por microscópicas partículas de una aleación de mercurio y plata, para que no sufrieran rayones o desperfectos con el simple roce, era necesario que estos retratos estuviesen embutidos en estuchitos acristalados. Siendo también frecuente que a la imagen del retrato, de color grisáceo, se añadieran toques de color con pigmentos en polvo aglutinados con goma arábiga (rosáceo para las carnes, dorado en las joyas, etc.). Ciertamente, para ver con nitidez la imagen de los retratos daguerrianos había que girarlos un poco en la mano buscando que los rallos del sol incidieran sobre la imagen en el ángulo adecuado. Pero cuando se observaban bien, la imagen de la persona retratada se mostraba con una precisión y viveza inigualable, muy superior a la que se podía obtener desde los negativos de papel de los calotipos (método que quedó relegado, fuera del mundo del retrato y del gran comercio, a la toma de vistas, la reproducción de obras de arte y el registro de los monumentos). Después de los numerosos retratistas extranjeros que pasaron por Cádiz ofreciendo sus servicios, el primer estudio estable de retratos al daguerrotipo fue el de José María Blanco, abierto al público en 1848 en el número 53 de la calle Guanteros (actual Santiago Terry). Precisamente de este retratista es el daguerrotipo que reproducimos, realizado en 1855 cuando ya tenía el estudio en el número 71 de la calle Rosario, a espaldas de San Agustín, según podemos leer en la pequeña etiqueta de su reverso. En 1851 se superó el procedimiento del calotipo por el del colodión húmedo (que sustituyó el negativo de papel por placas de vidrio y acortó con una nueva emulsión fotosensible el tiempo de exposición) aunque manteniendo el doble paso negativo-positivo y la multiplicación, sobre papel, de copias idénticas. Pero la fuerza cultural y comercial del daguerrotipo siguió imperando durante años, hasta tal punto, que cuando a partir de 1852, incluso en Cádiz, algunos retratistas empezaron a utilizar el nuevo procedimiento, simplemente anunciaban que “además de retratos sobre placas metálicas se hacen retratos sobre papel”. Llegando incluso a anunciar, de forma incorrecta y confusa, que se hacían “daguerreotipos sobre papel”. No obstante, el término fotografía se fue vinculando con el nuevo método del colodión húmedo y cuando este, con imágenes más nítidas, sobre papel, multiplicables y más baratas, terminó por desplazar al daguerrotipo del campo del retrato, hacia 1859, el término fotografía pasó a tener un uso generalizado y un significado genérico. De esta forma, el daguerrotipo quedó anclado en la protohistoria de la fotografía moderna. En las Guías de Cádiz para viajeros que José Rosetty actualizaba anualmente, los nombres y las direcciones de los “retratistas al daguerreotipo” comenzaron a aparecer en 1855 (4 estudios), en 1859 ya figuran, en dos grupos, los “retratistas al daguerreotipo” (5 estudios) y los “retratistas fotográficos” (3 estudios, aunque dos de ellos ya citados como daguerrotipistas), y a partir de 1861 ya aparecen todos los retratistas bajo el epígrafe “gabinetes fotográficos” (14 estudios). Un sorprendente incremento del número de estudios (para una ciudad de 70.000 habitantes) provocado por el abaratamiento de los retratos con copias sobre papel, que ya únicamente dejaba sin el privilegio de poseer su propia imagen a los miembros de la clase trabajadora. Rafael Garófano

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios